¿Mami, qué hace ese señor en tu cama? imagen

Sé que el responsable de mis actos soy yo, pero uno no va por la vida buscando despertar en cama ajena. Uno llega de invitado. Esta es la historia del lego de Aquiles.

Las opiniones e imágenes de este artículo son responsabilidad directa de su autor.

Este Relato me fue revelado en una noche de copas en noviembre de 2015. Mi amigo, otro comunicador que no tenía nada que hacer ese viernes, apareció en mi puerta y dijo: “te voy a contar una historia, y si algún día la publicás, que sea en un año mínimo y cambiá los nombres”. La historia cuenta una noche de aventura con una mujer divorciada y las complicaciones que esto puede tener para una persona que, al final de cuentas, no quería que el mal karma lo persiguiera por el resto de su vida.

***

“Realmente no dormí plácidamente esa noche. Cuando me acuesto en una cama que no es la mía, no siempre logro conciliar el sueño. Pero no fue ese el motivo. Sé que el responsable de mis actos soy yo, pero uno no va por la vida buscando despertar en cama ajena. Uno llega de invitado.

Es por eso que aquel día en el que al abrir los ojos vi una foto matrimonial que no era la mía -y es que tampoco tengo- supe que debía hacer una pausa en mi vida. El chaqué le quedaba grande al novio, recuerdo. También pensé en ese momento que a las bodas que me inviten acudiré en smoking, seré el 007, si tengo el dinero para alquilarlo.

Aunque en mi beneficio diré que me di cuenta que la paranoia me había abandonado, y que aventurarme a vivir nuevas experiencias, como decía mi sicóloga del colegio, me había llevado a rumbos insospechados, reconozco que no medí mis alcances y acepto que no me asusté al encontrarme en esa escena. Ahora me pregunto, ¿cómo fue que no me afectó encontrarme en medio de una situación tan bizarra? También recuerdo que la corbata del novio era un azul pavo que a mí se me vería mejor. En esa idea estaba cuando sentí la mirada del niño.

Él tenía un Hot Wheels en la mano, una versión del primer Batimóvil.. creo. También tenía algo en la boca, parecía masticar una pajilla. Fue cuando me incorporé un poco que escuché: “¿Mami, qué hace ese señor en tu cama?” Y lo preguntó con un dejo de que sabía, o intuía, qué había sucedido. Tan inocente no era. Y bueno, yo nunca he sido el primero en nada, debo decirlo a mi favor.

Reconozco que estaba en una etapa de mi vida en la que mis estándares de seguridad y calidad en temas de interacción social habían disminuido bastante. Al mínimo, según la opinión pública. Pero, ¿qué puedo hacer? Es lo que me da la vida. Reconozco que ante la pregunta del niño me sentí dentro del video de Smack my bitch up, pero sin drogas ni alcohol. Sobrio llegué y sobrio me fui.

Aunque ese no fue el día que toqué fondo, se acercó bastante. Y es que la noche no había sido de sexo desenfrenado… y no lo fue por mi culpa. Soy el responsable.

No diré que llegué con engaños, sabía que ella era mamá de un “bodoquito hermoso”, según sus palabras, pero que dicho bodoquito se había ido con su papá al puerto y que no tenía qué temer; y que la empleada, que más tarde me hizo el desayuno con displicencia, no saldría de su habitación hasta pasadas las 10 de la mañana. Ahora sé que caí en una trampa. 

Sucede que estaba en una casa de San Lucas, sin carro –porque era mejor ir solo en el de ella, según dijo–, comiendo el desayuno que habían pedido por mí, esperando que ella se alisara el pelo antes de salir esa mañana de martes rumbo al trabajo y que me pasara dejando al canal. 

Si lo pienso bien, todo fue extraño desde el principio. Al llegar a su casa no me di cuenta de todos los retratos familiares y decorados religiosos, quizá eso me hubiera hecho recapacitar. Pero era de noche, no encendió las luces y, la verdad, nos fuimos directo a la alcoba. Aunque quiso que empezáramos en las gradas, me negué. Sé que ese es un error de nuevo, nunca se sabe quién puede llegar y por lo que “nunca duermas lejos de tu ropa” siempre ha sido mi precepto. 

En fin, ya en la habitación y a mitad del flirteo físico y con esa luz tenue que nos recomiendan las películas, decidí bajar de la cama para cerrar la puerta. Y aunque puse llave se me recordó que era innecesario pues estábamos solos. El error fue hacer caso.

Di media vuelta y regresé a la cama, con ese paso sigiloso y rápido de cazador nocturno, con esa seguridad que solo tiene un macho alfa cabrío espalda plateada, señor de la selva, tiburón de los 7 mares, ninja infalible, mala yerba amazónica, cuando en medio de mi marcha furtiva di un paso y, de pronto, sentí cómo en la planta del pie se enterraba ese lego maldito y desbarataba todo mi plan. El bombardero B-52 que iba a lanzar un ataque nunca antes visto en esa cama fue derribado por un avioncito de papel. Fue mi lego de Aquiles.

Algo dentro de mí se terminó de romper, y para siempre, con ese lego amarillo. Y no fue mi decencia lo que se despedazó, acá la víctima de las circunstancias soy yo, no esa familia, las cosas como son. En fin, poco a poco me acerqué a esa inmensa cama king size, mientras que, pasito a pasito, se evaporaba toda la testosterona que había dentro de mí.

Un juguete había detonado una rancia moral inquisidora catolinazi justo en medio de mis cejas y su pubis. No es que haya pensado en la cara de Jesús replicándo, “eso no se hace, Aquiles”. O recordado aquella frase de mi abu, “como que te hubiera criado en la calle. ¿Dónde aprendiste eso? ¡En esta casa no fue!”. O vuelto a tocar las fisuras en la voz de aquellas mujeres con la que nos destruimos. “¿En quién te has convertido, Aquiles? ¿Acaso mentiste y siempre fuiste así?. No, nada de eso.

Simplemente se me fueron las ganas. Me desinflé. Volvía a ser un hombre pequeño. Y aunque mi meta era hacer el mejor empeño, todo se redujo a un acto común y silvestre de martes por la noche en la residencia de la familia Andrew. Lo digo pensando en la vergüenza de tía abuela de Candy. De hecho, usaré los nombres de esa caricatura.

En fin, luego de la oportuna intervención del niño, Candy le dijo a su hijo: “¡Anthony!”, con ese frío que tienen las mamás para cambiar de tema, que cómo era posible que anduviera descalzo. Entonces el nene le respondió y ocurrió una dinámica madre-hijo en la que yo era un espectador fantasma. 

A cada tanto el nene volvía a verme, pero su mamá de nuevo lo distraía. Era como encantar a una serpiente y cuando yo intenté moverme, ella, mientras hablaba con su hijo y jugaba con él, levantó una mano que me ordenaba inmovilidad. Luego las palabras mágicas: “Si te portás bien, y no decís nada, cuando regrese del trabajo iremos a comprar no una, si no doooos, sí, dooooos cajitas felices para ti”… –¿Cómo la otra vez, mami?-… –”sí, pero qué pase, vas a regresar a tu cuarto y esperar a que Lisa entre para arreglarte. ¡¿Es un tratoooooo, bodoquito?!”… -¡Sí… sí…!… adiós señor.

Seguido pasó que Candy, fresca como una mañana de San Lucas, me dijo: “De seguro el idiota ese agarró furia y no se fue al puerto. Dijo que se llevaría al nene toda la semana. Por eso fue que le dije que viniéramos a mi casa. No creí que el maldito ese me fuera a salir con eso. Aquiles, quiero que me entienda. Mire dónde vivo. Y en su apartamento nos la pasamos bien, ahí me vuelvo a sentir mujer y no madre, es volver a ser joven, pero yo no puedo salir tan tarde de su casa, luego manejar hasta acá para venir a dormir sola,  preguntándome si mete a otra en su cama… No, no diga nada. ¡Cállese!. La va cagar, no haga esa mirada. Báñese, ahora regreso”.

Sin inmutarme me dirigí al baño que estaba al fondo del walking closet. Después de todo, si llegaría con la misma ropa a la oficina, al menos con el pelo limpio. Tenía poco más de 5 minutos de estar en la regadera cuando Candy entro al baño. Dijo que quería bañarse conmigo y que no dijera nada. Que estuviera callado. Algo que por lo general, no logro.

No fue una escena de película porno, tampoco una de amor. Dos personas que en silencio y en intimidad compartían un momento juntos. Un instante iluminado por el tragaluz y las ventanas de un cuarto de baño, del tamaño de mi sala, como esos de las revistas. Recuerdo que antes de terminar dijo con una voz muy dulce que nunca le había lavado el pelo largo a un hombre. “Es extraño. Déjeme hacerlo. Usted solo no hable, no haga nada. Yo haré todo”.



Extraños son los caminos de la vida. 

Al terminar, ya en la alcoba empecé a sentir paranoia. ¿Y si papá regresa? No queremos que encuentre a Terry en su cama. A cada segundo, toda la neurosis que durante tres años había dormitado en silencio dentro de mi cabeza despertaba de forma exponencial como una estática de televisión ensordecedora… el caos había despertado.

Candy comenzó a dar órdenes. “Cuando termine de vestirse, baje al comedor. Lisa le preparó el desayuno. Anthony no saldrá de su cuarto, no se preocupe. Baje y coma”. –Pero no tengo hambre. Mire la hora que es. Nunca estoy despierto tan temprano, y menos desayunando. Yo no voy a comer, ya hasta eso quiere mandar, ¡puta!. “Baje y coma le dije. Lisa le preparó el desayuno. No sea necio”.

Descendí del segundo nivel casi desfilando, viendo, uno a uno, retratos familiares, de piñatas, navidades, cumpleaños, bautizos, rostros de gente que jamás iba a conocer, gente feliz que hacía las cosas según las instrucciones del libro de la vida. También vi imágenes religiosas, ese barroquismo guatemalteco tan sacado de una postal de mal gusto.

Llegué al comedor de ocho plazas… y en la cabecera, un desayuno continental me esperaba. Lisa, la empleada, me encontró sentándome y con una mirada de asco preguntó si deseaba leche para el café o si negro bastaba. Y como de niño aprendí que para una actitud mierda, otra peor, le respondí preguntando si el jugo era recién exprimido o de caja. No sé si la leche traía un escupitajo, pero diré que no me importa.

Candy terminó de alisarse el pelo, y como toda una ejecutiva bajo por las gradas. Yo había terminado de comer, normalmente lo hago rápido, y luego Candy dijo nos vamos y se despidió de la casa diciendo: “Lisa, ya sabe. Usted es la que decide”.

Seguiría con el Relato de Aquiles, pero se alargaría. Contaría de los reclamos que recibió en el auto, de la discusión que empezó en San Lucas y terminó en Tikal Futura. Una conversación en la que le cuestionaron que “cómo era posible que dijera eso, que si tanto era el problema, que a partir de ahora solo irían a su apartamento. Que no debían frenar lo que vivían por una mala experiencia, que no fuera maricón”. Pero al final, Aquiles dijo que no quería que el mal karma aumentara. El destino cobra con creces, dice, “Y esta vez creo que la cuenta será alta. El karma no sabe de víctimas, horas pro bono o buenas intenciones, solo sabe de culpables. Amén, mea culpa”. Y como una canción de Sabina, Aquiles se despidió y dijo, “a la otra hablás vos”.

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