Una noche en el hospedaje de la perversión: Hotel El Norte imagen

Un reportero pasó la noche en uno de los hospedajes más obscuros de la ciudad, “Hotel el Norte”, el mismo en el que buscan refugio los prostitutos de la zona 1.

Las opiniones e imágenes de este artículo son responsabilidad directa de su autor.

Cuando faltaban 15 minutos para las 9 de la noche llegó el bus a la Bolívar, cerca de la parada del Transmetro, en Santa Cecilia. Después de casi 5 horas de camino por tanto tráfico, por fin ya estaba en la capital. El frío y la paz de Salcajá se habían quedado atrás ese sábado y el fin de semana prometía largas horas de diversión y muy probablemente sexo.

Con una maleta, 2 bolsas y un paquete donde guardaba un capuchón o penacho de plumas, se encaminó a tomar el último Transmetro que lo llevaría al Centro Histórico. La gente lo miraba extraño, el delineador en sus ojos y su pelo “canchusco” llamaban mucho la atención. Se sentía desorientado, era la tercera vez que llegaba a la capital y la primera que llegaba de noche.

Con miedo se bajó en la Muni y caminó por toda la sexta avenida hasta llegar a “los Cápitol”; allí estarían sus amigos, quienes lo guiaron por mensajes de Whatsapp, le habían calentado la cabeza para que se animara a convertirse esa noche en la mujer que nunca fue al nacer.

Gonzalo estaba dispuesto a pasarse la mejor de sus noches, visitar por primera vez la discoteca Genetic y luego regresar a un hotel a dormir un poco para el otro día retornar a su amada Xelajú.

Pero no sabía que su estadía sería en El Norte.




Una noche entre los del norte

Este servidor pensó más de una vez aceptar el reto de ir a pasar una noche en el famoso y tan mencionado “Hotel del Norte” para hacer este relato. Desde la vez que Gabriel (nombre ficticio), sí, es Gabriel, el de Hombre de día y prostituto de noche, nos contó de lo que se hacía en ese lugar, se nos ocurrió la idea de experimentarlo para contarlo mejor.

El Norte está ubicado en la 3a Calle “A” y 9a Avenida, zona 1. Es un callejón que está frente al portón de la emergencia de la Cruz Roja. Frente al hotel se localiza un lugar de relajación gay, el sauna “Urbano”.

Decidí vestirme lo más sencillo posible y por las recomendaciones que me dio Gabriel, ese sábado no llevé celulares, billetera, ni nada de valor, porque la advertencia fue clara: “Hasta el bóxer te roban si te descuidás”.

Llegué al hotel a eso de las 11:00 de la noche. Por fuera todo parecía normal, 3 gradas, un pequeño recibidor, una puerta de metal, una canción de Los Temerarios de fondo tras la “recepción” y un rótulo en el que se identifica el lugar.




Toqué la puerta y segundos después me atendió por una ventana el “amable recepcionista”. Pregunté si había habitaciones disponibles y me respondió que sí, pero ya solo sin televisión. “El precio es de Q50 la noche”, me dijo.

Ya con las instrucciones de Gabriel me animé y le pregunté si había pasillos. Me respondió que sí, a Q25 la noche. Pagué los Q50 y entré. Al darme el cambio de un billete de Q100, me entregó una llave de un candado con el número 23, un poncho apestoso, una toalla, un rollo de papel y un jabón “chiquito”. Algunos ya saben de cuáles jabones hablo.

Al pasar la “recepción” habían unas mesas en un pequeño patio central. Dos hombres tomaban cerveza. “Hay de a Q10 las Ice y a Q15 las Gallo, agua pura, gaseosas y ricitos”, me dijo el recepcionista al preguntarle los precios.

Me acompañó por unas diminutas gradas hasta llegar al segundo nivel. Y allí estaba la 23, me entregó la habitación y se regresó pasando por en medio de 2 hombres que platicaban en la puerta de la 20. Pensé que serían mis únicos vecinos.

En el cuarto no encontré nada más que un olor putrefacto a cloro barato (espero que haya sido cloro) y una colchoneta encima de una plancha de concreto color Corinto. Al lado, una mesa también de concreto del mismo color. Encima una palangana grande y a la par un pichel con agua. No creí que fuera apta para tomarla –y luego lo confirmé, porque supe para qué eran esos enceres.

Cerré la puerta con un grueso pasador, y al observar en la madera se leían grafitis como: “Aquí perdí mi dignidad”, “3489—- llamar solo pasivos y los vengo a acompañar”, “que viva la ver….”, “Brandon y Carlos estuvieron aquí for ever”, entre otros mensajitos.




Eran casi las 11:20 de la noche y la verdad esperaba ver y escuchar más acción. Llegaron las 12:00 y nada, la 1:00 de la madrugada y no pasaba lo que me habían dicho que pasaba en ese lugar. Ya me había aburrido, por lo que decidí salir al pasillo. Vaya sorpresa la que encontré.

Mis vecinos de la 20 se practicaban sexo oral en el pasillo, uno hincado a los pies del otro. En el pasillo de enfrente un hombre cuarentón caminaba sin camisa con ojos de lujuria viendo hacia donde yo estaba. En la 22 se escuchaban unos gritos ahogados entre placer y dolor, supuse qué era lo que estaban haciendo los inquilinos.

Sonó el timbre de la puerta principal y en segundos se escucharon varias voces de hombres que hablan con la garganta como desafinada, una mezcla de alarido, voz masculina, canto “shakirense” y falsete de mezzo soprano. Entraron al hotel muy alegres unos 3 chavos que hablaban sobre lo bien que se la habían pasado en la “disca”.

Uno de ellos, con peluca canche, un penacho de plumas fucsia y un vestido bastante colorido, fue el primero que subió las gradas. Al verme lanzó una sonrisa provocativa, pasó y abrió la puerta de la 21. El resto subió detrás de él.

Después de ellos comenzaron a llegar, por grupos, parejas y solos. Muchos ya tenían habitación; otros solo pedían “pasillo”.

En cuestión de minutos el hotel estaba lleno. Entonces entendí que lo “bueno” estaba por iniciar.

Continúa:




Una noche en el hotel de la perversión: una noche en el hotel El Norte (Parte II) 

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