Hijos del conflicto armado: cuando la infancia es una película de la mafia (Parte 1) imagen

Roxana Orantes nos presenta tres Relatos asociados a un mismo fenómeno: la infancia durante el conflicto armado.

Las opiniones e imágenes de este artículo son responsabilidad directa de su autor.

Un recuerdo de mi infancia es ver a mis tíos, casi adolescentes, quemando libros en el patio trasero de la casa, mientras mi madre trataba de que no me diera cuenta. Otro recuerdo es el de mi madre poniendo un colchón en la ventana para, según ella, protegernos de un posible bombazo. Era 1970, poco antes de que viajáramos a Cuba.

Estos y otros sucesos marcaron mi infancia. Un ambiente de paranoia constante, los preparativos del viaje en secreto, el cambio de colegio y muchos otros detalles que me llenaban de incertidumbre pero que, a los 8 años, era incapaz de entender.

Recuerdo también que una vez estaba leyendo las letras en un disco de aquellos de acetato que ahora se venden como antigüedades. ¿Qué es revolución? Le pregunté a mi papá. Recuerdo su respuesta detallada, tratando de explicar una palabra tan trascendental a una niña de 8 años. Y al final la recomendación: “nunca vayas a hablar de esto con tus compañeras de colegio”. Nunca pude comentarle a mi padre la enorme duda que me quedó sobre la relación entre un disco y un cambio social.




Mi experiencia como hija de guerrillero fue algo que me acompañó durante toda la vida y que me sigue como un estigma. Primero, crecer con el temor constante a la noticia de su asesinato (que finalmente ocurrió). Luego, pasar la vida mintiendo y distorsionando la historia personal para cuidar al padre ausente, a quien le tuve que cambiar el nombre cuando llegamos a Cuba.

Y después, ya adulta joven, seguir mintiendo cuando alguien me preguntaba “¿cómo murió tu papá?” Y automáticamente responder: “en un accidente”. Todo esto me llevó a buscar las experiencias de otros que crecieron como yo.

Buscar y encontrar sus historias, tratar de comprender si ellos y ellas, como yo, tienen recuerdos de una infancia vivida en un ambiente similar al de una película sobre gangsters de los años 50. O un cómic de género negro.

En esta búsqueda he conocido a muchos que se sienten orgullosos de sus padres guerrilleros, hayan sido víctimas o no del conflicto. Algunos han pasado décadas en una búsqueda infructuosa de un resarcimiento que, cuando mucho, se convierte en dinero. Otros no quieren ni recordar de dónde vienen. Y otros, como yo, cuestionan su pasado y tratan de reconstruirse a partir de sí mismos, dejando atrás lo que no puede cambiarse. La búsqueda también me hizo encontrar a los hijos del otro bando, los que fueron víctimas de la guerrilla. Y en este Relato presento tres historias: dos hijos de guerrilleros muertos en aquella época oscura, pero también el hijo de un empresario que al inicio del conflicto fue muerto por la guerrilla. Estas historias revelan hasta qué punto un conflicto armado puede marcar la naturaleza de un niño.




A pesar de todo, quería ser guerrillero

Papá era empresario y a finales de los años 60, cuando yo era muy pequeño, comenzó a ser extorsionado por el único grupo guerrillero que operaba entonces en Guatemala: las Fuerzas Armadas Rebeldes (FAR). Eso cuenta mi madre.

Nací en una familia anticomunista de pura cepa. Todos del Movimiento de Liberación Nacional (MLN) y con un fuerte rechazo a la guerrilla que, según se decía había matado a mi padre. Esto me lo he cuestionado y hasta llegué a pensar que el fue víctima de un pleito empresarial. Pero finalmente no importa, yo crecí pensando que la guerrilla había matado a mi papá.

Ya en los 70, hacia mediados, digamos en el 75, yo era hippie y pude darme cuenta de todos los atropellos que las fuerzas de seguridad cometían contra los jóvenes que andaban fumándose los puritos de mota y experimentando con traguitos en las esquinas.

Una vez cerca de la Limonada pude ver cómo unos agentes trataban de violar a una joven. Le avisé a la gente de la Limonada y ellos evitaron esa violación, los tiras salieron corriendo, huyendo de la gente.

Mi madre mantuvo fuerte el odio contra los guerrilleros y no me dejó entrar a estudiar a la San Carlos porque pensaba que ahí me volvería comunista. Pienso que de los 13 a los 17 años, el que no es comunista es de mal corazón.

Yo quería ser guerrinche, a pesar de que estudiaba en una U privada. Entonces ella me sacó del país y poco a poco se fortaleció en mí el ideal anticomunista. En los 80 fui parte de la “contra” en Nicaragua, fui a pelear ahí contra la revolución sandinista, con Mario Castejón y su gente.

Ahora pienso que los dos grupos eran la misma cosa en el fondo, y en medio, el montón de jóvenes dando su vida por ideales probablemente vacíos. Sigo siendo anticomunista pero no soporto ver a los pobres pidiendo limosna, a los campesinos sin tierras y la gente sin acceso a los hospitales. 

No se pierda la segunda parte….

Ilustración: Tenshi Arts 

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