El Popol Wuj presenta una variedad de historias que vinculan el poder de lo femenino al origen y la subsistencia del pueblo K’iché, la explicación de su existencia y el derecho de la propiedad de la tierra. Una de las historias más intensas narra acerca del derecho de la propiedad que adquieren los K’ichés frente a un conjunto de pueblos. Las primeras madres que crean los dioses con los nombres de “Jaguar de la sonrisa dulce”, “Jaguar nocturno”, “Ser quien no esconde nada”, y “Jaguar de la luna” inician el proceso de adoración a los dioses Tojil, Awilix, y Jaqawitz, quienes exigen al inicio la sangre proveniente de venados y pájaros. Sin embargo, los ritos sacrificiales demandan posteriormente la sangre misma de las primeras mujeres y hombres creados como vía de ganarse la protección.
El simbolismo de la sangre en un primer momento puede estar vinculado a la aprobación de los dioses y al establecimiento de las relaciones de parentesco en correlación con la herencia. Muy pronto los sacrificios de sangre se transfieren como parte de las luchas y competencias por el derecho a la tierra, sometiendo al vencido a su inmolación y adquiriendo la fuente proveedora de la satisfacción de los dioses. Así los K’ichés inician la cacería de jóvenes de otras comunidades. Este relato obviamente procedía en la época cuando los mayas ya habían desarrollado la agricultura, desplegando los marcos interpretativos que legitiman la posesión de las propiedades y aseguraban su subsistencia y la capacidad de renovación de la comunidad.
Las comunidades víctimas de las matanzas se reúnen y tratan de vencer a los dioses y a los Señores K’ichés, para lo cual les preparan una lucha valiéndose de la única fuerza capaz de vencerlos: la fuerza que encarna la mujer, la doncella que inicia su ciclo de fertilidad. Las comunidades envían a Ixtaj “Niña” e Ixpuch “Tierna”, las doncellas más hermosas quienes van al encuentro del río donde se bañan los dioses con apariencia de juventud. Ellas se desnudan para provocar el deseo más intenso de Tojil, Awilix, y Jaqawitz. Sin embargo, los dioses mayas a diferencia de relatos similares a lo largo de otras culturas son más precavidos, no ceden ante el poder seductor de lo femenino y sabiendo de donde deviene la fuente del poder, así como la herencia de la propiedad de la tierra, se abstienen de tocar a las doncellas. Este es el acto mediante el cual se rescata el derecho de la propiedad y se despliega la capacidad de fecundidad de la naturaleza, que en todo caso es fuente de provisión del maíz, el agua y la posibilidad de la vida de los seres humanos.
Este acceso al Popol Wuj plantea un horizonte de comprensión a partir de los textos mayas, ofreciendo un marco de comparación con otras mitologías y otras civilizaciones. Podríamos plantear la hipótesis de la existencia de un período donde las mujeres ejercieron el poder por la posesión de la tierra y la herencia, ¿Acaso la civilización maya ofrece un marco similar al que Juan Jacobo Bachofen, Marija Gimbutas, Federico Engels, Carl Jung o Joseph Campbell describen en distintas etapas de las culturas donde la mujer jugó el rol principal en la introducción de la agricultura, la religión y el dominio? Al menos el Popol Wuj nos da un acceso a una esfera de la experiencia donde el poder femenino indudablemente fue predominante constituyendo una auténtica ginecocracia.
***
Lee la primera parte de “La ginecocracia y Popol Vuj en este enlace.
BLOG DANZA CÓSMICA: POR BIENVENIDO ARGUETA
Doctor en Educación y Estudios Culturales por la Universidad de Ohio, EEUU. Licenciado en Filosofía por la Universidad de San Carlos de Guatemala (USAC), miembro de Instituto de Investigaciones Educativas de la USAC, profesor de área de Políticas Públicas de la Universidad Rafael Landívar y ex Ministro de Educación.