Guatemala se hace repetir que es el país de la eterna primavera, aunque no tenga suficientes flores para tanto entierro.
Hace algunos años el Ejército envió una pequeña cuadrilla al puente El Incienso. Su misión era evitar, fusil en mano, que los nobles guatemaltecos desesperados se lanzaran hacia el abismo.
La debacle mundial seguramente será un gran espectáculo. Uno a imagen y semejanza de lo más barato de la programación televisada. Esa que, al parecer, nos gusta tanto.
Vivo en un país en el que los niños son unas criaturas extrañas, incomprensibles, que se pintan los cachetes para convertirse en payasos sucios que no harán reír a nadie en los semáforos.
En Chimaltenango, un día tuvieron la brillante idea de construir un paso a desnivel que lo único que logró fue hacer que el desmadre ahora tenga dos pisos.
Dicen que existen los vecinos que no se quejan del ruido. Yo tengo la teoría de que esos vecinos, regularmente, son el ruido.
Compartir la mesa: hablo de ese acto de comunión que profesan la cristiandad, las familias y los restaurantes de comida rápida.
Uno guarda silencio ante el dolor porque nada lo atraviesa, ni la palabra ni la razón. Uno por eso abraza.
La marimba es un sonido que tiembla y que en ese temblor dice más de este país que lo que regularmente le han asignado.