Reinas de la noche, la vida de una mujer trans imagen

Roxana Orantes nos habla de una Guatemala nocturna, de la que quizá conoce poco y uno de los rostros que la habita.

Las opiniones e imágenes de este artículo son responsabilidad directa de su autor.

Hoy, un Relato que te humanizará más de lo que crees. Cuando la vida te da la espalda es muy fácil dejarse vencer, pero no Debby, ella no se detuvo y avanzó. Hoy nos cuenta su vida, la de las Reinas de la noche y la de sus amigas que ya no la acompañan en este mundo.

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Fotos: Orlando Estrada.

En cuanto oscurece, las reinas de la noche comienzan a ocupar las calles y avenidas del centro histórico. Vestidas como para un baile de fantasía, algunas llevan largas pelucas y todas están maquilladas dramáticamente.

Caminan lentamente, balanceándose sobre tacones que resultan inverosímiles por su altura y se ubican en las diferentes esquinas, donde esperan a sus clientes, generalmente hombres heterosexuales de clase media que se transportan en carros último modelo.

Las mujeres trans no son travestis. Tampoco son huecos o maricas. Son seres humanos. Y si la mayoría de ellas se gana la vida en sórdidos callejones ejerciendo la prostitución, que reivindican como trabajo sexual, es porque deben enfrentar una sociedad que las rechaza y es altamente machista y patriarcal.

Un entorno que las percibe con curiosidad pero que las discrimina, condena, agrede y ataca es el mismo que las relega a ejercer el oficio más antiguo del mundo.

En Guatemala, muchas trans son profesionales. Entre ellas abundan las estilistas y diseñadoras, pero también hay abogadas, psicólogas, investigadoras sociales, modelos y activistas de derechos humanos.




En este Relato iremos de la mano de Debby Maya Linares, activista trans que hace varios años defiende los derechos de la comunidad LGBTI y es fundadora del movimiento trans en Guatemala. La organización Reinas de la Noche es donde estas mujeres encuentran desde asesoría para la prevención de enfermedades, capacitación para una adecuada terapia hormonal, conocimiento de los derechos humanos y otro tipo de apoyos.

Debby accedió a contarnos parte de su vida y al mismo tiempo, narrar las diferentes dificultades que enfrentan quienes deciden vivir siguiendo lo que su naturaleza les manda, porque la mayor parte de ellas “nunca se sintió como un hombre”.

Primero le había pedido que nos reuniéramos en un café de su elección. “Prefiero que vengas a mi casa. Tu traes el pan, yo pongo el café”, me dijo por teléfono y acordamos el día y hora para la cita que esperé con impaciencia. Conocía a Debby desde hace algunos años, porque durante una temporada que me dediqué a vender artesanías, ella era una de mis mejores clientes.




Le gustaban los aretes grandes y llamativos, también los collares con cuentas enormes porque en ella todo es desmesurado. Además de su estatura, el maquillaje teatral y la pasión con la que ha sabido vivir cada minuto de una vida sin rastros de monotonía.

Un atardecer de febrero me encaminé hacia su casa llevando una bolsa con dos panes dulces enormes. Me sorprendí al saber que no estaba, pero la trabajadora doméstica que me atendió me pidió que pasara y la esperara. Tres perros me dieron la bienvenida y la señora me llevó a un comedor donde destacan varios trofeos ganados por Debby en diferentes concursos de belleza trans.

Los ladridos de los perros y su voz de contralto calmándolos me avisan que Debby ha llegado. Minutos después estamos sentadas a la mesa comiendo rebanadas de pan dulce y tomando café, mientras ella inicia su relato:

“Soy hija de un militar guatemalteco y una mujer salvadoreña. Nací en Guatemala pero pasé la primera parte de mi vida en El Salvador. Uno nace, no se hace. Desde los 6 o 7 años ya me sentía como una mujer. Al llegar a la pubertad mi cuerpo comenzó a ser incómodo para mí. No podía identificarme con esos cambios y aunque jamás he rechazado mi pene ni mi cuerpo, nunca me sentí como un hombre.




Al darse cuenta, mi padre me expulsó del hogar, mientras mi madre lloraba la vergüenza familiar. Yo caí en depre, porque no soportaba la falta de aceptación de mis padres. Tenía 20 años y era perito cuando llegué a Guatemala, país al que no conocía pero donde tenía algunos familiares. Al llegar dormí 7 noches en la Plazuela España, a la intemperie. Viví una etapa de mendicidad y en esos días pensaba todo el tiempo en el repudio familiar por la falta de comprensión ante mi identidad de género.

En esa época conocí a mis primeras amigas trans. Me sentí identificada y cómoda con ellas. Empecé a construir mi ser. Maquillaje, ropa y las inyecciones que comenzaron a cambiar mi cuerpo. Primero trabajé como mesera en un bar, pero pronto me di cuenta de que con el trabajo sexual ganaba mucho más que los Q700 (US$ 93.33 al cambio de hoy) al mes que recibía como pago siendo mesera.

Fue una época muy dura, llena de alcoholismo y drogas, pero lo más duro fue soportar las agresiones de los hijitos de papi y mami, que constantemente nos atacaban. Nos tiraban basura, bolsas con cloro, con piedras y algunas veces, hasta nos bañaban con pintura usando esas armas de gotcha.

En esa época también sufrí agresiones de la policía. Era la etapa de la transición entre la Policía Nacional y la Policía Nacional Civil, se creía que era un cuerpo nuevo pero por algo les decían “los reciclados”. Ellos nos extorsionaban, golpeaban y violaban a cambio de no meternos al bote. Luego me fui para México D.F.

Allá viví la peor de las etapas. Caí en un grupo de trata de personas. Fue algo bien difícil. En las redes de trata se sufren torturas, violaciones, acoso, hambre y todos los abusos que te podás imaginar”.




Las reinas de la noche

“Regresé a Guatemala y seguía haciendo trabajo sexual y refugiándome en el alcohol y las drogas, pero en el 2002 mi vida cambió porque me salí de la calle y comencé a capacitarme en temas de Derechos Humanos. Empecé a conocer sobre la prevención del VIH y otras enfermedades de transmisión sexual.

Esto fue a consecuencia de la muerte de una compañera a la que vamos a llamar “Azúcar”. Mientras ella moría en la etapa final del VIH me dijo: gorda, ayuda a las otras compas para que no sigan muriéndose de esta manera.

Comencé por mi cuenta, comprando condones en una organización de lucha contra el VIH SIDA que, paradójicamente, recibía los condones como donación pero se los vendía a las mujeres trans. Yo compraba la caja de condones a Q40 y se los repartía a todas mis amigas.

En 2004 fui contratada para un proyecto internacional de prevención y ahí surgió mi primer grupo de mujeres trans. Ellas me respetaban porque habían estado ahí, exactamente donde yo estaba. Trabajaba de martes a sábado y los domingos me reunía con ellas.




Comencé informalmente, invitándolas a tomarnos unos litros de cerveza y eso nos dio lugar para hablar de todo, incluso de la prevención de enfermedades, identidad trans y derechos de las trabajadoras del sexo, que eran los objetivos principales de esas reuniones.

Así fue como inició la comunidad trans en Guatemala. Y decidimos que no debíamos estar encajonadas en la diversidad. Dijimos: somos mujeres trans y nos vamos a llamar Reinas de la noche, porque durante la noche estábamos solas en las calles donde circulábamos con plataformas, pelucas y ropa de fantasía, mientras pasábamos el día a la sombra.

En junio de 2004 salimos por primera vez a desfilar en el Día del Orgullo Gay y a partir de ahí comenzamos a abordar todos los problemas que afectan a nuestra comunidad. Lamentablemente, el rango de vida de una mujer trans es demasiado breve. 25 años es el promedio. Aunque el trabajo sexual es muy bien remunerado, las drogas, la violencia, el VIH y el alcohol terminan con nuestra salud y ponen en riesgo nuestra vida constantemente.

Reinas de la Noche es una organización que acepta a todas las mujeres trans, nacionales y migrantes extranjeras. No promovemos el trabajo sexual, pero nuestro objetivo es que las jóvenes trans no pasen lo que una pasó. Te puedo dar nombres de todas las que iniciaron este movimiento y ya no están: Shakira, Alejandra, Yahaira, Lorena, Evelyn, Tamara, Michelle, Alexia, Cindy y muchas más que iniciaron e hicieron crecer el grupo y fallecieron por las diferentes formas de violencia que nos afectan”.




El camino del desarrollo personal

Junto con la organización, Debby creció profesionalmente y decidió seguir estudiando. Actualmente cursa el quinto año de la Licenciatura en Trabajo Social, con un promedio general de 92 puntos.

Como reina de la noche, ella logró varios trofeos en concursos de belleza para mujeres trans. “Muchas se reían y decían que no tenía oportunidades de ganar porque soy gordita, pero siempre les dije que lo más importante para resaltar no es la apariencia física, sino la inteligencia, el conocimiento y la dedicación. Y así me hice de mis trofeos”, cuenta.

En cuanto a la recuperación de las relaciones familiares, narra que en un momento dado, decidió retornar a El Salvador a visitar a sus parientes. Hermanas y hermanos la recibieron con cierta actitud de extrañeza pero con cariño. En cambio, sobrinos y sobrinas quedaron encantados con esta tía amorosa que decidió tomar las riendas de su vida en sus propias manos.

El nombre es uno de los problemas más constantes que deben afrontar las personas transexuales. Debby jamás se identificó con el nombre asignado por sus padres y logró cambiarlo legalmente en 2013, como consecuencia de un ejercicio realizado por una mesa multisectorial que organizó la ONU para construir la Ley de Identidad de Género.

Ella propuso que por lo menos dos personas lograran cambiar legalmente su nombre y fue una de las designadas para hacerlo. Según recuerda, un profesor de la universidad se negaba a llamarla Debby, aduciendo que el único nombre que cuenta es el que aparece en el documento de identidad.

Elegir el propio nombre es todo un ejercicio de reafirmación personal. “Mi primer nombre, Debby es por Debby Gibson, como me decían cuando andaba en la calle. Maya, por la identidad con nuestros ancestros y Marcella porque sencillamente, me gusta”.




“Cuando le enseñé a aquel profesor mi DPI con el nombre Debby Maya Marcella, elegido por mí, ese licenciado tuvo que aceptar y ahora me llama por mi nombre. En la universidad nunca he sufrido de exclusiones, discriminación ni bromas pesadas. Mis compañeros y compañeras me respetan por lo que soy y tiendo al liderazgo, me gusta organizar grupos para estudiar y hacer las tareas”.

Además del activismo contra el VIH SIDA, Debby ha iniciado a trabajar en el tema de la formación política para mujeres trans, a fin de favorecer la participación. “Es necesario que participen, que conozcan todas las leyes relacionadas con el quehacer político, que es desde donde se pueden lograr más cosas”.

Terminar con los tabúes y prejuicios que existen sobre la comunidad trans es fundamental para que estas mujeres se desarrollen como cualquier otro miembro de la sociedad.

Las habilidades y posibilidades están ahí, en cada una de ellas, pero mientras sean un grupo marginado por su identidad, difícilmente saldrán del círculo de drogas, alcohol, prostitución y muerte temprana donde la mayoría se encuentra actualmente.

“Necesitamos cambios radicales. Por ejemplo, no ser víctimas de buylling escolar. Muchas de nosotras abandonamos los estudios porque hemos sido violadas por compañeros o maestros. Otras no soportan la enorme presión de los grupos hostiles en las escuelas y colegios. Necesitamos que las personas comiencen a vernos como somos”.

Según afirma Debby, con ese cambio muchas mujeres trans podrían evitar una vida de trabajo sexual con muy pocas expectativas favorables. “La falta de oportunidades está directamente relacionada con la transfobia, el rechazo que nos tienen y también por la falta de comunicación. Las jóvenes trans deben enfrentarse en la calle con diversos peligros: proxenetas, delincuentes, policías, enfermedades y drogas. Si tuvieran el apoyo de sus familiares, sus vidas podrían ser muy distintas”, concluye.

Nos despedimos ya entrada la noche. Varias veces mis ojos se han llenado de lágrimas. También he reído con ganas en otros momentos. Cuando llegamos a la puerta, no puedo evitar darle un fuerte abrazo y decirle: “te quiero mucho, Debby”. Así nos despedimos.

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