Partida doble (XIII y XIV): La columna del haber por Vania Vargas imagen

Poder en esta ciudad tenía que ser de piedra, y está amarrada al cuello hipotético de este país.

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XIII

El símbolo de Poder en este país tenía que ser de piedra. No lo digo por la monumentalidad, sino por la dureza con que se mantiene firme, erguido en el kilómetro cero, en el simbólico punto de origen de un país que a partir de él se expande, lo rodea, se desmorona. 

En medio de la catástrofe social, el Palacio Nacional no se inmuta, hasta parece no darse por aludido. Quizá por viejo, por esa pesadez verde que lo constituye, por esa parálisis que saben imitar a la perfección los procesos gubernamentales; quizá por emperifollado, por su media docena de estilos arquitectónicos encima, esos que hacen que parezca un extranjero desubicado en pleno centro, y que emula el anhelo de tantos que lo rodean, esos que niegan al otro sin saber que se niegan a sí mismos. Nada lo toca. 

Durante años han rodeado su exterior distintas generaciones con las mismas consignas que piden solución a los mismos problemas, pero los símbolos no escuchan. Están allí para ser admirados, deseados, temidos, adornados, y odiados por los locos. Están allí para la puntual y vacía veneración de los uniformados. Están allí para que ondeen sobre ellos todas las banderas. Encima, muy por encima de todo lo que sobrevive, de lo que se agita y sangra. 

A veces por las tardes se asoma a su estructura algún burócrata contemplativo, y uno piensa que el lugar esta vivo; y por las noches, cuando están las luces encendidas, desde los vitrales del salón de banquetes que dan hacia la plaza, se asoman desde su encierro las imágenes coloridas y angustiadas de las virtudes: El progreso, la paz, la libertad, la fortaleza, la concordia, el orden… El anhelo de los pueblos es una pieza de museo, capturada, en desuso, un tótem con el que se golpean el pecho en días patrios y festivos. El símbolo de Poder en esta ciudad tenía que ser de piedra, y está amarrada al cuello hipotético de este país.

XIV

La imagen que ella recuerda de sí misma cuando le hablaban de la mujer que sería cuando fuera grande no existe y eso la hace sentirse afortunada. En ese entonces la había armado partiendo de las líneas, las herramientas y los espacios que le habían dado como opción en la escuela, en la familia, en la iglesia. 

Hoy, que ha pasado el tiempo, siente que creció a imagen y semejanza de lo improbable y eso le gusta. Está cumpliendo años y reflexiona, piensa en su vida, se siente bien, se siente segura de quién es. No sabe que pronto recibirá una llamada que no será, como lo imaginará, una llamada de felicitación, que dirán dos veces un nombre que no es el suyo, ella dirá que están equivocados y dejará pasar el detalle que quizá recordará en el recuento veloz del final del día, antes de cerrar los ojos. 

Tampoco sabe que le darán una palmada amistosa en el hombro mientras esté comiendo sola a la hora del almuerzo, y cuando voltee asustada, se topará con un rostro aún más asustado que el de ella, que le pedirá disculpas entre dientes por haberla confundido con otra persona. 

Quizá tampoco repare en el niño que mientras espera que el semáforo se ponga en rojo para poder cruzar la calle, se prenderá de su pierna pensando que se trata de la pierna de su mamá, o que el hecho de que su amante le diga el nombre de otra mujer debía preocuparle de otra manera, por acumulación de experiencias similares en un solo día, por ejemplo. 

Pero casi nunca reparamos en las señales, por eso tampoco se enterará de que las balas que encontrarán a su auto por la avenida cuando vaya de vuelta a casa tampoco serán para ella, que la habrán confundido con alguien más. Ahorita, sin embargo, sonríe, satisfecha de la mujer que es, de la mujer en que se ha convertido, mientras observa su reflejo un año más firme frente al espejo.

PARTIDA DOBLE: LA COLUMNA DEL HABER POR VANIA VARGAS




Pudo haber sido Bonnie Parker, una joven audaz sobre el trapecio volante, interprete de los sueños de algún Presidente, mesera en el restaurante de una carretera solitaria o una abnegada madre de familia, en cambio se pasa los días viendo, sintiendo y tratando de contarlo.

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