Macabras formas de tratar a un animal imagen

Torturar hasta matar, es la forma de comportamiento del guatemalteco agresor que descarga su ira en los animales. Hoy la ley lo golpeará a él si le pone un dedo encima.

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Espartaco es alérgico al cloro, tiene papilomas y solo come cordero en trocitos. Estará enfermo el resto de su vida. Lo encontraron deprimido y desnutrido. La China luce un nuevo pelaje, meses atrás nadie ofrecía cinco centavos por ella, su lomo burbujeaba cuando le dejaron caer aceite hirviendo. Sufrió severas quemaduras. Y Naricitas, vivo de milagro, su nariz se había convertido en un pellejo sangrante con los orificios a flor de piel, pues habían intentado quitársela con una hoja de afeitar.







Hay torturas de torturas. Hocico, otro de los perros, nunca aprendió a comer ni beber agua como el resto. Desde cachorro amarraron su trompa con un lazo hasta deformárselo para que no ladrara. Solo se alimentaba por un pequeño agujero con la punta de la lengua; tenía la piel pegada al cuerpo y se podían contar sus huesos, uno a uno.

Mamá Osa, por su parte, es una chow chow ultrajada sexualmente tantas veces como pudo su cuidador. Su ano era un historial de sufrimiento, estaba infectado y sus pliegues tenían escoriaciones provocadas por la rozadura.




Pero ser enterrado vivo podría ser el infierno para cualquier ser. Eso lo vivió en carne propia una schnauzer llamada Negrita. Iba a ser metida en un agujero cavado para su tumba. Su trasero apestaba y estaba engusanado a tal punto que sus dueños no titubearon en deshacerse así del engorroso problema.

Así es el maltrato animal en Guatemala. Grotescas historias donde las víctimas principales son los caninos y los verdugos, sus amos.

Si Espartaco, la China, Hocico, Mamá Osa y Negrita pudieran hablar, contarían a detalle el sufrimiento de cada uno, por haber llegado a la casa de una persona descabellada y sanguinaria.

Hoy, estos perros son huéspedes del refugio El Amparo, de Karla Chacón, una mujer de 34 años que habla con el corazón en la mano y lágrimas en los ojos al narrar tantas historias de rescate que erizan la piel.

A los más desvalidos






“Yo rescato animales con golpes severos, ancianos o enfermos. Nunca podría dejar de ir a un lugar cuando me llaman para salvarlos”, expresa Karla.

Su afinidad es con los perros mutilados, lisiados y torturados. En su página de Facebook “Entiende mi silencio”, sus videos reflejan como reta a la muerte por esos animales. Fue filmada en medio carril de una carretera donde los tráileres corren a velocidades extremas para subir al carro a un perro atropellado.

También hay registro de cuando se plantó en duelo con el agresor de perros que la amenazó con cuchillo en mano, bajo amenaza de destazarla en un santiamén.

Karla emana por los poros una fuerza que ni ella misma sabe qué es. “No sé, está en mi ADN. Mi abuela era de esas mujeres que les gustaba ver a sus perros sanos, bien cuidados”, dice.

La experiencia le reafirma a Karla lo que vive: “Hay maldad en el ser humano y se remarca cuando los amarran con cadenas desde pequeños hasta que crecen y mueren degollados o están en la terraza y sufren de insolación. También con los que tienen animales para violarlos”.

Espartaco recibió de Karla palabras de aliento cuando no podía más y los veterinarios pedían que lo “mandara a dormir”. “Se valiente, sobrevive, eres un guerrero”, le decía. La curación de Espartaco ha significado Q50 mil.




La ley de efecto rebote

¿Pero qué piensa Karla Chacón de la ley que castiga el maltrato animal aprobada por el Congreso? 

“Si antes iba desprotegida a salvar perros, hoy voy a ir a traer maltratadores”, dice con la voz alta. Ella ha recorrido las latitudes del país para salvar la vida de los caninos.

Busca un destino más afortunado para los perros, tanto que esboza una sonrisa cuando dice que la chow chow, Mamá Osa, fue adoptada y se la llevaron a Houston.

Tener 34 años de edad y haber rescatado 1 mil perros cadavéricos, embestidos por un carro, partidos a leñazos, despellejados con cuchillos, no le ha entumecido los sentidos y aún llora mucho.

Se pierde en el tiempo recordando que su primera experiencia la llevó a tomar la decisión de anestesiar al perro que rescató con un ojo de fuera porque su sufrimiento era terriblemente insoportable.

Cada perro es una historia. Y la de Karla toma forma alrededor de lo que ya es parte de su vida, 60 animales y el refugio que mantiene con creces porque las donaciones son raquíticas.

Hace cuentas. Son 400 libras de concentrado a la semana, Q2 mil 500 del terreno donde los tiene, Q250 por castración, más esterilizaciones y curaciones, es lo que conlleva tener un albergue como este. “Es bastante y a veces no hay ayuda”, añade.

La mente de Karla vuela y piensa que con ley ahora van a haber más caninos abandonados porque ningún agresor querrá un animal en casa que ponga en riesgo su libertad o su dinero.

El gusto exorbitante conlleva tortura para los animales silvestres. Un mono en el patio comiendo masa, un caimán como objeto de adorno en una casa o halcones que caen en picada cuando una pedrada les hace perder el equilibro la experiencia de la Comisión Nacional para la Protección de la Fauna silvestre.

Ni colas, ni orejas cortadas, ni lazos torturadores mucho menos comerciantes que viven de los caninos, la pena máxima Q30 mil quetzales.

Para donaciones al albergue, puede visitar su página en Facebook o al cel 4139-9665.

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