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Era una mañana nublada, de mediados de junio, cuando Leonor Ruiz se topó con lo que fue la mayor sorpresa que había recibido en 58 años de existencia.

Su día empieza muy temprano, tiene la costumbre de madrugar desde niña, porque su abuela le inculcó el hábito, cuando le enseñó a ayudar un poco con las tareas domésticas que debía realizar antes de irse a estudiar.

Después de salir de la cama, ir al baño y tomar un vaso con agua pura, tomó la escoba para empezar a limpiar la casa, como vio que el suelo estaba húmedo por el rocío que había caído antes de amanecer, no quiso regar un poco de agua.

Al llegar al “zaguán” donde guardaban el carro de Marielena, su hija, observó que debajo de la puerta había un sobre tirado, de inmediato pensó que era alguna correspondencia que había llegado al final del día anterior, pero se le hizo extraño que ella cuando entró a la casa no lo recogió.

Sin desconfianza lo tomó y se lo llevó. “Hija, esto estaba debajo de la puerta, hay lo revisas porque pude ser algo importante”, le dijo. “Sí mamá, no se preocupe yo lo veo”, le contestó Marielena con vos apresurada, se le había hecho tarde para irse a trabajar.

Entre el saco doblado sobre el antebrazo izquierdo, la lonchera y la bolsa en una mano, en la otra el pachón con un batido “detox” y las llaves del carro iba el sobre. Al llegar al carro, acomodó todo en su lugar, arrancó el vehículo para “calentarlo”, en lo que abría el portón, saludó a los vecinos y salió a toda prisa para el trabajo.

La mañana fue tranquila en la oficina, no hubo mucho movimiento, uno que otro caso que atender, pero nada de contratiempos. Al mediodía cuando salió a almorzar, calentó su comida y tomó el sobre para saber qué le habían enviado.




Con el primer bocado en la boca, sacó del sobre una hoja de cuaderno doblada por la mitad y pudo leer el mensaje: “Tienen una semana para que nos paguen Q5 mil, sino se quieren morir, las tenemos controladas y sabemos que viven solas. Así que póngase pilas o se las va llevar la gran puta, esto no es un juego o una broma, tómenlo con seriedad porque es el primer aviso”.

De inmediato, la comida fue amarga para Marielena y mientras asimilaba el contenido de cada palabra su cuerpo empezó a temblar de miedo, sentía como cada músculo de su cuerpo se movía involuntariamente o se contraían.

Lo primero que se le vino a la mente fue su mamá. Doña Leonor, ese día tenía que salir para ir al banco por lo de su jubilación, hacer unos pagos, comprar unas cosas en el supermercado y alguien la podía estar vigilando.

Sus suspiros profundos y su incontenible llanto los escuchó su jefe, Antonio, quien de inmediato le preguntó qué le pasaba, en qué la podía ayudar, por qué estaba así. ¿Qué hago? Le respondió ella y le dio el “papel” para que lo viera.

“Asegúrese que su mamá está bien, no le comenté nada hasta que usted llegue a su casa, no dejen que el miedo las domine, tienen que ser fuertes, sino les llega otro aviso no hagan nada”, fueron las recomendaciones de Antonio que Mariela siguió al pie de la letra, a las que le agregó cambiar de horarios, rutas y ser muy observadoras con todo su entorno.

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El caso de Mariela y el de su madre Leonor, encaja a la perfección entre las extorsiones que intentan cobrar, quienes se hacen pasar por pandilleros y que son el 15 por ciento de los casos documentados en la Fiscalía Contra las Extorsiones, del Ministerio Público.

Quienes actúan de esta manera, solo lo hacen por apariencia, puede ser hasta un vecino que intenta lograr su cometido, no son peligrosos aunque lo aparenten.

“Las modalidades más comunes en el cobro de extorsión son: las llamadas telefónicas y el envío de cartas (anónimos)”, asegura Jorge Aguilar, vocero de la Policía Nacional Civil.

Para las autoridades, los cobradores más peligrosos de extorsiones son “quienes lo hacen solos, conocen bien a la víctima y por eso la intimidan y amenazan con algo en específico. También, los miembros de estructuras bien organizadas, con jerarquías que, además, de amenazar, vigilar y cobrar pueden asesinar”.




Mariela y Leonor no sabían a quién de estos cobradores se enfrentaban cuando recibieron el anónimo y para cualquier víctima es imposible saberlo, hasta que se pone la denuncia y las autoridades investigan para dar con su paradero y capturarlos.

Afortunadamente, para ellas nunca llegó otra amenaza, como lo ha sido con los pilotos de buses que son víctimas frecuentes del cobro de extorsión. Sostienen que este ya es un “delito común”, que cualquiera comete y que solo se pude combatir con la denuncia para que las autoridades investiguen y sean certeras con las capturas que realizan.

En lo que va del año, el grupo Panda de la PNC, ha conocido más de 4 mil denuncias a nivel nacional. El departamento de Guatemala tiene la mayor incidencia con 1869, seguido por Quetzaltenango con 440, Chimaltenango con 267, Escuintla con 198 y Suchitepéquez con 180.

Fotos: Pixabay

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