Las opiniones e imágenes de este artículo son responsabilidad directa de su autor.

Niños, mujeres y hombres no escapan de sus tentáculos. No es la droga, pues, una fuerza más grande que la adicción es la que arrincona a quienes caen en ella.

Cada uno tiene una historia diferente. Hambre, abandono y necesidad son las condiciones que viven quienes hallan en la prostitución una forma de vida.

Y los que identifican estas carencias en las personas se convierten en los grandes ganadores del negocio de la explotación. En Guatemala, el 80 por ciento de las personas que se dedican a esta actividad son mujeres y de estos el 60 por ciento son menores, relata la Unidad de Prevención de la Procuraduría de los Derechos Humanos (PDH).



Foto: Osman Vásquez.

Una ciudad repartida

Nancy, una joven de 28 años, inició su camino en el negocio de la carne, con apenas 16 años, luego de abandonar su casa. Hoy, una consumada trabajadora del sexo, conoce sus limitaciones geográficas.

“Puedo trabajar en zona 9, entre la 12 y 8a. Calle”, comenta. Allí pago mi derecho de piso y mi encargado me supervisa cada hora.

Ella trabaja en un sector, que al igual que la llamada “Línea del Tren” y los alrededores del “Cerrito de Carmen” están reservados para mujeres trabajadoras del sexo.




A sus 23 años, Ivanna en cambio, no sale del centro. La 3a. Avenida y 10a. Calle son el lugar donde se gana la vida junto a otros travestis.

Una peluca, botas de tacón alto y un emplasto de maquillaje son las armas con las que atrae a los clientes. “Trabajo donde pago derecho de piso y me cuidan, si me cambio de calle ni la cuento”.

Héctor, quien tampoco es ajeno a la calle, a sus 35 años, encontró en la venta de su cuerpo una forma de conseguir fondos para su viaje a Estados Unidos. Llegó de Honduras hace 3 años y “todavía no tengo lo del coyote”.

De apariencia varonil, pelo en pecho, hebilla grande y pantalones de lona espera detrás de la Biblioteca Nacional a su próximo cliente. “Puede ser hombre o mujer, lo que venga mientras pague”, asegura.

Las reglas van escritas en la piel

En ningún lado están escritas las reglas, ni las sanciones que se aplican a los infractores. Sin embargo, una especie de conciencia colectiva, un instinto primario les obliga a cumplirlas y evitar así el castigo.

Jorge López, del Colectivo Oasis, asegura que las normas y el castigo todos los conocen. “Son las redes delictivas las que han enseñado a los trabajadores del sexo lo que pueden y no deben hacer”.

Golpes, asfixia, fracturas y hasta amputación de miembros son las marcas que llevan quienes han servido de ejemplo.

Nancy recuerda que cuando recién comenzó en el negocio creyó que las reglas no se aplicaban a ella. “Era joven y muchos hombres querían mis servicios, pero me pasé de lista”.

Una noche, luego de haber atendido a unos 5 clientes, su encargado la buscó y no la encontró donde debía estar. “Fui a dar una vuelta y cuando sentí me subió a su carro”.

“Me golpeó la cara y las piernas, luego me forzó a tener relaciones con él y dos amigos suyos, me lastimaron”, recuerda. “Ahí entendí cuál era mi lugar y a donde no debía ir”.

Ivanna, en cambio, lleva en el brazo derecho la marca de la desobediencia. Quise ir a trabajar a la zona 2 y “creeme, no me quedaron ganas ni de pensarlo otra vez”.

Hoy, además de pagar sus cuotas y los dividendos de su trabajo, distribuye y consume cocaína que le da su padrote. “Me va mejor siendo obediente”.

A Héctor, en cambio, las historias de otros trabajadores le han servido de lección. “No tengo padrote, trabajo por mi cuenta, pero siempre estoy atento por si alguien llega y tengo que salir corriendo”.

Gays, prostitutas y machos tienen bien claro dónde se camina con tacones y con botas, en las noches de la capital. Es así como el lápiz criminal, traza los límites del negocio sexual en la ciudad de Guatemala. 

Todas las noticias, directamente a tu correo

Recibe todas las noticias destacadas de Relato.gt, una vez por semana, 0 spam.

¿Tienes un Relato por contar y quieres que nosotros lo hagamos por tí?

Haz click aquí
Comparte
Comparte