Los jóvenes que juegan a volar (sin drogas) imagen

Si ve a un grupo de jóvenes saltando muros y techos no se asuste. No son vándalos, solo disfrutan de las calles como su parque de juegos.

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Si ve a un grupo de jóvenes saltando muros y techos no se asuste. No son vándalos, solo disfrutan de las calles como su parque de juegos.

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Es domingo. Son alrededor de las 10 de la mañana de un día soleado, las avenidas las Américas y Reforma se empiezan a llenar de gente que aprovecha el cierre de las calles. Nada extraordinario.

A esa misma hora, en el Obelisco un grupo de seis jóvenes sonríen y hablan entre ellos mientras hacen unos estiramientos, pegan pequeños saltos para entrar en calor antes de empezar su rutina.

La diferencia entre estos deportistas y los demás visitantes a Pasos y pedales es que dentro de unos minutos esa tranquilidad que trasmiten se convertirá en carreras y saltos que atraerán a todos los que pasan cerca de ellos. Algún niño que pasa por allí intenta copiar los movimientos a su manera.



El Obelisco se transforma en carrera de obstáculos

Ellos convertirán las escaleras y los muros del Obelisco en un gimnasio al aire libre donde con sus ropas cómodas se deslizarán sorteando obstáculos, pegando saltos, cruzando muros y haciendo mortales. Empezarán a romper la tranquilidad reinante en el entorno.

Pasan los minutos y el grupo empieza a crecer a medida que el sol se pone más duro, los curiosos aumentan atraídos por las acrobacias que se van complicando con la entrada en calor de los jóvenes. Se acercan policías para ver qué pasa, pero en esta ocasión deciden dejarlos, no como en otras ocasiones.

Lo que hacen estos jóvenes es Parkour, o el arte del desplazamiento, que es una actividad física que busca que el cuerpo avance lo más rápido posible utilizando el entorno que les rodea. Esta práctica se popularizó alrededor del año 2000 con la publicación de la película francesa Yamakasi, Los Samurais de los tiempos modernos.



Los jóvenes entrenan duro para no caer mientras ejecutan piruetas peligrosas.

Aquí no hay Yamakasis franceses pero sí jóvenes chapines que buscan “superarse física y mentalmente para controlar el cuerpo y movernos fluidamente por el entorno”, como explica Javier Grijalva, un veterano en el deporte, de 24 años. Viste jeans, camiseta y tenis negros y desde los 17 practica esta disciplina, de la que incluso imparte clases en el gimnasio Sporta.

Pero este auge es reciente, cuenta Javier, del Team Just Fly, que rememora los tiempos donde veía películas y videos en internet mientras su fascinación por subirse a techos y paredes iba en aumento. El problema era cuando apenas eran 10 los que practicaban Parkour y nunca se veían. Tocaba “jugar solo, era bastante aburrido”.






Gimnasio el Obelisco

Cada domingo alrededor de 30 jóvenes se reúnen en el Obelisco para practicar Parkour. Este punto de reunión surgió porque no todos podían pagarse un gimnasio, cuenta Javier. Aquí todos ponen en común lo practicado durante la semana y los más veteranos dan consejos a los jóvenes como Abraham, el más pequeño del grupo, que tiene doce años pero que desde más de un año le agarró gusto al Parkour, deporte que practica con su hermano mayor Bryan.

Unos mezclan los entrenos entre el gimnasio y la calle, y otros prefieren solamente el aire libre, como los miembros del grupo TKGC Family, que se conocieron en el Campo Marte. Allí siguen teniendo su punto de reunión entre semana, pero desde allí salen a recorrer la ciudad como exploradores para encontrar nuevas piedras, muros, árboles o cualquier obstáculo que pueda servir para hacer un buen salto.



Los espacios con desniveles son los más atractivos para “volar”.

Uno de ellos es Paul López, que tras empezar con el Break Dance y pasar por deportes como el Judo o el Taekwondo se enganchó al Parkour a través de los mortales hace año y medio y desde entonces no ha parado.

Él reconoce que su gimnasio es la calle, donde usando su imaginación y los obstáculos que hay aprende “a volar”. Se define como un deportista, al igual que sus compañeros, pero la sociedad sigue viendo sus saltos y acrobacias como vandalismo.

Por ello, manda un mensaje a los que los molestan y los ven como vándalos: “Muchos dicen, aquel salta cosas, es delincuente. Y no es así. Aquí nos privan muchas cosas. Uno quiere practicar libremente y llega un policía y nos saca. Y uno no está haciendo nada malo, no está drogándose, está haciendo deporte”.



Más que competir, lo jóvenes se ayudan entre sí para mejorar su técnica.

Lo que queda claro desde que uno se acerca al grupo de jóvenes es el buen ambiente que impera entre todos. Todos entrenan juntos, se apoyan, se dan ánimos, se retan, se corrigen, pero no todos pertenecen al mismo equipo. Hay competencia, pero “es de buena onda, ya que acá el que viene es porque quiere compartir con la comunidad, no para pelear”, cuenta Javier.

Y el sentido de pertenencia a un grupo es muy importante, como explica André Arana, del grupo TKGC Family, que reconoce que era una persona aburrida y algo antisocial. Probó todo tipo de deportes, como el baloncesto, el fútbol o el tenis pero sin lograr gusto por ellos. Hasta que el Parkour cambió su mentalidad y le permitió encontrar su sitio entre los muros, árboles y obstáculos que conforman su “parque de juegos”. Aquí encontró compañeros de equipo, pero también amigos.






El límite es el cielo

Como buenos seres voladores, el cielo es el límite. Y por eso estos jóvenes piensan en grande y el sueño de todos es trascender, seguir creciendo en este deporte y poder salir algún día al extranjero. Allí podrán practicar con los mejores en Europa o Estados Unidos, mientras representan a Guatemala y conocen “otros parques de juego, otras calles”.

Para eso piden un poco de apoyo de las autoridades y que este deporte, que según Grijalva ya practican más de 200 personas en todo el país, pueda contar con una federación como ocurre en otros países, incluso en el vecino México.

Pase eso o no, estos jóvenes seguirán reuniéndose cada domingo y demostrando a todos que lo que les gusta es saltar muros y techos mientras aprenden a controlar su cuerpo para que fluya con el entorno. Mientras continuarán gritando: déjennos jugar, no somos vándalos ni delincuentes.

Fotos: Orlando Estrada

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