Al vikingo de Palín nada lo detiene imagen

Juan Antonio nunca se ha sentido acomplejado, su mente está fija en sus metas deportivas y sueña con representar a Guatemala.

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Pocas horas después de haber nacido, su destino parecía incierto. Una malformación en las piernas pronosticaba muchas limitaciones, pero el amor de su familia y la fe lo convirtieron en un ejemplo dentro del béisbol nacional.

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Tiene 17 años, muchos sueños e ilusiones. Nació y creció en Palín, Escuintla desde donde viaja al menos tres horas para llegar justo a tiempo para la cita en el Diamante Enrique “Trapo” Torrebiarte, cada lunes.



Foto cortesía Erick Morataya

Vive con su papá, quien trabaja como soldador, su mamá que es ama de casa y su hermano mayor en una construcción modesta y con los recursos ajustados para tener la comida del día.



Juan Antonio Urizar trabaja como mecánico diésel y disfruta al máximo escuchar el rugir de los motores, aunque eso no opaca su pasión por el deporte. Nació sin ningún problema, pero poco tiempo después comenzó a sufrir algunas complicaciones quedando cerca de la muerte. Recibió tratamiento médico pero no todo se rescató por completo. Sufrió una malformación en sus rodillas, especialmente la izquierda.



Foto cortesía Erick Morataya

Juan Antonio se enamoró de la disciplina. Cuando era pequeño se sentaba por horas para ver a sus equipos favoritos en la televisión: Houston, Washington, los Cardenales y los Gigantes de San Francisco. Desde entonces anhelaba convertirse en un referente del béisbol.



Cuando tenía 11 años, Juan Antonio compró con mucho esfuerzo su primer guante. A partir de ese momento, todas las tardes salía a la calle para jugar, aprender las reglas de la disciplina y buscar una oportunidad. No importaba si llovía o si hacía mucho calor, todo pasaba al segundo plano cuando de su pasión se trataba.

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Cuando cumplió 15 años, Yankis le abrió sus puertas por una temporada. Inmediatamente su vida dio un giro de 180 grados. Meses más tarde inició una nueva etapa en una academia de Palín y en este 2018 comenzó a jugar con Vikingos. En todo su trayecto, siguió trabajando debido a la complicada situación económica en casa. Su tiempo está dividido entre responsabilidad y deporte, pero su mente está fija en el diamante.



Foto cortesía Erick Morataya

El beisbolista es una persona humilde, comprometida y que se entrega al máximo dentro del campo. Sus amigos ven en él un claro ejemplo de superación, pasión y esfuerzo detrás de una tímida y cálida sonrisa.

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El deporte le ha inculcado a Urizar mucha disciplina y expectativa. Estudió hasta tercero básico, pero espera finalizar sus estudios y especializarse en mecánica. Sus ojos se encienden cada vez que recuerda su primera visita al diamante de béisbol en el Parque Erick Barrondo, la emoción de ver el campo y sentir la velocidad de la pelota. Sentir el viento en el rostro y la dinámica del juego.



Nunca se ha sentido acomplejado. Su actitud en todo momento es positiva. Es creyente en Dios y respetuoso del apoyo que su familia le ha brindado. El béisbol lo alejó de las drogas y las malas amistades que siempre estuvieron a pocos pasos y su corazón late fuerte cuando piensa en su futuro dentro del deporte.

Hasta el momento no ha tenido contacto con la selección nacional, pero uno de sus primeros objetivos es poder representar a Guatemala en un campeonato internacional. 

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