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El colegio San José de los Infantes marcó mi infancia, mi juventud y mi vida.

La historia de Carlos y el amor a su banda musical.

Cuando apenas tenía 7 años, mis papás me cambiaron de colegio, yo estudiaba en uno cerca de mi casa, pero al ingresar a primaria me dijeron que era momento del cambio.

Los primeros días lloraba, pues extrañaba a mis antiguos amigos de preprimaria, pero con el tiempo me acostumbré a las cosas nuevas.

Pasé mi primaria en el colegio, pero me encantaba ver a los grandes cuando desfilaban, pues yo quería estar en la banda de guerra de mi colegio, me gustaba cuando mis compañeros llegaban, porque habían ganado premios.

Cuando estaba en primero básico, por fin podría ingresar a la banda del colegio, mis amigos y yo lo decidimos y así inició el amor a la banda.

Los primeros días eran agotadores, habían días donde salía del colegio en la tarde, llegaba a realizar tareas a mi casa y después solo a dormir, pues estaba tan cansado que ya no quería hacer nada más.

En la banda eran muy estrictos los comandantes, si botabas una baqueta era castigo seguro, si el uniforme no estaba en óptimas condiciones era castigo.

Hubo una vez que se cayó mi redoblante, pues el cinturón se me reventó en pleno ensayo, el comandante de la banda me castigó y me puso a hacer ejercicio.

Desde que ingresé a la banda, me dijeron que teníamos unos eternos rivales, yo no lo comprendía, pero un día en el Estadio del Ejército llegaron los cebolleros (alumnos del Colegio San Sebastián) y empezó la rivalidad.

Un día, estábamos en una competencia de bandas, en el estadio Cementos Progreso, y los ex alumnos del colegio se empezaron a gritar con los del San Sebastián, pensé que llegarían a golpes, pero no fue así.

Cuando cursaba tercero básico, me nombraron comandante de redoblantes, y fue de las más grandes emociones de mi vida, siempre me gustó ser líder y allí lo podía experimentar.

Con orgullo llevaba los colores, azul, rojo y blanco, a donde quiera que fuera solo de eso hablaba.




Cuando ingresé a la carrera, decidí estudiar perito contador, pues me gustaban los números, pero principalmente lo hice porque no quería dejar el colegio y deseaba continuar en la banda.

Por estas fechas, era duro ser parte de la banda, teníamos que ensayar todos los días, por varias horas.

Teníamos que estar en algunas presentaciones desde las 6 de la mañana hasta las 11 de la noche.

Así eran varios días a la semana, pero era un cansancio que me encantaba.

Estar en la banda me hacía sentirme parte de mi colegio, de mis amigos y de un grupo de sociedad.

Así pasaron los años, cuando estaba en 6o. Perito pensé que me nombrarían comandante general de la banda, pero se lo dieron a uno de mis amigos, eso no me molestó, al contrario, hizo que lo apoyara y que juntos pudiéramos poner en alto el nombre del colegio.

Me gradué y el primer año que ya no estuve en la banda, lloré por no ser parte.

Cada año, compro una camisa del colegio, con la que llego a todas las actividades de la banda.

Yo soy de esos locos que cuando cantó el himno del colegio, las lágrimas corrían por mis mejillas.

Tengo casi 10 años que me gradué del colegio y, a la fecha las actividades más importantes no me las pierdo, me hubiera encantado tener hijos para poderlos meter al colegio, pero Dios solo me dio mujeres.

Hubo un día que fui con mis ex compañeros de colegio a la banda, me encantó que el centro educativo seguía con la misma disciplina de siempre y más que han pasado 60 años desde su creación y a la fecha me encanta decir que fui parte de ellos.

El año pasado, por el amor a mi banda, me tatué el escudo del colegio, ahora lo llevo en el cuerpo y no solo en el corazón. 

La emoción nació porque quería mostrar siempre lo orgulloso que estaba del colegio y esa fue la manera de hacerlo. 




 

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