Miculax, la pesadilla de los niños guatemaltecos imagen

Una historia real que atemorizaba a las madres de los años cuarenta, y que hizo tambalear al ex presidente Juan José Arévalo Bermejo en su segundo año al frente de la revolución.

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-Si te portás mal, Miculax viene por vos-. Una advertencia espeluznante utilizada por algunas madres para prevenir que sus hijos hicieran travesuras ¿Alguna vez uno de esos niños regañados se preguntó quién era Miculax? Porque de haber conocido la historia detrás del dicho, quizá no se habrían metido en más líos, quizá les harían caso a sus madres, quizá habrían vivido atemorizados toda su infancia.

José María Miculax era el Coco guatemalteco, un Freddy Krueger chapín. Un personaje mítico que no fue creado a través de los pasajes orales fantásticos transmitidos por generaciones. Tampoco fue un personaje estilizado por Miguel Ángel Asturias. No, Miculax fue producto de sus propios trastornos psicológicos, un hombre que disfrutaba de tener sexo con niños y jóvenes adolescentes. Abusarlos y luego asesinarlos. “Los trabajitos”, como él describió los crímenes los realizo acompañado de su primo Mariano Macu Miculax.

Una historia real que atemorizaba a las madres de los años cuarenta, y que hizo tambalear al ex presidente Juan José Arévalo Bermejo en su segundo año al frente de la revolución. 

Un pequeño gran monstruo

Era el viernes 22 de febrero de 1946, Enrique, quien vivía en San Pedro Sacatepéquez, había llegado a la ciudad capital para vender leña. Mientras caminaba por la finca El Naranjo junto a sus dos mulas, Enrique no se imaginaba que ese día conocería el final de su vida a manos de los primos Miculax y se convertiría en una víctima más de un listado de más de 15 menores que fueron ultrajados por los violadores.

El joven vendedor vestía una camiseta hecha de manta color rosa, un saco celeste y un sombrero de palma.

Al día siguiente, el sábado 23 de febrero, se encontró el cadáver de Enrique. No tenía puesto el pantalón, lo encontraron “hincado sobre la arena con el frente pegado a la peña de oriente a poniente, con ambos brazos bien amarrados al cuerpo con varias vueltas dadas con un cablecito, otro al cuello bien ceñido, colgado del arbolito”, relata el expediente del juzgado cuarto de primera instancia penal, transcrito por la Asociación para el Fomento de los Estudios Históricos de Centroamérica (AFEHC).

“En el pecho presentaba magulladuras amoratados como si le hubiese pasado algún vehículo encima, las piernas las tenía moradas. Se deduce que el sujeto no murió ahorcado (…) En el pecho se veía una lesión y golpes equimóticos (sangrosos) los mismo que en la faz y las rodillas” describe el archivo.

De puerta en puerta, de boca en boca, el asesinato de Enrique causó conmoción en una sociedad que apenas comenzaba a poblar la capital. Tres meses después, las autoridades capturaron a José María y él confesó los crímenes e indicó dónde estaban algunos cuerpos. Y así lo cuenta el archivo, que resalta la frescura e impavidez del asesino para relatar lo sucedido en presencia de los restos de las víctimas.

“Dijo que con Mariano iban con el objeto de ´ver que conseguían´. Se encontraron con un menor que traía dos mulas, cargadas con leña, al poco caminar dispusieron regresar, porque su hermano (primo) le dijo ´hay algo por allá abajo´”, y continúa “Mariano le dijo que se trajera las bestias, él se fue con el patojo llevándoselo para el puente, desde luego estando ambos de acuerdo en cometer sus fechorías pues él que habla ya sabía a qué llevaba su hermano (primo) al menor; que por la garita de las Majadas, lo alcanzó su hermano y le dijo “no tengás pena, porque se quedó medio muerto” y acto seguido continuaron su camino a la capital. Vendieron la leña y dejaron las bestias amarradas”.




José María Miculax era un joven jornalero de 21 años, migrante de Patzicía, Chimaltenango. Junto a su primo, Mariano Macu Miculax, se convirtió en el primer asesino serial de Guatemala y disfrutó confesando sus delitos. Su estatura de 1.50 metros no le impidió tener la fuerza suficiente para tomar a los menores, ahorcarlos y violarlos. Un pequeño hombre, pero, un gran monstruo.

Según el criminalista Ricardo Mendoza, el modus operandi regular de los primos Miculax era encontrar a los menores cerca de barrancos. Los convencían de acompañarlos para mostrarles conejos y cuando los niños se agachaban, los dominaban con fuerza, los ahorcaban con lazos o cables, les quitaban el pantalón y los violaban.

“Su satisfacción llegaba cuando al ahorcar a los menores, sus esfínteres se cerraban y así se permitía más placer para llegar al orgasmo y eyacular”, cuenta Mendoza.

Todas las víctimas, que se dividen entre muertos y sobrevivientes, son hombres. Durante la declaración del asesinato de Guillermo Rolando Castillo, Miculax afirmó “le gustan los patojos porque no ha probado mujer”, según la trascripción de la AFEHC.

El sadismo de Miculax se retrata en sus confesiones con expresiones muy claras y honestas sobre los crímenes. Al resaltar el juzgado la impavidez del acusado se demuestra que el asesino no mostraba ningún arrepentimiento por sus acciones, relataba las violaciones como si se tratara de la cotidianeidad de cualquier persona.

Además, en las descripciones de los asesinatos, Miculax hace notar que para ellos era una tarea que apreciaban como normal. Cometían el delito y continuaban con su día, a veces seguían su camino, otras se iban de fiesta. Era su rutina.

“Iba con el hermano (primo) por el Mercado Colón encontraron a un menor “altito” en Colonia Abril, descalzo y con un hermano; el hermano (primo) le dijo que fueran a traer carbón. (…) Al rato llegó y dijo ´ya estuvo, lo maté. Vámonos a la mierda´”, se lee en la confesión del asesinato de César Augusto Bolfovich, de 13 años.

 La Ley Miculax



Presidente Juan José Arévalo. Fotografía: Cirma

El rastro sangriento de Miculax por distintos caminos de Guatemala, Mixco, Santa Catarina Pinula, Antigua Guatemala y San Pedro Sacatepéquez, despertó en la sociedad una alerta que continuó en zozobra. Los gritos de indignación llegaron hasta la Casa Presidencial, en donde el presidente Juan José Arévalo recibió todo tipo de quejas por su falta de mano dura con la delincuencia. El aparecimiento de niños estrangulados en los barrancos del área metropolitana no cesaba y se convertía en una crisis aguda para el mandatario.

Como si se tratara de una película de terror, el caso Miculax presenta detalles macabros alrededor de la muerte de los niños. Cuenta Mendoza que el aumento de cadáveres hacía pensar a los ciudadanos que la instrucción de los asesinatos masivos provenía de Casa Presidencial.

Los rumores de las vecindades apuntaban que a raíz del accidente automovilístico del Presidente el 16 de diciembre de 1945 junto a unas bailarinas rusas, su espalda había quedado dañada. Por esta razón, la gente aseguraba que Arévalo mandaba a matar a los niños para quitarles el líquido cefalorraquídeo, que protege la columna y el cerebro de lesiones, para inyectárselo él y seguir sano.

La zozobra y la presión de la sociedad para que el Presidente pusiera fin a los asesinatos, generaron que Arévalo promulgara el decreto 235 que abreviaba los procesos judiciales. Esto con el fin de que, al ser capturado el responsable, se tramitara rápidamente el juicio, se probara su culpabilidad y se le condenara en un período breve. A este decreto presidencial se le llamó la Ley Miculax.

“Considerando: Que existen hechos delictuosos cuya comisión por su naturaleza causa justificada alarma en la sociedad, y que exigen un procedimiento rápido para que la ley sea aplicada sin más demora que la estrictamente necesaria para la comprobación de los hechos y el ejercicio del derecho de defensa de los enjuiciados a fin de restablecer la tranquilidad social.”, se lee en el decreto. 

La avenida de la muerte

Miculax fue capturado el 26 de abril de 1946, tres meses después del primer hallazgo de sus crímenes, el cadáver de Enrique. La aprehensión se logró gracias al retrato hablado de una anciana que lo identificó cerca de un barranco en compañía de un niño el día anterior.

El pequeño violador confesó las violaciones y los asesinatos, aunque trató de que inculpar mayormente a su primo Mariano. Incluso, al saber que el juzgado había determinado que él enfrentaría la pena capital y Mariano treinta años de prisión, trató de vincularlo con la muerte de una anciana a quien llamaban “la viejita del cigarro”.

Según Mendoza, Margarita Valencia tenía 63 años. le apodaban así porque fumaba mucho. Miculax trató de que a su primo lo responsabilizaran de la muerte de la señora, pero se determinó que fue por una caída severa que quedó sin vida.

Antes de que Miculax fuera sentenciado, la sociedad de Antigua Guatemala se organizó para enviarle una carta a Arévalo para presionarlo a que se decretara la pena capital contra el acusado. 

“Señor Presidente Constitucional
Doctor Juan José Arévalo B.
Guatemala
Todos los firmantes a la presente y en nombre de toda la sociedad y pueblo de Antigua Guatemala y particularmente padres de familia, respetuosamente venimos ante usted a pedirle que hoy no se camine con contemplaciones, como en otras ocasiones ha pasado, con los criminales más salvajes comparados, solamente con las fieras como son José Miculasch Buksch y Mariano Macu Miculax. Estos bandidos sólo con su vida pueden pagar sus crímenes, y si bien es verdad que con eso no recuperan las de sus inocentes víctimas, pero si se da un ejemplo y se garantiza las de los habitantes de la República y así se puede vivir con tranquilidad; ésta se ha perdido, por la demasiada consideración o lívida para castigar atentados al Gobierno, a la sociedad, robos, asesinatos, etc. A todo el conglomerado de la República. Esto pues venimos a pedir Señor Presidente, que caiga todo el peso de la ley sobre estas fieras humanas, que se les fusile públicamente para satisfacción (no por encontrar en ello un placer) sino para que veamos en el actual Gobierno es de Orden y que quiere garantizar la vida y tranquilidad de su pueblo.
Justicia, Señor Presidente, Justicia, pide el Publio que tiene en usted toda su confianza y lealtad.
[Firmas] (SIC)”, se lee en la transcripción de la AFEHC. 

Y así fue como el 17 de julio, Miculax fue trasladado desde la penitenciaría (ahora la Torre de Tribunales) hacia el Cementerio General. Su última caminata fue por la 19 calle de la zona 1, custodiado por los guardias y acompañado por la gente que fue espectadora del final del asesino.

Para despedirse apropiadamente, el violador confeso solicitó que le brindaran un tacuche, un sombrero y dos octavos. La corbata, relata Mendoza, se la regaló el periodista de El Imparcial, Mario Ribas Montes, quien, luego de que Miculax fuera fusilado, recibió de vuelta la prenda. Y así como estaba, la guardó en su armario, aunque años después su esposa lo obligó a tirarla a la basura.



Fusilamiento de José Miculax. Fotografía New Media UFM

Al llegar al cementerio, Miculax exclamó que él no era el responsable de todas las muertes, solo de algunas, se tomó los dos octavos, y recibió un ritual espiritual.

La pesadilla de los niños terminó cuando el asesino fue acribillado por el pelotón de fusilamiento frente al paredón de la avenida Cementerio y 23 calle. 

El monstruo sin cabeza

El caso que conmocionó a la sociedad y al gobierno no podía pasar desapercibido por los expertos en Psicología. Es así como luego del fusilamiento, a Miculax lo decapitaron para que el doctor Carlos Federico Mora estudiara su cabeza, pues, en esa época existían fuertes teorías sobre los rasgos y las medidas del cerebro y de las partes del cráneo que favorecían el comportamiento psicópata de las personas.

En su informe al juzgado, el Dr. Mora determinó: “Son actos carentes de todo sentido moral, de tal manera antisocial que solamente pueden concluirse como frutos de un cerebro enfermo, como manifestaciones de una personalidad, psíquica morbosa”.



Cabeza para el estudios de rasgos psicológicos de Miculax, Fotografía: New Media UFM

Aunque la cabeza permanecía en el Paraninfo Universitario, donde se encontraba la facultad de Medicina, de la Universidad de San Carlos, algunas personas afirman que luego pasó a los edificios del Campus Central en la zona 12 y de ahí fue llevada al Centro Universitario Metropolitano, donde actualmente funciona la facultad. Sin embargo, no hay registros de que eso haya sucedido. Se cree que la cabeza fue extraviada o robada del Paraninfo.

Además, nunca se supo dónde fue enterrado el cuerpo sin cabeza de Miculax. El gobierno de la época determinó que no se registraría el nombre del asesino en la lápida para que no fuera reconocido por personas que quisieran hacer rituales oscuros o sacar el cadáver.

Así, la historia de Miculax sigue presente en las memorias del Cementerio General, la macabra actuación de este personaje histórico del país aún funciona como advertencia para los niños que se atrevan a hacer travesuras. Porque “si te portás mal, Miculax viene por vos”. 

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