Miedo imagen

¿Por qué algunas personas escuchan ruidos cotidianos que luego asimilan, redimensionados, desde sus propios miedos?

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A veces, el goteo de un grifo no suena igual en la tarde que durante la noche. Lo mismo pasa con los relojes, aves nocturnas, polillas mordiendo madera y hasta un gato en celo, ¿es algo relacionado con la sensibilidad? Hay personas que, como los quirópteros, son capaces de identificar diminutos movimientos en la oscuridad que otros individuos no. Entre ellos, arañas, cucarachas o culebras. Su grado de percepción está conectado a experiencias que probablemente ya no recuerda.



Pero, ¿qué pasa con las personas que sueñan eventos? Esos encuentros imposibles en la vida consciente, pero que son totalmente factibles en el universo onírico. Esa frontera, emocional, entre la realidad vívida y los territorios de la imaginación. Personas que, como pitonisas, se adelantan minutos, horas o días, prediciendo bienes y males. Sujetos cuyos dones, bien encarrilados, pueden hacer el bien en base a sus profecías.

Un poco más comprometidos con las experiencias paranormales están los que consiguen contactarse con energías sin siquiera tener conciencia de ello. Las energías positivas no representan ningún problema, aunque muchos prefieren no involucrarse por miedo. Hay, en esta línea, personas que, de la nada, sienten escalofríos, escuchan susurros y otra serie de anomalías que suelen aterrarlos. Algo que va más allá de la intuición y que resulta ser una comunicación con entidades de una oscuridad indefinible.



Juan, desde la adolescencia, vivió aterrado. Soñaba, presentía eventos y veía cosas inimaginables. Llegó a estar tan trastornado que, tempranamente, se le diagnosticó un trastorno de la personalidad y empezó a ser tratado como tal. Ello a pesar de que algunas de sus predicciones se cumplieron al pie de la letra. Además de los fármacos, los padres que eran buenos cristianos lo acercaron a su pastor quien determinó que sus visiones eran puros inventos. En lugar de mejorar, sus visiones fueron en aumento y con ellas ese sentimiento de miedo que le acompañó a lo largo de diez años más, antes de cumplir los veintitrés.

La noche en que murió no logró moverse de la cama. Le fue imposible escapar. Su voz se ahogó en su garganta sin lograr articular palabra mientras sentía que el miedo le cortaba la respiración. El techo, las paredes y su cubrecama, estaban cubiertos de arañas que se movían frenéticamente de un lado para otro. Al frente, de la boca de una cueva, empezaron a salir ratones que, cautelosos, con los ojos encendidos en llamas, caminaban hacia él.

Del fondo, un calor hediondo acompañaba una sombra que de a poco se iba volviendo corpórea. Sus largos cuernos, su mirada de odio, su aliento de fuego, fueron invadiendo la habitación mientras las serpientes se desenroscaban de sus piernas y reptaban hacia Juan que ya estaba cubierto de arañas, ratas y, en un último hálito de terror, observaba cómo su alma se salía del cuerpo mientras este ser fantástico la halaba hasta su interior.

A la mañana siguiente lo encontraron sobre la cama, desecado como una ciruela. Cuando le realizaron la autopsia encontraron que los ojos y la lengua habían sido arrancados. Que su corazón se había paralizado por un infarto y que en el cuerpo no había una gota de sangre. Fue enterrado inmediatamente. Esa noche, mientras su madre dormía, una voz le susurró al oído –“Mamá, por qué no me creyeron; mañana vendremos por ustedes”.

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