Historias de Pueblo: El pacto del diablo bajo el árbol de Amate (2) imagen

Caminaba descalzo y le vi atravesarse toda la plaza. “¿Pero usted quién es?”, pregunté con el poco valor que me quedaba. “A mi me dicen el Diablo”, me respondió mirando al Amate.

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ESTE RELATO ES LA SÉPTIMA HISTORIA, PARTE 2, DE LA SAGA “HISTORIAS DE PUEBLO” CONTADAS POR ALFONSO R. CEIBAL E INMORTALIZADAS POR LA PLUMA DE JUAN DIEGO GODOY.

Puede leer aquí la primera parte de este relato.  

Segunda parte

Recordaba lo que no quería recordar y al momento de contarlo era muy difícil describir a lujo de detalle aquella escena terrorífica. Pero mi abuelo contaba aquello también para normalizarlo y, de alguna manera, superarlo. Pocos le creíamos con tanta firmeza como sus nietos y algunos de sus hijos. El resto decía que eran habladurías y que, aunque la leyenda del diablo que llegaba todos los viernes en las noches a escuchar los consejos de quienes acampaban bajo El Amate, la experiencia que supuestamente había vivido mi abuelo era un “mentira”, inventada para llamar la atención. Claro que mi abuelo decía la verdad, o al menos el amor de nieto me hacía creerle a ciegas. 

Habrá llegado a eso de la una de la madrugada. Yo no podía dormir bien, tumbado en la acera que bordeaba al árbol, cual borracho del Centro. Pero ahí estaba, joven, valiente e iluso, durmiendo por una apuesta que me habían dicho que ya no importaba; demostrándome a mi mismo que si, en efecto, era lo suficientemente baboso como para pasar mi noche del viernes al lado de un árbol maldito. Sin embargo, a esa hora, sin que me hubiese caído ningún hueso ni brotase ninguna flor, apareció un viejillo envuelto en una chamarra. Caminaba descalzo y le vi atravesarse toda la plaza. Mi corazón comenzó a palpitar sin remedio y no se calmó hasta que el señor se sentó a mi par. Apestaba a azufre, lo juro. Entonces, sin poder decir ni una palabra, el hombre comenzó a hablarme sin que se le viera la cara. Yo solo podía contemplar la chamarra negra, raída y mugrienta y sus pies, tan mal cuidados como de vago. “¿Y qué se te ofrece?”, me preguntó con un acento de extranjero. No dije nada. “Aquí los que me esperan es por algo. Quieren que les de algo. ¿Vos qué querés?, insistió. Yo, aquel joven torpe, en vez de responderle con algún Avemaria o cualquier información que mi madre – más católica que las monjitas de la esquina – me había enseñado, me limite a responderle con otra pregunta: “¿Lo que sea?”. El asintió muy seguro. El olor me estaba mareando. “¿Pero usted quién es?”, pregunté con el poco valor que me quedaba. “A mi me dicen el Diablo”, me respondió mirando al Amate. 

Los que le pedían favores al diablo sabían que todos los viernes, después de medianoche, debían acudir a su “fiel consejero”. Él les conseguía lo que le pidiesen, pero a un precio extraño. Tenían que visitarle al menos un tres veces al año y llevarle a tres personas que quisieran algún favor. Por esa razón fue que mi abuelo antes de poder pedir algún “favor”, fue interrumpido por un grupo tres personas que llegaban al Amate. El primero, que al parecer era quien había pedido algún favor a “El Diablo” en algún momento, se acercó al hombre de la chamarra y, con gran gratitud, le agradeció por “aquello” que le había cumplido. Acto seguido, le presentó a su dos amigos. Uno de ellos le pidió riqueza: “Bastante, o al menos para que me alcance para vivir tranquilito”, le dijo. El otro, igual que mi abuelo, a penas podía hablar. Mi abuelo observaba la imagen estupefacto. 



Antigua Plaza del Amate. Foto: Cultura Muniguate.

Recuerdo que el Diablo señaló al tercer hombre con un poco de disguto. “¿Y éste qué quiere?”, preguntó. El tercero temblaba y en un momento de locura, se echó a correr. “No me traigas más miedosos como éste, ¿oíste?”, le dijo el Diablo al primer hombre, quien asintió preocupado. “Vos, cuando tengás tus riquezas, me venís a ver y me traes a otro amigo”, le dijo al segundo. “¿Y vos qué querés?”, me volvió a preguntar. “¿Qué pidieron mis amigos?”, le pregunté. “¿Tus cuates? Esos no aguantaron aquí pero ni media hora. Se fueron antes que llegara. Te engañaron”, me dijo en tono de burla. Comprendí que lo que pasaba no era un sueño, que ninguno de mis amigos había dormido en El Amate y que esto era real. Se me congeló el corazón. Con la piernas temblando, me levanté del árbol y comencé a alejarme de la plaza. Sentía la mirada del hombre de la chamarra, como si me atravesase el alma. Entonces le escuché gritar: “Los favores que querés no te los va a cumplir nadie ni nada más. Aquí el que cumple soy yo, recordate de eso”. 

Mi abuelo jamás volvió a poner pie en aquella plaza. Cuando cuestionó a sus amigos, todos pusieron cara de asustados. ¿Cómo sabía él que ninguno se había quedado a dormir? Por eso, un par le creyeron. Miguel cuenta que el siguiente viernes el fue a pedirle un favor al Diablo. Le pidió mujeres y éxito. Describió la escena con la misma exactitud que mi abuelo y esto le aterró. “¿Pero porqué le pediste un favor al diablo?” dice mi abuelo que le preguntó enfadado. “Porque me dijo que si no era con él, nunca tendría el favor que pedía. Y tal vez tenga razón”.  Bastaron pocos meses para que el joven Miguel dejara el colegio, pusiera su negocio y comenzara a ver los frutos del dinero… y se embebiera en las casas de mujeres. Cuenta mi abuelo que unos años después, sería 1922 o 23, Miguel apareció muerto por donde ahora es el Teatro Nacional. Unos dicen que lo llegaron a buscar unos hombres a los que les debía dinero. Mi abuelo asegura que el Diablo lo mató por no cumplir con la promesa de llevarle un nuevo cliente para que le pidiera un favor. 



El Amate. Foto: Guatemala de Ayer

Fue en 1925 cuando derribaron el árbol de Amate. La municipalidad dijo a los vecinos que lo hacían por “cuestiones de remodelación”. Mi abuelo sabe que fue porque las historias del Diablo y sus apariciones eran ciertas. La Ceiba que sembraron en su lugar puede observarse hoy en lo que es la Plaza Bolivar. Dicen que el Diablo ya no llega por ahí, que encontró otro lugar para que le pidan favores. Algunos aseguran que huele a azufre ahí por la décima avenida, cerca del Estadio Nacional.  

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