Yo soy Gabriel, hombre de día y prostituto de noche imagen

“Lo importante es tener los Q35 para pagar el cuarto cada noche, si no te toca dormir en la calle. De ahí, cualquier cosa es lo de menos”. Así comienza este relato Gabriel, como lo llamaremos de forma

Las opiniones e imágenes de este artículo son responsabilidad directa de su autor.

“Lo importante es tener los Q35 para pagar el cuarto cada noche, si no te toca dormir en la calle. De ahí, cualquier cosa es lo de menos”. Así comienza este relato Gabriel, como lo llamaremos de forma ficticia.

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La mayoría dormimos en hoteles baratos. Yo, en el Norte, un hotel de mala muerte que está por la Cruz Roja. Hay otros que tienen casa con esposa, hijos, o viven con sus papás. A esos nosotros les llamamos “apretadas”, porque no saben qué es lo bueno de vivir en la calle.

Aunque tengo mi casa en la zona 18, prefiero dormir allí en el hotel a ir a esa casa donde mi hermano me quita todo lo que gano. Además, uno se siente sucio –o yo, por lo menos– de llegar a casa después de que te hayan penetrado unas dos veces la noche anterior o que te hayan tocado todo.

¡Te aclaro, otra vez! Yo no soy hueco, me gustan las mujeres. Pero encontré una forma de ganar buen dinero, y como tengo buena herramienta y soy culón, por eso me dedico a esto. Además, no me visto de mujer. ¡Yo trabajo como hombre para atender a hombres y mujeres!

(Sonríe y toma un trago profundo de cerveza).



Aunque tienen hogares, muchos de los jóvenes que ofrecen servicios sexuales prefieren dormir en hoteles. Foto: Orlando Estrada

Gabriel tiene 23 años. Nació en Guastatoya, El Progreso, y vino a la capital junto con su mamá y sus dos hermanos varones cuando tenía 8. Se instalaron en la zona 18, en la casa de un tío. Cuando cumplió los 12 su mamá murió de cáncer y quedó al auxilio de sus hermanos, quienes nunca se interesaron en él. Estudió hasta graduarse de perito contador y su primer trabajo fue en un banco, de cajero receptor.

Esa noche decidió hablar conmigo. Luego de haber coincidido varias veces en el mismo lugar donde compro mi cena, él llegó por un vaso de café como siempre. Esta vez aceptó un litro de cerveza. Bajo ese incentivo me contó su experiencia de vida como prostituto en las calles de la zona 1.

Una mala noche

Continúa su relato: Yo lo último que sentí fue la manada que me dio ese desgraciado en la cara, de ahí no me acuerdo de nada. Cuando desperté estaba tirado y desnudo al lado de la cama. Me dolía todo, mano ¡Todo! Ese señor me quebró dos costillas, me partió los labios a patadas y me robó hasta los zapatos. Su enojo era porque no me dejé penetrar como él quería… ¡Pero puta! Era mi primera vez y además la tenía muy grande. No aguanté.

Esa noche cumplía quince días de haber comenzado a pararme en la esquina de la 5a avenida y la 9a calle, pero era la primera vez que la iba a hacer de pasivo (hombre que se deja penetrar). Ese señor pasó como a las doce de la noche y no había caído ningún cliente. Mis compañeros de esquina ya habían tenido por lo menos un levante, pero yo nada. Yo no había comido porque no tenía ni para el cuarto de hotel.

Entonces, cuando él pasó hizo el típico ritual que todo hombre casado hace cuando nos quiere levantar: primero pasan en su carro bien despacio. Luego, la segunda vez ya bajan el vidrio y se paran. Uno tiene que adivinar a quién están viendo si hay varios en la esquina, a quién “le está tirando el jale”, o sea, a quién se quiere llevar. Yo me acerqué a su carro y él bajó la ventana muy lentamente. Lo primero que me preguntó fue mi edad, luego que cuánto me medía. Yo le contesté que tenía 21 años y me medía como 19 centímetros.



Los jóvenes que ofrecen servicios sexuales suelen estar ebrios para no sentir el frío de la noche. Foto: Orlando Estrada

Me preguntó los precios y le expliqué que cobro Q150 haciéndola de activo (hombre que penetra) y que me puede hacer sexo oral sin preservativo. Adicional, le dije que cobro Q50 más si quiere penetrarme y otros Q50 si quiere que yo le haga sexo oral con preservativo. El tiempo es una hora más o menos. Ahora, si tiene ganas de tomar algo, pues me tiene que invitar y yo me quedo con él.

Él se mostró muy interesado en mí. Como casi siempre los clientes nos piden que les mostremos el pene ahí en la calle, yo me la saqué y le gusté aún más. Me dijo que me subiera y nos fuimos a tomar a Las Estrellas, ese es un bar de chinos que está en la 17 calle… feo pero barato.

Allí tomamos bastante. ¡Ah! Y se me olvidó decirte, no beso a los hombres, solo cuando me dan suficiente dinero. ¡Si no, qué asco! Como a las dos de la mañana más o menos me pidió que nos fuéramos al hotel. Fuimos a uno que está por la 11 calle y 3a avenida, el Beltmont, creo que se llama. Entramos, intentó besarme y no me dejé. Eso lo comenzó a enojar.

El señor tenía unos 48 años, una camionetona y medía como 1.85. Adentro de la habitación me desnudó así bruscamente y me echó cocaína allá atrás. 

Comenzó a inhalarla, eso lo puso loco y cuando me pidió sexo yo no pude y me comenzó a pegar. Se fue y yo desperté todo golpeado, solo con el bóxer y el pantalón al lado de la cama. Me puse lo que pude y salí al frío de la noche.

No sabía qué hacer o para dónde irme. Recuerdo que como iba sin camisa unas vestidas (travestis) que se mantienen en la esquina me llamaron y una de ellas me dio su chumpa, me curaron un poco y me llevaron a su hotel. Obviamente me tocaron todo porque yo iba bien bolo, pero no recuerdo mucho. Íbamos caminando como para la avenida Elena cuando nos salieron como cuatro mareros, las dos vestidas que acompañaban a Tiffany, la que ahora es mi gran amiga porque fue la que más me ayudó, sacaron unos cuchillos y se comenzaron a pelear con esos majes.

Yo me defendí como pude y salimos corriendo. A todo esto ya eran como las cuatro de la mañana. Fue horrible, pero solo era el inicio de lo que me esperaba en las calles. 



La mejor forma de sobrevivir en la calle es tener amigos “¡Hasta de los juras (PNC)! Si no conocés 

a nadie estás perdido” cuenta Gabriel. Foto: Orlando Estrada

Yo al principio me quedaba en un hotel de la 18 calle y la Tiffany fue la que me llevó al Norte, ese hotel que te digo que es una perdición. Cuando vos llegás el chavo de la puerta te pregunta si querés para un rato o para toda la noche. La Tiffany me enseñó a pedir “pasillo”, eso quiere decir que no te dan cuarto, solo te quedás caminando por los pasillos del hotel y los hombres que están en los cuartos te salen a traer para tener sexo, obviamente gratis –o, según tu astucia, si podés sacás algo de dinero.

Entonces, allá adentro todo mundo camina en los pasillos; otros, con las puertas de sus habitaciones abiertas para que los mirés masturbándose; otros metiéndose droga, porque allí mismo te venden. Los cuartos donde vivimos “los residentes” son los del tercer nivel hacia el fondo. Allí si ya no entran los de los pasillos, pero nosotros salimos a traer a quienes queramos. Yo solo cuando me pagan entro a alguien.

En ese hotel no se duerme y hay sexo entre todos y contra todos, todas las noches. Es una locura. Entran viejos casados, chavos así bien vestidos, parejas de novios, locas, drogadictos… de todo.

Una noche en su esquina

Después de haber platicado esa noche con Gabriel, decidí ir a la esquina donde se mantiene y quedarme parado unas horas. Escuché los insultos que a diario les gritan los transeúntes; también observé la forma en que negocian los servicios.

Allí conocí a Matías, originario de Costa Rica, de unos 28 años de edad. Su especialidad son los hombres ya mayores; es porque logra sacarles hasta los zapatos –si puede– poniéndolos bien ebrios. Matías habla poco, él prefiere acercarse a los carros ya con el zipper abajo y con su miembro de fuera. No negocia mucho, solo da el precio, las advertencias y listo.



En los “levantes” se negocia el precio, como condición siempre piden utilizar preservativo. Foto: Orlando Estrada

Su aspecto masculino de barba algo espesa, sus ojos claros color marrón y su voz ahogada en un acento entre dominicano y salvadoreño hacen que sea uno de los más codiciados de la esquina. Aunque se habla de que está contagiado con alguna enfermedad mortal, nadie dice más.

Esa noche fue una jornada rentable, solo llegaron a trabajar tres de los cinco que lo hacen juntos. Gabriel sacó tres levantes; Matías solo dos, pero bien pagados; al otro muchacho, moreno y de quien no supe su nombre, se lo llevó alguien pero ya no regresó. A eso sus compañeros le dicen que “encontró chante”, ya que saben que dormirá en un lugar caliente y seguro –o por lo menos eso creen, o esperan que no pase lo peor, que mañana no sea portada en Nuestro Diario.

De este oficio no se habla en casa

También tengo un cuate que se llama Joel. Aquel vive en la zona 21 y tiene dos hijos. Él sí viene todas las noches y en la mañana regresa a su casa. Según la mujer, Joel trabaja en una panadería en la zona 18. Todos los días se viene a eso de las 6 desde su casa y pasa a ver a una su casera. Allí se cambia de ropa, una ya más llamativa, y sale a trabajar a eso de las 9 de la noche.

Aquel es bien guapo, dice que su papá es de Chiquimula y su mamá de El Salvador. Es grandote y tiene una gran casaca. Él prefiere hacerla de pasivo siempre cuando está con hombres porque les logra sacar buen billete, hasta Q500 varas en un solo levante. Con mujeres la hace de hombrecito.

La distribución de las esquinas

Las esquinas de la zona 1 tienen dueño, todas pertenecen a un grupo en específico. Según Gabriel, así se distribuye el sector:
-“Vestidas” (Travestis): Se ubican sobre la 3a avenida. “Allí no nos metemos. Esas son malas, aunque yo tengo varias amigas ahí”.
-“Las mujeres que sí son mujeres”: Se ubican en el área que rodea el Cerrito el Carmen. “Con ellas no hay clavo, solo las invitás a unos tragos”.
-“Nosotros los machos” (como Gabriel): Se ubican entre 5a avenida y 5a calle, también en la 2a avenida y 14 calle, en la esquina del Palacio Nacional y alrededor de la Cruz Roja.
En este oficio es indispensable conocer los puntos de distribución de droga, la mayoría de clientes lo pide. También se debe saber en dónde están los hoteles baratos y seguros. Siempre se deben tener preservativos.


Esta vida es horrible

La vida de noche en las calles es de lo peor, no se la deseo a nadie. Pasás hambre, frío, miedo y dolor. Muchos han de pensar que es rico estar teniendo sexo a cada rato pero no, se siente uno sucio. En pocas palabras, te sentís puta.

A mi amigo Carlos (ficticio) lo mataron hace poco. Él se fue con dos clientes y lo último que sabemos es que apareció muerto allí por el mezquital… pobre aquel. Era de familia de pisto y cristianos, pero salió mero puto y le gustaba la vida alegre.

A mí me han contagiado de sífilis y gonorrea dos veces. A pura penicilina nos curamos porque esto debe continuar, ya nos acostumbramos a esta vida. Te digo que ahora ya no somos muchos porque está muy peligroso, pero de algo tengo que comer.

La policía ya nos conoce, pero a veces ellos mismos nos intentan sacar dinero. Yo paso alcoholizado casi todos los días para no sentir el frío y la soledad. En el día soy normal. Me levanto bien tarde porque paso toda la noche trabajando. Me baño y salgo a comer algo o a visitar a algún amigo. Cuando tenía novia iba por ella al colegio y luego me iba a tomar unas cervezas al finalizar la tarde para estar listo en la noche. Quien me mira en la calle de día no se imagina a lo que me dedico.

Dato

Según estadísticas de asociaciones como Centro de Amigos contra el Sida (CAS) o Pasmo, de miércoles a domingo unos 50 jóvenes hombres se prostituyen en la zona 1. Están entre los 19 y los 27 años. El 60 por ciento de esos hombres ha sido contagiado con una infección de transmisión sexual.

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