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Máxima les contó la historia. Cruz, su hermana y la prima la escucharon asustadas.

“Me desnudaron y se llevaron el güipil y el corte, me los quitaron en plena calle y me dejaron en calzón”, contó la tía con el rostro lleno de miedo. Nada tenía sentido, ¿quién podría querer llevarse el tejido que le demoró ocho meses elaborar? ¿A quién le interesaba apropiarse de los intrincados tejidos de verde, amarillo y rojo, distintivos de San Martín Jilotepeque?




La respuesta, un conocedor del valor que los güipiles tienen en el mercado de artesanías.

Desde entonces las historias de mujeres que visten traje típico y son víctimas de robo, se popularizaron. A Máxima, quien durante ocho meses tejió las montañas de su pueblo y las flores que crecen en sus campos, le bastaron cinco minutos para que un extraño se llevara todo su esfuerzo.

Sin güipil en la capital

Tiene tantos años de trabajar allí, como la zona a la que llama su segundo hogar, Vista Hermosa. Llegó cuando recién cumplía los 18 años de San Martín Jilotepeque, Chimaltenango.

Cada sábado, Cruz, su hermana y una prima hacen el viaje de tres horas hasta San Bartolomé, a unos 5 kilómetros de la cabecera municipal. Sin embargo, los viajes se han vuelto cada vez más largos, y no porque su pequeño pueblo se aleje, sino por la angustia que la primera hora de viaje les provoca.



Cruz solo se siente segura de llevar sus mejores galas cuando está en su pueblo. “Allí todos nos conocemos y no es tan peligroso”.

“Salimos de Vista Hermosa y vamos al Obelisco a tomar un bus que nos lleva al Trébol, de allí agarramos uno para ir a la Roosevelt y luego otro en Utatlán”, este último las lleva hasta Chimaltenango. Pero es el recorrido del Obelisco a Utatlán al que más le temen.

Allí, mareros abordan las unidades del servicio de buses y les piden a los pasajeros que no les dejen volver a las andadas. “Cooperen, son 5 varas por cabeza, no queremos regresar a la vida de antes”, pero cooperar no es suficiente.

Cruz paga Q25 por el viaje de ida y otros Q25 por el regreso a la capital. Al mes estima que gasta unos Q250 en viajes. A esto, debe sumarle los Q10 adicionales que tiene que pagar a los mareros para evitar los asaltos.

Algunos se llevan celulares, aretes, bolsas y nuestros güipiles para luego venderlos, dice Cruz. “Nos revisan las bolsas y maletines para ver si llevamos nuestros trajes y si los encuentran, se los llevan”, agrega.

Es por eso que ahora Cruz ha optado por llevar ropa menos elaborada y más barata.




“Ahora salgo con un traje por el que pago Q150 y si se lo roban pues no me da tanta cólera”.

Una parte tiempo, otra dinero

El valor de los güipiles que tejen las mujeres en Guatemala va más allá del costo de los materiales. “Pasamos cerca de 9 meses tejiendo para hacer un buen güipil y a eso súmele el gasto en hilo, puede llegar a costar hasta Q6 mil”, relata Cruz.

Pero los ladrones, algunos conocedores de textiles típicos, saben que “más es mejor”. Algunos no se limitan a llevarse solo el güipil, se llevan el corte y el delantal, ya que se venden mejor como piezas completas.




A decir de Cruz, un corte negro tejido en San Martín, puede costar hasta Q1,200 y el delantal que acompaña el traje unos Q500. “En total se llevan unos Q8 mil y los terminan vendiendo por Q1,500 en los mercados de la capital”.

Desde lo sucedido a su tía y a otras conocidas de San Martín, y el peligroso tramo de la Roosevelt, Cruz ya no sale igual a su descanso. Ahora espera llegar a San Bartolomé para ponerse con orgullo su güipil y el corte con motivos de su tierra. “Allí estoy más segura”.

Conoce más de nuestros trajes típicos aquí: 

https://museoixchel.org/coleccin

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