La columna del haber (VII y VIII): Por Vania Vargas imagen

Uno guarda silencio ante el dolor porque nada lo atraviesa, ni la palabra ni la razón. Uno por eso abraza.

Las opiniones e imágenes de este artículo son responsabilidad directa de su autor.

VII

Uno guarda silencio ante la muerte porque no sabe explicarla. Uno guarda silencio ante el dolor porque nada lo atraviesa, ni la palabra ni la razón. Uno por eso abraza. Cierra los ojos para concentrar la fuerza en el calor del pecho, y en ese acto de aferrarse al otro, liberarlo, hacerlo sentir.

Victoria acababa de cumplir 25 años y, perseverante, decidió marcharse. Mientras yo trataba de digerir su decisión, sentada, junto a Martín, recordé una sensación similar. Fue la noche en que caminamos, solos, tras ella, por los pasillos de aquella casa sin techo donde presentó “Anatómicamente correcto”, el monólogo que luego se convirtió en un corto experimental que llegó al Festival de Cine Centroamericano. Allí íbamos en silencio, lentamente, a la expectativa, como caminan los fantasmas, siguiendo su sombra, observando, escuchando. Tratando de llorar sin ruido cuando la mirada rabiosa, casual o intencional de la visión parecía atentar contra ese frágil estado de invisibilidad que nos permitía seguirla de cerca, entrar con ella a los mismos espacios, verla, escucharla, íntima, violenta, vulnerable, arañando paredes, en esa relación seca que tiene el cuerpo con las superficies y el polvo. Esa noche, Victoria fue, frente a mí, la mujer que llevo dentro, la que se desespera, dice, pregunta, grita, cuestiona; la que contrastaba con mi silencio cotidiano y con aquellas que, detrás de las ventanas de las casas vecinas, cálidas e iluminadas, cumplían rutinariamente y en silencio su papel, lo aceptaban, como se acepta la vida. Cuando la función terminó, Victoria salió sonriente, como si nada hubiera pasado, era otra. Sentadas en el bar de don Checha hablamos de esa capacidad de desdoblamiento del teatro, le pregunté a dónde se iba toda esa intensidad y esa rabia, hablamos de la sensibilidad que nos hermanaba, tratamos de hablar de la vida. Hay una foto de ese momento posterior a la catarsis, está en el celular de Martín. Victoria se ve relajada, ojerosa, sonriente, así como la imagino ahora, después de la crisis final. A mí se me nota en la cara que lloré. Esa foto podría ser de hoy.

VIII

El señor come solo todos los días en la misma mesa. Llega con lentitud y seriedad y enfila hacia el mismo lugar. Si el lugar ya ha sido ocupado, vacila, se detiene un momento, trata de buscar una mesa cercana y se sienta. Se rehusa a pagar primero, como lo dictan las reglas del comedor. Pide sentado, come y paga al final, como “en todos los restaurantes normales”. A pesar de su parquedad, las meseras le aceptan el dinero al final, el agradecimiento mínimo que escoge y entrega con dos dedos. Ya no insisten. El hombre es viejo y nunca sonríe ni devuelve los buenos días. Imagino que no hace muchos meses se ha de haber quedado solo. Que la mujer que quizá le sirvió toda una vida el desayuno caliente, a su gusto, ya no está, y ahora él sale a buscarlo, temprano, todas las mañanas al lugar que seguramente le quedará más cercano, y luego regresa a casa con lentitud para pasar el día leyendo, dormitando, pensando que quizá hay un lugar en esa otra dimensión donde su mujer no se ha acostumbrado a buscar todas las mañanas un lugar cercano, una mesa que ya habrá decidido suya, para sentarse en soledad, como la recién llegada que es… pero inmediatamente recapacitará, pensará en lo absurdo de sus pensamientos, y en que si hay una dimensión después de esta, ahora que ella está allá, ¿para quién cocinará?…

PARTIDA DOBLE: LA COLUMNA DEL HABER POR VANIA VARGAS




Pudo haber sido Bonnie Parker, una joven audaz sobre el trapecio volante, interprete de los sueños de algún Presidente, mesera en el restaurante de una carretera solitaria o una abnegada madre de familia, en cambio se pasa los días viendo, sintiendo y tratando de contarlo.

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