Me preparé al menos un mes y medio para la carrera Big Foot. No suelo inscribirme a este tipo de eventos pero decidí que era momento de poner fin a un ciclo de mi vida que años atrás dejé inconcluso. No sé en qué puesto llegué a la meta, pero llegué y eso es lo que importa.
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Cuando era pequeño inicié en el atletismo. Nunca olvido una carrera en la que celebré antes de tiempo, no llegué al final y alguien se quedó con mi primer lugar. Mi familia lo tomó como chiste. He contado esa experiencia una y otra vez, me he reído hasta el cansancio pero me quedé con la espinita de demostrarme de lo mucho que soy capaz.
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Cuando decidí unirme a la aventura pensé “Rubén es el momento”. Me lo repetí cien veces y llegué a comprar mi ticket. No habría vuelta atrás.
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Hace unos 9 meses comencé a entrenar en un gimnasio cerca de mi casa. Uno de los entrenadores compite en las carreras Spartan. Básicamente son recorridos de kilómetros con obstáculos. Nos infundió su pasión por este tipo de eventos. Me dieron ganas de vivir algo diferente, algo nuevo.
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Llegó el día del mayor reto. Me levanté temprano por una mala noticia, no quiero ahondar en el tema porque involucra a terceras personas y mi carro. Fui a la casa de mi abuela y esperé que llegaran por mí.
El camino hacia el campo de batalla fue largo. Pasé dejando a mi primo a su trabajo y emprendí vuelo. Debía salir de la vanagloriada zona 6 para llegar hasta la esquina contraria, en donde el diablo dejó su cobija, por allá al fondo de San José Pinula.
Encontré parqueo al fondo del lugar. Había un calor intenso y tuve que cambiarme de ropa. Me coloqué una playera del gimnasio y una licra negra para protegerme. Caminé hasta encontrar a mis dos amigos con los que competiría.
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Pitazo inicial
El vocero contó 3, 2, 1…sentí eternos esos primeros segundos. Comencé a correr. Tuve que correr entre terrenos inundados de lodo, escalar algunas paredes, nadar en lagunas de color café y olvidarme del clima, de la gente y de todo lo demás.
A lo lejos escuchaba el quejido de otros participantes y me decía “Rubén no podés parar”. No paré. Vino a mi mente en varias ocasiones aquel día que no pude terminar la carrera. Ese momento que tomé como divertido pero que dejó un hueco en mi corazón, necesitado de finalizar un reto impuesto por mí mismo.
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Me cansé, seguro desmayé por algunos segundos, otros me desconecté y puse el 100 por ciento de mi esfuerzo. Aunque no era mi principal objetivo, quería demostrarle al mundo que soy capaz. Quería mostrar mi medalla en las redes sociales para enseñarle a las personas que soy maduro para imponerme nuevas metas, trazarlas con claridad y cumplirlas hasta terminar extremadamente exhausto.
Nuevos caminos, con una nueva visión
Sí. Me gustó la experiencia. Llenarme de lodo hasta el apellido. Lograr ver el letrero de “meta” y cruzarla. Eso por supuesto quedó grabado en una fotografía. Quiero comenzar a emprender nuevos viajes. Aumentar la resistencia, mi coordinación y mis habilidades físicas.
Quiero volver a retarme y sentir la satisfacción de vencerme. Quiero llegar más lejos y firmar la pared de mi gimnasio en donde reconocen a los protagonistas que han representado a Guatemala fuera de las fronteras.
En agosto viajaré a México y quiero escribir una nueva historia. Dejar mi nombre en lo alto del podio y seguir caminando hacia nuevas rutas. Seguiré entrenando duro y les dejo la invitación para que cada uno de ustedes se extienda a nuevos horizontes.