Hijos del conflicto armado: cuando la infancia es una película de la mafia (Parte 2) imagen

Roxana Orantes nos presenta el segundo de tres Relatos asociados a un mismo fenómeno: la infancia durante el conflicto armado.

Las opiniones e imágenes de este artículo son responsabilidad directa de su autor.

Lo peor fue la falta de espiritualidad

Tenía 7 años cuando vi a mi papá agonizando herido de bala. Sus compañeros lo dejaron en la casa y mi mamá tuvo que llevarlo al hospital. Pero no quiero hablar de eso. No me gusta hablar de eso aunque cambió por completo mi vida. Tuvimos que salir de la casa, primero a Costa Rica y después a La Habana.

Pienso que por ser hija de dos guerrilleros que militaban en la guerrilla urbana ahora soy una persona con un rechazo profundo a la política. Nunca me ha interesado participar en ninguna clase de organización política.

Lo que más marcó mi infancia fueron los constantes cambios de casa y los problemas de pareja que eran la constante en la relación de mis padres. Todo el tiempo se gritaban, peleaban. No sé si había golpes, no recuerdo.




Mis abuelos maternos fueron quienes le dieron algún elemento de estabilidad a mi vida en aquella época. Llegaban a visitarnos frecuentemente, muchas veces nos llevaban a comprar ropa y se ocupaban de darle alguna apariencia de normalidad a esa vida tan extraña que llevábamos, llena de mentiras, temores y cambios de casa.

Fui una niña con constante ansiedad, creo que desde antes de nacer. Padecí un trastorno que se llama tricotilomanía. Me arrancaba el pelo. Recuerdo que tenía unos 4 años cuando una vez desperté por los gritos de mis padres peleando y no sabía quien era ni donde estaba. Me costó volver a la realidad.

Las constantes salidas de noche, porque mis padres pensaban que la casa donde vivíamos había dejado de ser segura, vivir arrimada con otras familias desconocidas, decirle tío a cualquier extraño que fuera compañero de ellos. Todo eso marcó mi infancia de manera muy negativa. Algo que puedo decir es que esa fue la peor época de toda mi vida.

Las enseñanzas negativas es lo último de lo que quiero mencionar. Guardar secretos sobre las armas que ellos escondían en la casa, tener que mentir constantemente. Eso me lesionó bastante.

Pero sobre todo cuando la oía repetir todo el tiempo: “Dios no existe, solo la gente tonta cree en esa idea. Pero esto no se lo vayas a decir a nadie”. Cuando mataron a mi papá, una amiga de mi abuela nos había recibido unos días en su casa. Ella me oyó llorar y me dijo: “Tu papá está en el cielo”. Sentí un enorme consuelo y decidí creer en Dios sin decírselo a nadie.

Pienso que en los guerrilleros el ideal espiritual estaba ocupado por la esperanza de una revolución que nunca llegó. Y en el caso de mi madre, al llegar a Cuba se dio cuenta de que la revolución no era lo que ella había esperado.

No se pierda la tercera parte de este Relato

Ilustración: Tenshi Arts 




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