Trabajo en un auto hotel, y así es mi vida imagen

Esta es el Relato de Delia, una empleada de un auto hotel de la Roosevelt en donde aprendió a no juzgar

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Esta es el Relato de Delia, una empleada de un auto hotel de la Roosevelt en donde aprendió a no juzgar y a repetirse cuando se encuentra a amigos o conocidos que lo que sucede, no es su asunto.

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Están los tímidos, aquellos que suben la ventanilla polarizada cinco calles antes de llegar, y también aquellos que visitan su habitación fetiche dos o tres veces a la semana. Clientes frecuentes les llaman. Si ya sabes lo que quieres, el proceso es sencillo: ingresas a un garaje, el portón se cierra, en una especie de ventanilla pagas por el tiempo que necesitas, corres a la cama, tina o jacuzzi y bueno, la pasas bien.

Una vez acabas, es decir, tu tiempo se cumple, una voz al teléfono te indicará que debes retirarte. En la zona de moteles de la calzada Roosevelt, esa misma que cada 14 de febrero provoca largas filas que a nadie parecen molestarle, puede que esa voz sea la de Delia.

Es sábado por la mañana y Delia me recibe en su casa, que queda a unos 20 minutos de su trabajo. Acaba de volver del mercado y me cuenta que está en su periodo de vacaciones. Por si a alguien le preocupaba, sus empleadores tienen otros cinco establecimientos y sí cumplen con las prestaciones de ley.

Tiene 29 años, es originaria de Alta Verapaz y llegó a la capital poco después de cumplir la mayoría de edad. Su primer trabajo fue en el servicio de una casa, luego en un comedor y más tarde en una maquila. Desde hace 8 años labora en un auto hotel y sus obligaciones incluyen, entre otras, efectuar cobros y limpiar las habitaciones.

Aún cuando pocos lo digan en voz alta, los auto hoteles son la mejor alternativa para quienes quieren coger, pero no tienen un lugar para hacerlo. Sí, por más joven, aventurero y caliente que estés, después de la segunda vez, el carro comienza a parecer incómodo. No son los únicos, estos recintos también funcionan para aquellas parejas a las que les falta privacidad en su propia casa, quieren salir de la rutina o invitar a alguien más.

Delia trabaja jornadas de 24 horas y descansa otras 24. Las mañanas de lunes a jueves suelen ser tranquilas, a pesar de que la administración estableció una tarifa especial, que arranca en los Q90 la hora por una habitación sencilla. A partir de las 14 horas los precios suben (pueden llegar a alcanzar los Q300), pero también la afluencia de visitantes. “Se duplica los viernes, sábados y domingos, cuando la gente puede llegar a ingresar cada 10 o 20 minutos”, asegura.

No es un chiste, ni un mito que el Día del Amor y la Amistad se celebre con entusiasmo entre los guatemaltecos. Delia cuenta que han atendido hasta 145 servicios en esa fecha. Una buena cantidad para un motel de 22 habitaciones. Aunque, la verdadera temporada alta es diciembre. Se me ocurre que la culpa es de las bajas temperaturas, pero ella me corrige “es porque ya pagaron el aguinaldo”. De hecho, y ya que el hotel cierra algunos días por Navidad, el 23 de diciembre suelen recibir entre 120 y 140 visitantes.

Una vez que el cliente se va, comienza el verdadero trabajo. Este debe hacerse rápido (para recibir a la siguiente pareja, trío o grupo), pero bien. Las camareras barren, trapean, sacuden y “por ley” cambian todo el juego de sábanas, a veces sin manchas visibles, otras con los derrames usuales y unas más hasta con sangre. Según cuenta Delia, hay quienes saben que no han dejado un cuadro muy bonito y dejan propinas de Q25 o Q40.

Se encargan también de los servicios sanitarios, la regadera, la tina o el jacuzzi (dependerá de la habitación). Desocupan los botes de basura con preservativos, lubricantes, papel higiénico o toallas sanitarias. Aunque, los visitantes se ponen creativos y también se han encontrado con zanahorias o pepinos. La enésima prueba que lo orgánico es lo de hoy.

Para todo, confiesa, no hay mejores aliados que los guantes, la mascarilla y el cloro. Delia lo tiene claro “la gente paga por este servicio y los cuartos tienen que entregarse en el mejor estado. No es una de esas pensiones del Trébol”.

En ocasiones estas camareras se topan con artículos olvidados: almohadas, relojes, collares o incluso dinero. Su tarea es reportarlas a la administración y los clientes tienen un plazo de hasta cuatro meses para reclamarlos. Muchos vuelven por estos objetos, pero, según cuenta Delia, por los anillos vibradores y los dildos, nadie se atreve a preguntar.

A Delia le da igual lo que los clientes hagan de puertas para adentro, pero en ocasiones hay algunos que no pueden ignorarse. Y no, tristemente no es por lo bien que la pasaron. “A veces la gente toma de más y comienzan los reclamos. Una vez escuchamos gritos y hasta golpes”, cuenta. En ese caso los empleados no tienen más opción que llamar a las autoridades. Si algo pasa dentro, si alguien resulta herido o muerto, la culpa, dice, sería suya.

Desde hace tiempo, y a modo de leyenda urbana, muchos han sentido temor de que en las cuartos del motel existan cámaras que los puedan filmar durante el acto sexual. Delia no puede responder por el resto de moteles, pero sí por el que ella conoce: “Hay cámaras en el garaje, pasillo, en la lavandería y cocina, pero no dentro de la habitación. No es que alguien va estar ahí y luego eso se va ir para el Facebook”.

Delia recuerda que cuando empezó en este trabajo, tal vez por su juventud, no comprendía algunas cosas que oía o veía. Sin embargo, afirma, de todos sus empleos, es dónde mejor la ha pasado y dónde mejor la han tratado. Su visión de los auto hoteles también ha cambiado. Los ve como algo normal y por eso cuando le ha parecido toparse con algún rostro conocido (un vecino o un amigo de un amigo), se repite, “no es mi asunto”. Quiere creer, dice, que el resto de camareras harían lo mismo si fuera ella a quien vieran entrar.  

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