Rituales y coronavirus imagen

La pandemia está afectado muchos de nuestros patrones culturales: familiares, religiosos, educativos, profesionales y a muchas personas el aislamiento les está costando mucho.

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Viajemos en el tiempo. Para quienes creen en la evolución, hay algún momento en esa cadena de decenas de miles de años que nos lleva a la frontera entre lo animal y lo humano. A los inicios de la prehistoria y con una inercia evolutiva sin precedentes, a rituales que aquellos homínidos primitivos comenzaron a desarrollar y que son el origen de las diferentes culturas. En aquellos primeros momentos se desarrollaron algunos patrones que finalmente tomaron su camino en la concepción de lo humano y determinaron ciclos que superaron el nacer, crecer, reproducirse y morir, diferenciándonos así, del resto de la fauna.

En aquellos albores, no siempre existió la monogamia. La meta era reproducirse lo más pronto posible para no enfrentar una extinción inminente. En algún momento, sin embargo, el prototipo del hombre moderno dejó la poligamia, y con ella, empezó a desarrollar patrones relacionados al amor y estabilidad familiar desarrollando lazos de solidaridad. No pensemos con la cabeza del presente. Aquellos hombres y mujeres eran frágiles respecto al entorno. Lo tenían todo en contra. Es en ese momento, miles de años antes o miles de años después, que cada miembro de la familia fue determinando sus roles sociales y con ellos el nacimiento de las comunidades. También, y a la par del desarrollo de la conciencia del núcleo familiar, empiezan a enterrar a sus muertos por medio de rituales que, podría ser, dieron origen a las religiones, la abstracción de la vida y la muerte, el desarrollo de los sueños, en fin. La cosa era ya no dejar a sus muertos a merced de la carroña y la intemperie

Y acá es que me quiero enfocar para este relato semanal: en la muerte y la abrupta ruptura de nuestros tradicionales procesos funerarios. Y no es que tengamos opciones, el distanciamiento social es, sí o sí, una de las maneras de evitar que esta pandemia nos lleve masivamente a una fosa común. Si ya pasó en el primer mundo, imagínense en este prototipo de sociedad democrática poco evolucionada en la que vivimos. No se ofenda, pienso que usted que me lee y yo, podemos ser excepciones a la regla. Ojalá. 

En estos días he observado el desconsuelo de varios conocidos que han tenido que enterrar a sus familiares sin pasar por el proceso preparatorio de la velación, los rituales religiosos y acompañamiento al cementerio. Si nuestro pariente murió en la noche, por lo menos habrá un velatorio íntimo para los que convivían con él. El toque de queda será un obstáculo para los demás. Los hijos que viven fuera del hogar paterno, fuera del departamento de la defunción, como ya les pasó a algunos de mis amigos, se quedan sin el consuelo de ver a su finado. Son personas que no logran aterrizar sus sentimientos de dolor por la pérdida, ya que experimentan otra serie externa de frustraciones difíciles de superar. Y, si Dios no lo quiere, la muerte es por el virus, olvídense de cualquier despedida.

El coronavirus ha venido a trastornar todos los órdenes. Nos ha demostrado que, en este tablero de lo desconocido, solo somos personajes secundarios que nos tenemos que adaptar al guion conforme este se vaya escribiendo. Dolor, impotencia, desconcierto, enojo, desesperación, son solo algunos de los ingredientes aportados por el COVID-19. 

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