Que un mariachi alivie tu espíritu imagen

Antes de ser “el Vicente de Guatemala”, Maleno Díaz Salazar trabajó en el transporte público, integró un grupo norteño y fue Vicealcalde de su pueblo.

Las opiniones e imágenes de este artículo son responsabilidad directa de su autor.

Este es un Relato del mariachi que, desde Pasaco, Jutiapa, migró a la capital para cumplir su sueño de cantar. Fue allá por 1989. Su repertorio es variado y dice que su oficio es uno de esos en los que directamente hay que darle al cliente lo que pida. Así pues, esto es lo que tiene que contar el mariachi loco.

Preámbulo

El trayecto que conecta la Avenida Bolívar con el Centro Histórico siempre me ha parecido, cuando menos, fascinante. No es moderno ni antiguo, pero sí auténtico. Es tan kitsch que le debe remover las entrañas a quienes todos los días se empeñan en montar la escenografía de La Ciudad del Futuro. Por estas calles, en casi perfecto orden, se acomodan mueblerías, tiendas de vestidos de novia y, claro, los mariachis. 

Paso por la 23 calle un día sí y otro también, pero es la primera vez que la recorro a pie. Es diciembre y sábado, el sol quema y la mayoría de locales están cerrados. En otros, los de las agrupaciones grandes, las secretarias atienden teléfonos que no paran de sonar. “Vino en un mal día, es temporada alta”, me dice una de ellas al enterarse de que busco a un charro para conversar.




En una gasolinera cercana las camionetas ajustan motores para llevar a las agrupaciones a sus destinos. Del otro lado de la calle veo un pequeño local. Del umbral sobresale un señor alto, robusto, de cabello blanco y cara de buena persona. Le cuento mis intenciones e inmediatamente me refiere con quien, justo en ese momento, cruza la puerta: Maleno Díaz Salazar, mejor conocido en su calle como el Vicente de Guatemala. A él le encanta la idea, pero como el deber llama, me entrega su tarjeta y me pide que lo llame en un par de días.




Maleno, sin maquillaje







Le marco a Maleno el día y la hora pactada. Suena el backtone de El Rey. No podía ser de otra forma, pienso. La cosa pinta bien. Me identifico y me pide cinco minutos de tregua para devorar su refacción: “Acabamos de cantar en la Posada del Departamento de Medicina Física y Rehabilitación del Hospital San Juan de Dios. Es una actividad que realiza el personal, pero es para colaborar con nuestra gente que se encuentra lesionada”. Sí, la música es la mejor medicina.

Díaz es originario de la aldea La Estancia, Pasaco, Jutiapa, y antes de dedicarse al mariachi laboró en empresas privadas y también en el transporte público. “Tenía la noción de la música, pero en el interior no están las oportunidades como en la capital. En 1989 me decidí y empecé en un grupo norteño. Estuve como cuatro años, pero luego me retiré, hubo elecciones y llegué a ser Vicealcalde de mi pueblo. Hice otras cosas, pero en el 2000 regresé como solista y luego con el Mariachi Ases de Oriente”, afirma.







En cuanto a ser el Vicente de Guatemala, Maleno aclara que nunca se ha dedicado a la imitación y por eso, en principio, no le gustó mucho. Sin embargo, uno que otro rasgo de un Vicente sí que tiene. Por eso aceptó el apodo de sus compañeros, aunque me pide, entre risas, que no vaya a creer que se maquilla.

Los Ases ofrecen sus servicios 24 horas al día y 365 días del año. Eso conlleva, por momentos, dejar de compartir con su familia. “Los fines de semana es cuando se carga uno de trabajo porque es cuando la gente organiza sus fiestas. Son jornadas pesadas porque vamos de mediodía hasta medianoche… y a veces más”, cuenta. 




Añade que las contrataciones han bajado considerablemente en los últimos años, pero él lo entiende: la situación está difícil. Ahora, además de contratarlos in situ, es decir en el local de 2X4 metros de paredes turquesa que hace las veces de oficina y apartamento de Maleno, o por teléfono, también puede hacerse por las redes sociales. “Para lidiar con la competencia [sus vecinos] toca adaptarse a la tecnología”, agrega.




Los Ases ofrecen 3 tipos de servicios: serenata, tanda y hora. Los precios van de los Q700 a los Q1,200 (en el perímetro de la ciudad), pero me repite varias veces que todo incluye rebajas. A propósito de serenatas, le pregunto a Maleno si eso todavía existe. Su respuesta resulta abrumadoramente guatemalteca. “Claro que sí, de conquista, pero más para buscar reconciliaciones. Lo que nunca he visto es que una chica sea la que la lleve”.




El repertorio varía dependiendo del evento: Las mañanitas, las nochecitas, El rey, Mujeres Divinas, Gema, Hermoso Cariño, Si nos dejan… El de mariachi es uno de esos oficios en los que directamente hay que darle al cliente lo que pida. Pienso en todos esos conjuntos que habrán tenido la mala fortuna de asistir a las mismas fiestas que yo: que te pidan 5 veces la misma canción y, más de una vez, alguien se crea digno de acompañarlos con un solo. Me disculpo y por toda respuesta obtengo un: “Hay que llevarles la corriente, si la gente está alegre, necesita estarlo más”.






Diciembre es una temporada alta para quienes se dedican a este género musical: convivios, fiestas, la celebración de la Virgen de Guadalupe que, me comenta, les trae más beneficios cuando cae en fin de semana. Lo de sacrificar 25 de diciembre y 1 de enero tampoco es problema, excepto que algunos de sus compañeros viajen al interior. Sin embargo, hay un festejo que supera a todos: el Día de la Madre, para vivas y muertas.




La situación actual del país no pasa inadvertida en este negocio. “Cuando vienen o llaman para contratar el servicio se pide la dirección y, lastimosamente, a las zonas a las que comúnmente les dicen rojas, ya no se va. Da pena, pero debemos decir que no. Ahí sí que pagan justos por pecadores. Nosotros quisiéramos servirles a todos, pero arriesgamos a nuestra gente. Eso sí, en todos lados nos respetan, hasta siento que nos quieren. Vernos vestidos de mariachis le levanta el espíritu a la gente”.




Y sí, los mariachis se encargan de inyectar felicidad, pero y ellos, ¿en qué momento disfrutan? “Personalmente, todas las veces que alegro un evento. Uno se olvida de todas las penas, compromisos y preocupaciones que tiene. Los aplausos son una motivación, ahora hasta se hacen fotos con uno y eso es estimulante”, afirma.

Llego a suponer que Maleno nunca la ha pasado mal en el negocio, pero no es así. “Hay momentos en los que uno mismo se los forma. Yo he tenido malas experiencias por los traguitos, he dejado de trabajar, de atender a mi familia, a mi clientela y eso es algo de lo que cuesta salir. Hace 5 años lo dejé y, extrañamente, ahora me siento más feliz. Hasta hago deporte en mis tiempos libres [esos de los que no tiene muchos]”.  A este charro de patillas a lo Vicente le toca volver al trabajo. Al menos me deja con la sensación de que cada vez que aclara la voz está a punto de alegrar a alguien: a sí mismo. 

Fotografías y vídeo: Orlando Estrada

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