La virginidad no solo es de María imagen

Tres chicas nos cuentan su versión de la historia de qué ocurre con el tema de mantener o no relaciones sexuales y su relación con la virginidad.

Las opiniones e imágenes de este artículo son responsabilidad directa de su autor.

A este Relato acudieron mujeres que quería contar su historia y su relación con la virginidad, desde la chica que se guardó hasta su matrimonio, pasando por la que no le pone atención, hasta la que perdió la virginidad, demasiado joven.

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Una introducción llena de gracia

Dolores fue la primera virgen que conocí. Fue un Jueves Santo, yo tendría 5 años y asumí que Virgen era nombre propio. Ya saben, cómo que en lugar de llamarte María del Rosario o Priscilla del Socorro, te llamabas Virgen de Dolores. En segundo primaria, y en medio de los preparativos del Vía Crucis, una compañerita me explicó que una virgen era una chica que entre sus piernas conservaba “una telita” que era muy fácil de perder en clase de gimnasia o subiendo a la bicicleta. Un par de años después, en 1999, cuando Britney Spears anunció que aún era virgen, secretamente prometí mi himen a Nick Carter, el de Backstreet Boys. El Shame on Me está de más.

En la secundaria, el club de madres recatadas, al que mi mamá nunca perteneció, metía miedo a sus hijas diciéndoles que si hacían “algo” con sus novios lo notarían de inmediato, pues sus cuerpos se pondrían voluptuosos. Dos años más tarde, justo cuando iba a entrar en la universidad, y luego de que la televisión me adoctrinara, llegué a la conclusión de que la virginidad estaba sobrevalorada. Pero no todas somos iguales y por eso 3 veinteañeras relatan sus experiencias.

Andrea

“Yo siempre tuve claro que solo quería tener una persona en mi vida”, asegura Andrea, de 26 años, quien se casó hace año y medio y llegó virgen a su noche de bodas. “Creo que es una cuestión de principios. Soy la mayor de tres hermanas y realmente mi mamá nos educó en un régimen de fe en el que nos sometimos a las enseñanzas de la iglesia. Asistí a pastorales infantiles y juveniles y ahí nos hicieron ver que la virginidad era un regalo muy preciado que Dios nos da y que hay que cuidarlo. También que debíamos respetarnos a nosotras mismas y a nuestro cuerpo”

Entre risas, Andrea recuerda que siempre fue muy pudorosa. “Yo pensaba que besar era un pecado y de hecho me costó besar a alguien. Mi primer beso fue a los 15, pero tenía amigas que habían besado desde los 12. Yo siempre era la tardada, la atrasada. Mi primer novio formal fue a los 16 y la relación tardó como 3 meses. Creo que asimilé la sexualidad hasta que entré en la universidad, pero la verdad es que me daba mucho pavor quedar embarazada. En esa etapa mis estudios eran prioridad y no estaba dentro de mis intereses enamorarme. Creo que realmente el amor llegó hasta que conocí a mi ahora esposo”.

Andrea manifiesta que su decisión de guardarse hasta el matrimonio provocó que algunas de sus amigas se rieran de ella e incluso llegaran a llamarle aburrida. Sin embargo, no se dio por vencida. “En ese sentido creo que es muy importante que la persona con la que estás comparta tus principios y pensamientos. Mi esposo nunca me presionó, a pesar de que hubieron días de debilidad. Evitábamos pasar demasiado tiempos solos y asistíamos a misa y a grupos de la iglesia”, confiesa.

Entonces las campanas de boda sonaron y Andrea se encaminó a su luna de miel. Y ya que a pesar de la felicidad no podía dejar de lado el miedo a lo desconocido, su mejor amiga le dio una solución: antes del acto sexual debía hacer una oración. “Fue algo lindo y muy emotivo para los dos. Toda la espera valió la pena, porque no hay nada más hermoso que la intimidad con tu pareja y más cuando ha sido el único en tu vida. El sexo es un acto sumamente íntimo, es algo muy espiritual que Dios nos regala para unirnos con la persona que uno escoge como su esposo”, expresa Andrea.  En su caso cuenta, la abstinencia no es parte del pasado, pues actualmente evita el uso de anticonceptivos y sigue un método de control natural.

Julia

Julia tiene 27 años, es virgen y cuando le hablo acerca de este Relato lanza una carcajada acompañada de un “Si pudiera ya lo habría hecho”. En tono más serio, me cuenta que su decisión está guiada por una convicción propia, más que por un temor religioso o ese qué dirán tan común en la sociedad guatemalteca. “No me molesta serlo. De hecho en el ambiente laboral y personal es una característica admirable”, asegura.

Recuerda que de pequeña sus padres siempre abordaron el sexo como algo normal y no como la usual conversación incomoda. Por eso tiene claro que no se guarda para un acto místico, sino para la persona correcta. “Creo que no se necesita una lista de requerimientos para que yo acceda a hacerlo con alguien. Puede sonar cursi, pero creo se trata más de tener una buena relación y comunicación. Supongo que cuando esté lista, lo haré”.

Michelle

Michelle tiene 29 años y para ella, la virginidad más que una virtud se convirtió en lo que llama, una transacción. “Tendría 12 años cuando empecé a querer saber de qué se trataba el sexo, pero no era la clase de cosa que podía comentar delante de mis papás o mis hermanos. Más tarde empecé a juntarme con un grupo de chicas, que tendrían entre 16 y 17, y fueron ellas quienes de alguna forma me instruyeron y me hicieron ver que no era algo malo”.

A los 17, y después de hacer avances con algunos chicos en plan experimento, Michelle y un amigo llegaron a un acuerdo para que la “desvirgara”

“No suena para nada romántico ¿verdad? y de hecho no lo fue. Creo que hasta estaba enamorada de uno de sus amigos, pero como no me pelaba decidí que igual podría pasármela bien. Aunque estaba muy emocionada por hacerlo, al final me puse tan nerviosa que me dolió un montón. No fue nada mágico, pero tampoco dramático, solo fue. Pasó mucho tiempo, muuuchooo, antes de que volviera a considerar acostarme con alguien. Sin embargo, no me arrepiento, era un paso que eventualmente debía dar.”  

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