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Desde hace 50 años, se dedica a la carpintería, oficio que aprendió luego de tener un accidente que lo imposibilitó de seguir trabajando como albañil.

A sus 76 años, con sus manos elabora juegos de antaño, que la actuales generaciones ignoran que existieron y que solo los pueden imaginar por las historias que les cuentan personas mayores que los usaron.

Para ellos, estos juegos traen mucha nostalgia, les hace recordar las destrezas que tenían para jugarlos y los buenos momentos que compartían con sus mejores amigos.

Cualquier trozo de madera es útil para Rubén, para fabricar un trompo, un yoyo, un capirucho o una perinola en su pequeño taller (8a. Calle 1-87, de la colonia Landívar, en la zona 7) que está ubicado en las cercanía de El Trébol.



Juegos de antaño se pueden encontrar en el taller de Rubén. Foto: Erick Girón 

Asegura que para ser bueno con estos juegos, había que tener mucha habilidad y que solo se necesitaba de un buen pedazo de tierra para que “los patojos” pasaran horas muy entretenidos y divirtiéndose en la casa, no era necesario salir a la calle.

Relata que el trompo al bailarlo se podía jugar de varias maneras, como por ejemplo: sacar de un círculo un centavo, hacer acrobacias como dormirlo en la mano, llevar hasta línea de meta una moneda y al perder una competencia se corría el riesgo de perderlo a puros picazos.

Esto último, consistía en poner el trompo en un agujero hecho en la tierra y bailar el trompo de los ganadores, encima del que había perdido, para darle golpes hasta destruirlo por completo.

Por eso, para elaborarlos se utilizaba madera, como la del palo de guayaba, que era muy resistente y se tallaban a mano con pedazos de vidrio, en especial los de las botellas de aguas gaseosas, por ser gruesos.

A los trompos pequeños se les llamaba “monitas” y a los grandes “monas”, cuando los niños tenían mucha habilidad para jugar con ellos, hasta se le decía que era “vicios”, en el buen sentido de la palabra, esto significaba que pasaban horas jugando, por eso eran buenos y era difícil ganarles.



Gerber Valle, hijo de Rubén, está aprendiendo el oficio de su papá. Foto: Erick Girón 

Con el capirucho se hacían retos, uno contra otro y el que llegaba a cien primero, ese ganaba. “Pasaba uno horas practicando en la casa, con mucha paciencia se agarraba habilidad”, recuerda Rubén.

Los primeros capiruchos se hacían con un carrizo (cilindro de madera), en el que venía enrollado el hilo para costura número 10. Con el yoyo también había que ser muy hábil para poder hacer trucos como la garrapata, el perrito o el columpio.

Con mucho sentimiento, Rubén relata que, en la actualidad solo las personas adultas buscan estos juegos. La mayoría de sus clientes los compran para recordar su infancia y por eso les gusta tenerlos de adorno. Por eso disfruta escuchar las historias que cuentan cuando los tienen en la mano, algo que lo llena de mucha satisfacción y que también lo hace sentirse orgulloso por el trabajo que realiza.

Para fabricar trompos, capiruchos y perinolas, Rubén utiliza en su torno herramientas como gurbias, con la que le quita el filo a los trozos de madera; formón para rebajar la madera hasta darle forma y la pata de cabra para hacer puntas o agujeros. En su elaboración emplea madera de pino, chichipate, cedro, palo blanco y los puede producir en pocos minutos.

Por la variedad de productos que mantiene y los precios con los que los comercializa, siempre tiene ventas o pedidos, que incluso se han ido para ciudades como Los Ángeles o Nueva York en Estados Unidos.

Hay que olvidarse de la tv y los celulares

Con mucha propiedad, por su experiencia y sabiduría, Rubén refiere que las actuales generaciones deberían de aprender a divertirse o entretenerse con estos juegos, porque permiten completa relajación y es sano jugarlos, no tienen ningún riesgo. Además, como hay que ser muy hábil, la mente se mantiene ocupada.

“No es culpa de un niño o un adolescente pasar horas en el celular, las redes sociales o viendo televisión, sino de los padres por permitírselo, son los buenos papás quienes saben orientar, educar y enseñarle a obedecer a sus hijos y compartir con ellos momentos de sana diversión. Por eso invito a los que son abuelos o papás, a que por medio de estos juegos pasen agradables momentos con sus hijos”, comenta Rubén.



En su tiempo libre, Rubén se distrae con juegos de antaño. Foto: Erick Girón 

En su taller de torno, su oficio ya lo está aprendiendo su hijo Gerber Valle, quien tiene 20 años y admira mucho el trabajo de su padre, por “hacer lo que ya nadie hace”.

Además, de aprender a fabricar en madera yoyos, trompos y capiruchos, en su tiempo libre practica jugarlos para enseñarle a sus amigos y así lograr mantener viva la tradición de los juegos de antaño.

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