XIX
Las tendencias políticas de este lado del continente se vienen por oleadas. La izquierda y la derecha son intermitentes. Desmemoriados que son los votantes, que se desencantan pendularmente de uno y de otro; o incapaces que han sido ambos grupos por cumplir con las espectativas colectivas de quienes los eligen. Esta, es, por lo visto la temporada de la derecha, el nacionalismo, el militarismo, la intolerancia y el show mediático, uno inevitable, propiciado por la inmediatez de las redes, y reforzado por el hecho de que muchos de sus principales protagonistas vienen del espectáculo, llegaron al poder por la vía de la amable familiaridad y popularidad que adquiere la gente de la televisión.
Hablo de Angélica Rivera, que convirtió al mexicano Enrique Peña Nieto en el galán de una mala telenovela; Jimmy Morales, uno de los “comediantes” del programa de malos chistes que se aprovechaba del tedio dominical de los guatemaltecos que sufren la TV nacional; y ahora, en Estados Unidos, Donald Trump, el millonario, dueño de certámenes de belleza, y protagonista de Reality shows, programas de lucha libre, películas y series de televisión, que hoy llena titulares y protagoniza escenas que por ningún lado tienen las risas grabadas.
En poco tiempo, la más reciente telenovela gubernamental de la Gaviota ya perdió rating, pero aún no termina; Morales trata de seguir improvisando y haciéndose el gracioso en su más reciente papel estelar que incluye la banda presidencial; y Trump llega gesticulando, como el peor y más absurdo de los villanos, en medio de titulares que anuncian un peligro mundial inminente, uno real, del que creemos salvarnos, acostumbrados que estamos a ver ese tipo de malas actuaciones en el entretenimiento hollywoodense.
El apocalipsis está llegando por entregas, y con inmediatez, hasta nuestras pantallas. La debacle mundial seguramente será un gran espectáculo. Uno a imagen y semejanza de lo más barato de la programación televisada. Esa que, al parecer, nos gusta tanto.
XX
Abro las ventanas y me asomo un rato, todos los días, para observar. Lo hago con la seguridad que me da esa distancia. Del otro lado están las bestias hambrientas que devoran lo que pongan a su paso. La naturaleza irracional, salvaje, en toda su plenitud. El instinto en bruto en lo que se supone debería ser una estructura racional: la opinión que el individuo, con acceso a la tecnología (esa que por lo visto no mata a la barbarie) tiene sobre lo que sucede en el mundo o en su entorno más cercano.
Los comentarios en las noticias digitales son, quizá, ese lente de aumento sobre la esencia del ser humano, ese que tiene la capacidad adquisitiva para cargar un teléfono inteligente, una computadora, un plan de datos; el que puede leer, escribir, pero no comprende, vocifera, golpea con violencia su teclado, tartamudea, lanza zarpazos verbales en esa zona indómita de la red.
¿Es malo el ser humano? En esencia lo es. O quizá solo es una especie demasiado vulnerable que, en un mundo de depredadores y falta de oportunidades, se sigue sintiendo presa, se sigue muriendo de miedo, se sigue aferrando a su rabia en un intento por sobrevivir.
Yo cierro las ventanas, y mi angustia cotidiana ha subido un nivel solo de imaginar que esos ciudadanos temerosos y violentos andan sueltos en el tráfico, en los pasillos de los supermercados o caminando por las banquetas. Ojalá nunca nos encontremos de frente. Ojalá el miedo que me provocan no me convierta en uno de ellos.
PARTIDA DOBLE: LA COLUMNA DEL HABER POR VANIA VARGAS
Pudo haber sido Bonnie Parker, una joven audaz sobre el trapecio volante, intérprete de los sueños de algún Presidente, mesera en el restaurante de una carretera solitaria o una abnegada madre de familia. En cambio, pasa los días viendo, sintiendo y tratando de contarlo.