Las tres campanadas imagen

El reloj del comedor da la tonada y con ella las tres campanadas. Despierta. “¿Cómo llegué a mi cama? ¿Quién echó a andar el desventurado reloj?

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Niebla por todos lados. Al fondo, los cañonazos del volcán de Fuego. El corredor que conduce a la parte trasera de la casa luce interminable, mucho más largo y con más puertas. El primer patio, el segundo y, lo que a principios de siglo XX era la cochera, el tercero. De la pila, de 5 lavaderos, sale una especie de humo, como si el agua estuviera hirviendo. La luz, verduzca, apenas deja ver contornos “¿hay alguien lavándose la cabeza a estas horas de la madrugada?”, el tic tac del reloj suena a lo lejos con eco. Se escuchan sus engranajes listos para dar la hora en punto. La tonada inspirada en el Big Ben invade la casa desde el portón del zaguán hasta el último cuarto, tan, tan, tan. Francisco abre los ojos. Otra vez despierto a las tres de la mañana.



Francisco se despereza… “estoy seguro de que paré el péndulo de ese maldito reloj”. Se pone la bata y las pantuflas, sale del cuarto y, por alguna razón que no entiende, se le erizan los cabellos del cuerpo “¿hay niebla dentro de la casa?”, se dirige al comedor y se queda sin aliento; no escucha el tic tac ¡el reloj está parado! Enciende la luz y en efecto, está detenido “a las tres de la mañana”. Se rasca la cabeza, está seguro de que lo paró a las once de la noche y no a esa hora, antes de ir a dormir. Va a la mesa y se sirve un vaso con agua que se toma de un tirón. Se dirige a la puerta de batientes que comunica con la parte trasera de la casa, pero, en el camino, decide regresar a su cuarto. Al fondo se escuchan los cañonazos del volcán de Fuego. Siente un escalofrío.



A la noche siguiente, a las diez y veintiocho, abre las hojas de las ventanas de su cuarto; las que dan hacia el volcán de Fuego. El espectáculo es sobrecogedor e imponente al mismo tiempo. Los cuartos del reloj resuenan en toda la casa, es hora de parar el péndulo “las diez y media”. Sale de la habitación dejando la ventana abierta. En el comedor se encuentra todavía a sus padres platicando con la abuela. “¿Ya venís a parar el reloj? Lo vas a descomponer”, le dice esta última. Ya de regreso se dispone a cerrar la ventana cuando ve, en la fuente del parque, una mujer lavándose el cabello. Apaga la luz y regresa para espiar desde la oscuridad. Segundos después se le hiela la sangre, la mujer está viendo hacia la ventana. Él sabe que es imposible que ella lo mire, pero siente que lo ve directo a los ojos. Se siente hipnotizado, la niebla verde de nuevo cubre los alrededores. Sabe que tiene que cerrar la ventana, pero no puede. El reloj del comedor da la tonada y con ella las tres campanadas. Despierta. “¿Cómo llegué a mi cama? ¿Quién echó a andar el desventurado reloj?

Se levanta, ve con aprensión a la ventana que sigue abierta. La cierra sin mirar al parque y va hacia el comedor. De nuevo el reloj está parado a las tres de la madrugada. “Esta tiene que ser una broma de mi mamá o de la abuela… ojalá se descomponga esta carajada de una vez por todas”, piensa para sus adentros. Al fondo, el volcán no cesa de lanzar explosiones. Se dirige a su habitación cuando nota que la puerta de batientes del fondo se está moviendo. Va, sin pensarlo, detrás del bromista. Cuando sale al último patio ve a la mujer lavándose el cabello. Se le ahoga el grito en la garganta. Se desmaya. Lo despierta, metido en su cama, el reloj dando las tres de la mañana.


Francisco no lo sabe, pero ahora vive atrapado hasta el final de los tiempos, dentro de su propia pesadilla.

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