Hijos del conflicto armado: cuando la infancia es una película de la mafia (Parte 3) imagen

Roxana Orantes nos presenta el tercero de tres Relatos asociados a un mismo fenómeno: la infancia durante el conflicto armado.

Las opiniones e imágenes de este artículo son responsabilidad directa de su autor.

Fui secuestrado por mi padre

Conocí a mi mamá a los 27 años, cuando ya se había firmado la paz. Ella nunca me fue a buscar porque mi padre la había amenazado de matarla a ella y a su familia si me buscaba. Cuando la conocí me contó que una sola vez se atrevió a buscarme pero mis padres de crianza no quisieron que me viera.

Él me arrebató de los brazos de mi madre, quien también era integrante de la guerrilla y vivía en Petén, cuando yo tenía pocos meses. La intención de mi papá era mandarme a estudiar a Cuba o a Rusia pero eso jamás se dio y yo crecí en extrema pobreza, con mis padres adoptivos: mi abuela y su marido a quienes aprendí a reconocer y querer como padres.

Mi padre siempre me contó que mi mamá se había casado con un finquero, que no me quería y por eso no me buscaba. La verdad fue muy diferente. Ella se casó con un campesino y tuvo 6 hijos, además de una niña que tuvo con mi padre y 2 que ya tenía. Fuimos 10 en total pero yo nunca tuve relación con ellos, los conocí ya grande.

A pesar de lo que mi papá hizo con ella, siguió siendo parte del movimiento. Una de mis hermanas sigue manteniendo pensamientos revolucionarios, yo rechazo todo eso, pienso que es un aprovechamiento y que no nos llevó a nada como país. Mi madre me contó que ella llevaba propaganda y armas en un canasto. Era correo de la guerrilla y siempre mantuvo sus convicciones.




Para mí ser hijo de guerrilleros fue algo desastroso. Me tocó vivir pobrezas, humillaciones y desprecios. Hasta hoy es algo que no me llena de orgullo sino todo lo contrario. Crecí en esa familia sustituta donde había dos cuartos. En uno, dos camas. En una cama dormía mi abuela con mi hermana adoptiva y en otra mi abuelo conmigo.

La casa era muy pobre y en uno de los cuartos siempre había alguna persona encerrada. Pienso que pudieron ser víctimas de secuestros porque mi abuela les ponía un plato en el piso sin hablar. Los que estaban en el cuarto tampoco hablaban y nunca vi los rostros de esas personas, pero sabía que estaban ahí y que no podíamos hablar de eso.

En el año 1983, con 6 o 7 años, me enteré de que mi papá había ido a una cita de su organización, a una casa que estaba “quemada”. Dicen que fue alguien de la misma organización quien lo mandó a ese lugar. La verdad, nunca lo supe pero me dio igual. El nunca estuvo presente, lo vi 3 o 4 veces en toda la vida.

Cuando mi padre fue desaparecido, llegó una de mis tías y se llevó una caja que estaba escondida en la casa. Según dijo tenía que entregarle la caja al “Jefe”, supongo que era el comandante de su organización. Cuando crecí mi abuela me confirmó que en esa caja había mucho dinero y por lo menos 7 escrituras de casas y propiedades.




Esa es parte de mi historia como hijo de guerrillero, que termina con una anécdota sobre el resarcimiento. Otra de mis familiares me llamó para ofrecerme apoyo psicológico y resarcimiento material, así dijo ella. Llegué a visitarla por curiosidad y ella me ofreció unas láminas. Estoy seguro de que esta señora recibió dinero por la muerte de mi padre, y como jamás tuvimos contacto ella no sabe que ahora soy un profesional que se gana la vida con decoro y no tengo ninguna necesidad de sus láminas.

Ilustración: Tenshi Arts 

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