Partida doble (XVI y XVIII): la columna del haber por Vania Vargas imagen

Vivo en un país en el que los niños son unas criaturas extrañas, incomprensibles, que se pintan los cachetes para convertirse en payasos sucios que no harán reír a nadie en los semáforos.

Las opiniones e imágenes de este artículo son responsabilidad directa de su autor.

XVII

Una media docena de niños es, quizá, la que vive en este hotel. Los he visto a casi todos; al resto, lo presiento. A veces los escucho jugar pelota y pegar de gritos con despreocupación en los pasillos, antes de la hora de la cena. Hubo una temporada en la que entre sus juegos los escuchaba imitar a los que ofrecen parqueo todas las noches desde los bares de la 12 calle. En ese entonces eran más pequeños. Pequeños, quizá, como esos que he visto transitar en buses nocturnos atestados, cabeceando contra las ventanas empañadas por todas las cabezas de la jornada, o dormidos sobre las rodillas de otros niños que resultan ser sus papás.

Vivo en un país en que los niños son unas criaturas extrañas, incomprensibles, que se pintan los cachetes para convertirse en payasos sucios que no harán reír a nadie en los semáforos; pequeños seres plateados de ojos amarillos que escupen fuego a cambio de monedas en el más triste de los espectáculos, vendedores de banderitas de un país al que no le importan; limpian vidrios para que el transeúnte los vea; y ofrecen chicles en las esquinas. Son una parte más del paisaje urbano cotidiano. 

Hijos de la ignorancia religiosa y la violencia. Condenados a multiplicar su experiencia, multiplicándose a sí mismos. Llenando ciudades subdesarrolladas con más niños que cuidan tiendas, portan escopetas para defender la propiedad y el capital de la amenaza de otros niños, que luego abate la policía sobre las avenidas porque tienen pólvora en las manos. Esos de los que nos defiende el polarizado, que solo llegan en imágenes, números y estadísticas a nuestras pantallas, por eso casi no nos tocan, por eso se sienten tan lejanos, a pesar de que serán el futuro de nuestra miseria ciudadana, si es que logran sobrevivir.

XVIII

 Hay gente que nunca pierde su relación con la tierra. Mi papá cruzó el país. Se trasladó de Oriente a Occidente, se volvió comerciante, pero todos los medios días y durante sus tardes libres uno puede encontrarlo mezclando tierra con desechos orgánicos, regando sus plantas, cosechando. Él llenó la casa de flores, y los árboles de frutos y pájaros.

Hace algunos años se dispuso a colonizar una terraza, empezó con baños y palanganas llenas de tierra preparada, de donde empezaron a surgir cebollas, cilantro, chiles pimientos, zuccinis, espinacas y acelgas. Lo básico para que mi madre pronto dejara de correr hacia el mercado, y tuviera siempre hierbas y verduras frescas. Así, la terraza se fue convirtiendo en un pequeño huerto, y mi padre, en un terrazacultor.

De esa constante relación con la tierra le ha quedado a mi padre el interés por las raíces de todo lo que realmente lo toca, el gusto por explorar, escarbar; la dedicación y la paciencia de ver florecer.

Yo, que soy de su cosecha, me imagino como una de esas plantitas de terraza, plantitas movibles, para mi fortuna. Con la capacidad de crecer y florecer donde sea que pegue un poquito de luz. 

PARTIDA DOBLE: LA COLUMNA DEL HABER POR VANIA VARGAS




Pudo haber sido Bonnie Parker, una joven audaz sobre el trapecio volante, intérprete de los sueños de algún Presidente, mesera en el restaurante de una carretera solitaria o una abnegada madre de familia. En cambio, pasa los días viendo, sintiendo y tratando de contarlo.

Vea sus columnas aquí.

Todas las noticias, directamente a tu correo

Recibe todas las noticias destacadas de Relato.gt, una vez por semana, 0 spam.

¿Tienes un Relato por contar y quieres que nosotros lo hagamos por tí?

Haz click aquí
Comparte
Comparte