El cuadrilátero del guatemalteco imagen

El odio, la desesperación y la ira nos gobiernan. No obstante, lo que más nos hace falta es evitar las reacciones preestablecidas y buscar nuevos aires y dinámicas diferentes.

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En Guatemala distamos mucho de ser una sociedad donde nuestro marco de comprensión de los fenómenos sociales sea interpretado de manera científica o, al menos, técnica. Aun las propias críticas a un tipo de sociedad hegemónico y autoritario que provienen del reconocimiento de diferentes mundos de vida, los cuales podrían plantear un modelo democrático de mayor profundidad reconociendo la posibilidad de interactuar con distintos contextos de validez y legitimidad, siguen sustentándose en ocasiones en posicionamientos ideológicos acríticos.

Por un lado, es complejo alcanzar una sociedad racionalmente comunicativa y participativa cuando el sistema educativo ha sido insuficiente para la mayoría de la población, empobrecida hasta los límites, siendo simplista en su aproximación y a lo sumo equivalente a las escuelas de primeras letras durante el siglo XIX. Escuelas que fueron vaciadas de contenido científico y sin haber siquiera explorado en las dinámicas de generación del conocimiento.

Por otra parte, resulta bastante complejo reconfigurar una sociedad marcada por las experiencias de una guerra de largo alcance y sus secuelas aún vigentes luego de 20 años de la firma de los Acuerdos de Paz, cuyos compromisos se quedaron en el olvido. Las visiones del mundo aún siguen siendo esencialmente perspectivas de mediados del siglo pasado y azuzadas por grupos que, si bien reducen sus esquemas de poder, aún quieren seguir vigentes sobre la vía de polarizar las posiciones alternativas.

En la propia composición del Estado, sea a nivel local o nacional, no existen mecanismos de diálogo que permitan cumplir la ley bajo los parámetros básicos del sentido común, el respeto a la vida, el ejercicio de los derechos humanos y de los pueblos. Más bien, los procesos de negociación se reservan al final de la conflictividad y no como punto de partida y parte de un proceso comunicativo planificado. Son el resultado de un choque, protestas o malestar que afectan a otros actores, menos a quienes supuestamente van dirijidos.

Tampoco hemos construido una sociedad capaz de prever y evitar problemas. Por el contrario, actuamos una vez las tragedias, los problemas y los desastres han ocurrido. Las necesidades son tantas, pero aun así lo que impera son intereses espurios que no dejan resolver los problemas más estratégicos del país.

Solo así podemos observar que somos una sociedad permeada por la desconfianza, justificadamente, pero ante todo que pierde constantemente la oportunidad de construir propuestas alternativas de cambio que no es que se ubiquen en el centro de los esquemas tradicionales de poder y su oposición, sino más bien en otros planos que aún resultan ser incomprendidos.

Más que hacer sentido sobre la base de discusiones serias, lo que hacemos es atacar a la persona, destruirla, aniquilarla. Pero no somos capaces de argumentar y desafiar falsas razones. El odio, la desesperación y la ira nos gobiernan. No obstante, lo que más nos hace falta es evitar las reacciones preestablecidas y buscar nuevos aires y dinámicas diferentes. Sin embargo, los marcos y visiones diferentes pareciera ser que fueron secuestrados y nos remitimos lamentablemente a quedarnos contentos con observar las escaramuzas y la caída del otro, sin que esto signifique eso, cambio auténtico.

BLOG DANZA CÓSMICA: POR BIENVENIDO ARGUETA




Doctor en Educación y Estudios Culturales por la Universidad de Ohio, EEUU. Licenciado en Filosofía por la Universidad de San Carlos de Guatemala (USAC), miembro de Instituto de Investigaciones Educativas de la USAC, profesor de área de Políticas Públicas de la Universidad Rafael Landívar y ex Ministro de Educación.

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