Ciudad Led: crónica de un viernes de tráfico imagen

Decidimos atravesar la ciudad en la hora del tráfico. Es más, registramos el tráfico que nos tocó vivir el viernes 3 de febrero, el de la madrugada, la mañana y la noche.

Las opiniones e imágenes de este artículo son responsabilidad directa de su autor.

No negaré que la primera versión de esta nota tenía demasiada bilis. Pero uno de los preceptos de la redacción es escribir el texto y luego hacerlo a un lado. Dejar que marine por horas o días y, después, cernir y dejar lo vital. Ustedes imaginarán que hablar del tráfico desde un espectro relajado es complicado, principalmente si es de un día de quincena. Esto es lo que encontramos. Las Etapas 1 y 2 son de la mañana, la 3 es de la noche.

***

Etapa 1

Viernes 3 de febrero de 2017, son las 4:40 horas y ya estoy dentro del auto. Acabo de extorsionar con comida a Yuki, la husky de la familia, para que entre a la casa y no se salga por el portón. Ya me tiene controlado, sabe que este es uno de esos días en los salgo a esta hora y por tanto se queda durmiendo en el patio, no se entra. Prefiere dormir a la intemperie para esperar a que salga y le dé un pedazo de pan, sabe que sé que no le debo dar comida de humanos, sabe que si no lo hago, saldrá corriendo a la calle. Y no estoy de humor para perseguir a una perra de madrugada.

Acaba de terminar Far Behind de Candlebox, en la 97.7 FM. En la madrugada ponen música de los 90. No hay anuncios ni locutores, por lo que soy un radioescucha feliz. En lo que tarda Wannabe de las Spice Girls llego al semáforo de la 27 calle. Ese en donde está Burguer King, en la zona 5.

Ya hay tráfico denso. Lo pongo así, el semáforo ya funciona, y el flujo se divide entre autos sedán y tráilers, como pueden apreciar en el video. Siempre respeto las señales de tránsito, pero es de madrugada, por lo que si cruzo a la izquierda, justo donde dice no cruzar, me ahorraré dar una vuelta. Pero en mi defensa, no hay carros detrás de mí.






Comienzo a avanzar y suena Inner Circle. Sí, es Sweat, AKA a la la la long. Normalmente voy en automático al manejar, pero como se me indicó que debía escribir una crónica de tráfico del viernes, estoy como que más atento y reflexivo, quizá por eso, y mientras suena Sweat, recuerdo ese breve instante de los años 90 en el que todas querían ser como Winnona Ryder en la versión de Reality Bites… ah sí, y utilizar Sperry’s. En lo que dura la canción atravieso el bulevar Lourdes. Cruzo hacia Santa Rosita, la meta es llegar al bulevar Acatán, ingresar al colegio para llegar a mis clases de natación. Suena Electric Blue de Icehouse, y bajo del carro. Los 15 minutos estimados de tráfico de la etapa uno, han terminado.

Etapa 2

Hoy el tráfico me abandonó. Lo digo como un reclamo, normalmente son 45 minutos. Hoy la cola comenzó a cien metros del colegio en el que recibo clases de natación. Y juro que me preparé, primero mentalmente. No es que no sepa cómo es, no es que el lector no sepa cómo es, es reflexionar acerca de cómo pasamos el tiempo sentados frente al volante y encontrar algo útil sin poner en riesgo nuestra vida.

Reviso primero de qué forma puedo prepararme. Normalmente evito el tráfico. Al salir de las clases de natación, en lugar de ir a regalar media hora de mi vida o 45 minutos al tráfico, lo que hago, que es lo más lógico, es buscar un refugio. Acudo a un restaurante, pido un café y mientras dan las 9:00 horas tengo casi tres horas para adelantar trabajo, leer o escribir alguna columna, responder algún reclamo de las notas de Relato o un pendiente… o, si se me sale lo literario, escribo algún episodio del cómic que jamás verá la luz.

Pero esta vez no lo haré, porque es preciso hacer una nota acerca del tráfico y el reto es encontrarle algo distinto y nuevo, si es posible. Por tanto acá estoy, sentado en el auto, encendido pero inmóvil, en el parqueo del colegio. Aún no salgo, me visualizo.

Me evalúo. No, no hay ganas de ir al baño. La rinitis que se detona con el cloro de la piscina merma un poco. Son las 6:30 horas. No es exagerar pero el caos empieza con la radio nacional. A diferencia de la programación de madrugada, las seis radios programadas en el auto tienen locutores con una programación realmente pobre, tratan de levantarme el ánimo, se los reconozco, pero eso no lo lograrán, eso solo lo hace la música o la comida.

Y lo sé, soy de esas minorías que no escuchan radio por los anuncios y sus locutores, por lo que apago el radio –todo sea por la salud mental–, saco un speaker, porque mi auto no es tan moderno, y lo conecto al teléfono. Spotify será la encargada de salvar mi vida.

Oh sí, adiós locutores con tesituras y acentos fingidos. Pero esta vez, el cielo está nublado, más de lo normal. Sabiendo que a meterme al tráfico iba, decidí escoger una canción y utilizarla como mantra. Escogí solo una canción y escucharla una y otra vez, hasta llegar a casa. Por fortuna, la noche anterior, Depeche Mode recién estrenaba Where’s the revolution, tema actual y contestatario. Ese tema es el elegido, piso el clutch, pongo primera y comienzo a avanzar.







Todo esto lo recuerdo mientras espero mi turno para girar en U en la calle de piedra. Sí, en Acatán, zona 16, hay una. Y repaso una y otra vez lo que va sucediendo porque no puedo apuntar, como normalmente haría un periodista decente. Y yo no pondré en riesgo mi vida por una nota de tráfico. Y tampoco soy decente, me parece.




Irónicamente, el Olimpo se puso de acuerdo para que este viernes el tráfico fluyera. Pensé que por ser viernes de pago la cosa estaría cardiaca, pero al parecer no iba a ser así. Sin embargo, la velocidad no pasa de los 20 km por hora. Entonces, todo estaba bien. Da para pensar.







De la cultura automovilística no hay mucho para decir, digamos que nada que no se sepa ya. Aunque reconozco que en el redondel que da al bulevar Kanajuyú la gente sí respeta la vía. Digamos que pasa un carro por cada vía, como si fuera un ziper. Uno a uno. Ahora me doy cuenta, sí, porque debo darme cuenta de lo que ocurre a mi alrededor, uno maneja en automático.

Tres cosas encontré esta vez de las que no me había percatado antes. Primero que desde esta cuesta se puede ver un cementerio. No sabía que existiera uno en zona 16. Lo otro es un graffiti, bueno, realmente es una pinta, que siempre leo y que considero es un buen referente para saber a qué velocidad va uno. Y tres, que realmente no importa el dinero, siempre hay un imbécil que se pasa y se va contra la vía.



Cementerio


Payaso que no respeta las vías


“You know you are in love when you see the world in her eyes, and her eyes everywhere in the world”, solo falta el autor, según Internet, es de David Levesque.

Denso pero avanza el tráfico, la canción de Depeche Mode realmente me relaja: “¿Dónde está la revolución? Vamos gente me estás deprimiendo”. Lo bueno de estos ingleses es que su sonido es seguro, sabés que te sorprenderán sin abandonar remanentes de la música que los dio a conocer en este continente.

Eso es lo bueno del arte. Bueno, de cierto tipo de arte. Hay países en los que el arte es un reflejo de su entorno y una crítica social a su época. No como en Guate. Es difícil encontrar un sonido decente, con una letra decente, con una producción decente. Así es, no encontrás los tres al mismo tiempo, no importa el género. Pero si lo hallás, es demasiado under. No sé porqué ahora pensé en aquello de, “Toma, que toma, que tómate una gallo”. Aquí lo que se goza es el beat repetitivo.

No es que me ponga disperso en la crónica, pero es que en el tráfico sería una gran irresponsabilidad leer. No digamos ver videos, redes sociales o chatear. ¿Quién querría hacerlo a las 6:45 horas? ¿Quién quiere estar en el tráfico si puede evitarlo? En fin, da para dispersar el pensamiento. Insisto.

Ya estoy en el semáforo del Austriaco. En el siguiente verde cruzo a la izquierda y subo por el bulevar Lourdes. Serán solo unos minutos, después de todo, entre la piscina y mi casa hay menos de ocho kilómetros que, a estas horas, son 35 o 45 minutos de tráfico.

Organicémonos. Vienen tres carriles a los que se les suman dos más que proceden de la Calzada de la Paz. Ya conocemos cómo es, respeto mínimo y que cada quien se meta donde pueda. Repararía de nuevo de hablar de los motoristas, pero ese es cohete quemado, acabamos de hacer dos notas de ello, que si querés leer, está aquí la 1 y acá la 2.

Antes de cruzar a Lourdes vi una camioneta, pero no pude fotografiar. No sé si era 65 o cual, pero iba con gente por todos lados y recordé esa época. Décadas anduve en transporte público, y mil veces prefiero ir en el tráfico solo con mis pensamientos en un auto viejo que en un bus, en medio del tráfico.

Creo que el peor castigo que te puede dar la sociedad es ir en camioneta, temprano y en el tráfico. Los olores, las conversaciones, esa maldita invasión a tu espacio personal. Las metidas de mano que vi (no imagino la incomodidad de vivirlo) y el setlist de un chofer de camioneta y el fucking volumen alto. Si a ese escenario me le suman reguetón (chombo en mi época) ufff, digno de atravesarse el cráneo con el puño, como aquel poster de Iron Maiden.



¿Puedo jugar con la locura?

Ya pasé Bobby’s Place, el tráfico se ha mantenido constante, no como aquella vez, creo que fue hace una semana, cuando dos estudiantes se quedaron sin gasolina en plena cuesta. Lo sé porque los vi verter gasolina en el tanque. “¡De nada por mis 15 minutos!”, pensé en gritarles.

Waze me dice que en 300 metros puedo cruzar a la derecha en la 35 avenida para, 200 metros después, llegar a la diagonal 14. Ya ahí no hay tráfico y fluyo. Justo me parqueo frente a la casa. Han pasado 35 minutos para recorrer 7.7 kilómetros. Solo me toca esperar que pase el día con la certeza de que a las 18:00 horas estaré en el trébol de Vista Hermosa para medir tiempo y experiencia. La meta será recorrer el bulevar Los Próceres, pasar por Liberación y luego seguir recto hasta el final de la Roosevelt hasta la Shell Tinco… y viceversa. ¿Qué les digo? Ocurrencia de periodista.

Etapa 3: Tráfico de noche

Son casi las 18:00 horas y estoy de nuevo en el semáforo que a las 4:45 horas me marcaba el rumbo. Esta vez para cumplir con la segunda parte de este Relato. La meta era llegar a las 18:00 horas al trébol de Vista Hermosa y surcar desde ahí hasta la Shell Tinco.






¿Qué queríamos con la nota? Respondernos cuánto tiempo tarda, qué tipo de ideas o pensamientos pasan por la cabeza, música, pasatiempos… de un sujeto cualquiera pero que esté consciente de atender al tráfico. Ya he dicho que por lo general evito el tráfico, pero esta vez no. Así que heme aquí, esperando el verde.

Un reportero alpha, pluma plateada, grabadora de titanio, ojos biónicos… ejecuta. Pensé en utilizar la radio nacional para ambientar esta parte de la historia… pero no. Radio Faro, que es lo que escucho cuando hay tráfico, tiene un concierto de Violin in A Minor BMV 1041, Allegro, de Leonid Kogan. ¿Cómo lo sé?, porque todo lo puedo en Shazam que me fortalece.

Pero el mude no me permite escuchar música clásica, es que realmente no tengo ganas de hacer esto. Así que con el espíritu periodístico desolado, y sin ganas de nada, la foto del semáforo me hizo pensar en Martin Sheen, Apocalypse Now, en mis padres y en The Doors. Sí, es momento de escuchar The End, veamos qué bondades me ofrece Spotify con los temas que tengan The End en el título.

Comienzo a avanzar. Haré un símil al guion de Apocalypse… “quería un trabajo de periodista, y por mis pecados… me dieron uno”… mmm no, tal vez no. Esa frase la usaré para cuando hable de los tres días que caminé bajo la llovizna y la lluvia en Petén. Oh sí, el agua puede quebrar a cualquiera. Regreso al tráfico… es que de eso se trata el tráfico, de lograr elucubraciones, meditar, no sé, encontrar una forma de pasar el tiempo. Y que valga la pena, de alguna forma, entretenerse uno solo.

Eso que ya esté en el Campo de Marte no significa que la tarea ya haya comenzado. Ya hay tráfico, sí, pero no es un tráfico digno de ser contado. Porque fluye, no es que estemos totalmente detenidos, no es que la gente vocifere con sus autos o los motoristas hagan las mismas estupideces de siempre y que ponen en riesgo su vida; no, no es eso.

No es que el sistema nos obligue a vivir y aceptar un caos mal sano… no, no es así… no es que merezcamos estar en el final del tránsito… pero eso es lo que sucede cuando escucho Doors…. Me pongo metafísico y contestatario, por eso es que no escucho rock ni sus subdivisiones… me pararía sobre el capó del carro, predicaría que el fin ya pasó. Diría que estamos muertos en vida y no lo sabemos. Vamos adelante como si nada valiera la pena, como si ignoramos cuál es el precio del tiempo. Sí, por eso no escucho Acid Rock, Industrial, o una larga lista de músicos para desahogarme….

Pero entonces, Spotify pone In the end, de Papa Roach, ah no, es de Linkin Park, ese que el rock simple de los 90- 2000 es como música de elevador, toda es igual. Sí me gusta la melodía, pero me gusta tanto como un buen pop, después de todo ya pasé el columpio Vista Hermosa, el tráfico fluye, no sé si sea suficiente la inversión de tiempo en tan poco tráfico. ¿Será que esta nota tampoco gustará?… En fin.



Multiclínicas

Waze me recomienda usar el carril auxiliar del bulevar Vista Hermosa, y luego tomar la 1a. calle. Y sigo la instrucción… avanzo como tarde de domingo. Sin carros, está vacía. Llego tan rápido a las Multiclínicas que no sé si hice trampa al espíritu de la nota.




Ya son las 18:10 y comienzo a bajar desde el trébol de Vista Hermosa rumbo al bulevar Los Próceres. Me da tiempo de buscar un playlist de Tráfico; escojo uno de Mr. Pig y le doy play.







No sé si es suerte del día, o así es esta parte, pero no hay autos. Todos van hacia carretera a El Salvador y yo para la Roosevelt. Pero poco duró mi celebración, si bien me fui desconectado para ahorrar gasolina, la cola empezó justo frente a los juzgados de Trabajo y Previsión Social, en el paso a desnivel de la diagonal 6. Ahí comenzó la tortura.

Decidí irme en el carril izquierdo. A vuelta de rueda. Cuando vi el anuncio de Arzú, el que dice “las guerras son inútiles”, creo que le faltó una frase: “no aplica para vendedores ambulantes y periodistas”. ¿No es así,  Alcalde? Aunque, sabe, quizá no tengo nada contra usted, creo que es más contra la gente que lo sigue, que lo defiende… ese aparejo de mulas. Esa gente es la que me molesta. No dimensionan lo que él y su familia han significado para este país.



Fotos y videos, Gabriel Arana.

Buscaré en qué entretenerme mejor. No me gusta la política. Buscaré anuncios chileros en el panorama visual. Pero no, nada. Una vez le reclamé a un publicista los anuncios tan de mala calidad de Guatemala. Le decía que una de las cosas que me gustó de la comunicación era la publicidad, pero no entendía por qué que acá todo era jingles mucos, mujeres con poca ropa y frases pegadizas. Recuerdo que me respondió: “Dame un cliente inteligente y un espectador educado, entiéndase educación y no modales, y te doy un anuncio que te cagás…. por eso las agencias de publicidad de la región hacen anuncios solo para concurso, anuncios que nadie ve. Es por eso”. Esa conversación la tuve hace 15 años.

Digamos que no hay un anuncio decente en el bulevar Los Próceres o no lo vi, lo bueno es que me dio tiempo para darme cuenta de que se podía ver Venus. Verlo me llevó a tres ideas… Primero que, seguramente, ese planeta puede ser Eärendil, la estrella de la mitología Tolkien. Una de las cosas que aprendés al leer El señor de los anillos.



Venus, eso creo yo.

También pensé que cuando ocurrió lo del Oxlajuj Baktun y ver la traslación de Venus frente al sol fue alucinante presenciarlo en vivo, aunque aparentemente lento eso sí. Y ante lo minúsculo que se veía el planeta frente al Sol, pensé que la Tierra no es mucho más grande que ese planeta.

Quizá eso necesitemos, una mega onda solar que venga y nos ponga firmes a todos en un maremágnum de calor, o lo que sea que signifique una onda solar. Eso será algo que le preguntaré al siguiente astrónomo que vea.

Tercero, que la vez más impresionante que vi a Venus fue en un viaje hacia Petén, justo en enero de hace unos años. Después de todo, es la estrella de la tarde.

Veo el reloj y el kilometraje, y solo he avanzado un kilómetro de lo que sea que me va a tomar este reportaje. Pero antes de llamar a la redacción de Relato para reclamar lo absurda de la nota, aparece una canción que me tranquiliza. Es lo bueno del Spotify, ponés una lista y descubrís canciones maravillosas, como el tema Hallucinating, de Elohim.







No sé quién será pero me hipnotiza. Uuuu sí… siempre he creído que en las prisiones deberían poner pop de chicas virginales, nínfulas etéreas como Nabokov receta, eso sí apacigua a las bestias. Escuchar su voz, esa melosidad pop de algodón de azúcar, de musa inalcanzable, tranquiliza a cualquiera. Estoy seguro de que el imbécil que se acaba de meter en mi carril sin poner luces no lo haría si escuchara el tema. Digo lo mismo para ti, motorista descerebrado, dale al retrovisor con tu manubrio una vez más. No harán nada para enojarme, no tienen el poder. He avanzado otro kilómetro pero estoy en paz, porque escucho a Elohim. Me dieron ganas de escuchar Con las ganas de Zahara y Do you feel it?, de Chaos Chaos.







Hasta ganas de comprar flores me dieron. Ya ven que desde Vitatrack, y como el tráfico va tan lento, hay jóvenes vendiendo flores en cubeta. Sí, ¿por qué no? Compraré una flor, aunque no se la de a nadie. Solo por el sentimiento que me despierta esta melodía en medio del tráfico. En eso miro una valla:        “haz planes, compra tu casa”.

Claro, a 35 años plazo con el salario mínimo profesional, un lugar para guardar cosas, un lugar al que puedo llegar a dormir. ¿Con qué sentido, para qué? Al final, no me lo llevaré a la tumba. Y bueno, ya no puedo tener descendencia, entonces: ¿con qué propósito, no importa? Alquilaré un apartamento, si es que logro salir de casa de mis padres de nuevo. No, ya no quiero la flor, para qué. Es un gasto innecesario, aunque esas musas me canten al oído.



“150,500 km… ¡Pidan un deseo!”

Hasta hace unos años siempre dije que la vida podría ser peor, que no hay que quejarse, y lo pienso en el tráfico a vuelta de rueda. Pero Calvin & hobbes me enseñaron en una tira cómica que sí es cierto, pero la vida también podría ser mucho, mucho mejor. Eso pienso al ver un picop con gente dormida en la palangana. Son dos mujeres y un hombre. Saber de dónde vienen y hacia dónde se dirigen. Lo cierto es que me dan ganas de dormir.




No me importaría ir en medio de ellos, compartiendo el sueño de los justos. Como dijo Rick: “¿No podemos pretender que todo esta bien, solo por unas horas, disfrutar de nosotros mismos y preocuparnos de todo esto después?”. Es que no se puede ser positivo en medio del tráfico, sobre todo porque no tengo propósito tangible para ir en él, no es que me dirija a mi casa, o a visitar a alguien o a atender un compromiso. No, mi deber es ir en medio del tráfico. Pienso en los choferes, ¡qué vida!. Lo bueno es que ya estoy frente al Centro Comercial Los Próceres. Solo llevo 45 minutos de tráfico.

No voy a revisar mis redes sociales, suficiente tengo con intentar tomar fotos o videos para demostrar que sí es cierto que estoy aquí. Hay muy poca confianza entre periodistas, he de decir.

Es entonces que veo una de esas escenas por las que Asturias decía que solo se podía vivir a verga en este país. Un discapacitado con mascarilla y sin piernas está en medio de los carriles y, con un palo de escoba que tiene una bolsita al final, pide dinero.






Los motoristas que van entre carriles lo esquivan. La capacidad de adaptación social no deja de sorprenderme. Paso a su par y toca el vidrio, supongo que se dio cuenta que grabé un video. Pero es en ese momento que veo que el tanque de gasolina pide más.

Toca llamar para avisar que los Q50 de viáticos que me otorgaron en combustible no fueron suficientes, esos dos galoncitos no lo eran. Estoy en el bulevar Liberación y aunque pago seguro, no me arriesgaré a saber cuánto tardan en llegar con gasolina. Me autorizan otros Q50 de gasolina, “ni modo que te quedés tirado, además tenés que hacer la nota”. Noooooo, no fue así, pero es para darle otro ambiente narrativo, un poco de drama a mi vida cuasi impasible.

Pasar a la Shell de Liberación me ayudó además para una micción. Orinar. Voy camino al auto de nuevo y me pregunto si alguien realmente leerá esta nota. Y ese es un síndrome común entre comunicadores: “¿habrá quién lea esta nota?”. Este es un medio digital y bueno, se perderá en el océano de la información, pero con el medio impreso, todo lo que publiqué alguien lo leerá, o lo leyó. ¿Valió la pena?

Empiezo el paso a desnivel de Tecún Umán y recuerdo que en esa línea de pensamiento, en medio de una fiesta, dije algo similar, que realmente no sé qué tanto vale la pena lo que hacemos los periodistas. Pero una amiga me interrumpió y dijo: “Claro que sí, es tu legado. La gente tiene hijos; vos, notas. Ahora realizo un documental histórico de Guatemala y toda la información que tengo la he obtenido de publicaciones de la hemeroteca. En 70 años, ninguno de estos bolos que están acá estará vivo, y de todos, solo vos serás recordado, porque nosotros tampoco tendremos hijos.

Entonces, algún estudiante de comunicación, arte, o quizá otra documentalista encontrará un diario con información de esta época y será tu nombre el que encontrará… otra cosa es que escribás pura mierda”, la carcajada duró mucho tiempo.

Recordar esa conversación me hizo carcajearme solo en el carro y preguntarme por qué no estaba ebrio… ya voy en Pamplona y parece ser que para el tráfico el núcleo de todo es Liberación… empieza a aflojar el tráfico. Hasta ahora veo lo que tanto me gusta del tráfico nocturno, la iluminación Led.

Ver las camionetas con esa iluminación dentro es alucinante, es una disco móvil, es esa esencia kitsch de la que no nos desharemos nunca. Se ve bien chilero y no voy dentro, y eso es muy, muy alegre. Y no solo los buses de Pamplona que van rumbo al Trébol, también hay motos Led. Las luces neón pueden descansar en paz. Las Led han tomado el estandarte. Ya es momento de cambiar de playlist.







Toca Electric 80′… música de esa década tan incomprendida y genial. Solo tengo 6 canciones en ese playlist y fueron suficientes para terminar la etapa 1 del trayecto; llegando al trébol el tráfico se disipó. Ya no daba mucho para pensar tonterías o buscar detalles en el tráfico pues ya fluíamos. Me dio tiempo de agregar Danger Zone a la lista, pero de ahí el tráfico caminó. No diré que iba rápido pero, de nuevo, con 6 canciones terminé de recorrer toda la Roosevelt… se pueden hacer una idea.

Pasé Tikal Futura, Periroosevelt, aunque vi cómo se le metió una camioneta a un motorista y hasta le tiró el bus. Por fortuna no fue un accidente. Luego pasé frente al avión del italiano, otro detalle kitsch de esta ciudad… el Omni… la iglesia esa que no terminan de construir… y así hasta llegar a la Shell Tinco. Supongo que el carril reversible sí ayuda después de todo.




Me detengo en la gasolinera para dar parte a la base, no hubo novedad. Pidiendo instrucciones, preguntando si los 95 minutos de tráfico (y mi breve ida al baño) eran suficientes, o si no se les antojaba otra ruta más socada de tráfico…

El teléfono suena y no hay respuesta, claro, ellos ya disfrutan de su viernes. Toca seguir con el plan, agarrar de regreso por la Roosevelt hasta el trébol de Vista Hermosa. Selecciono otro playlist, uno mas suave y gentil: Femme Fatale. Subo el paso a desnivel y de regreso, pese al tráfico y al carril reversible, casi que me voy desconectado toda la Roosevelt. Es bueno ahorrar gasolina así, aunque peligroso.







Incluso los tramos que acabo de recorrer empiezan a verse más flojos. Son las 20:00 horas y el camión de Emetra comienza a recoger los conos de plástico, ya no hay un tráfico que saque canas verdes. El flujo es tal que comienzo a armar la nota en mi cabeza. Desde el principio.




Paso Tecún Umán de nuevo, el Obelisco, bulevar Los Próceres, y recuerdo las tonteras que pensaba del otro lado del bulevar hace menos de dos horas. Llego al trébol, regreso al bulevar Vista Hermosa y me estaciono en la Shell de los Mormones.

El recorrido total duró dos horas. Tiempo en el que medité, elucubré, me reí y enojé. Todo en un tramo clásico, pero realizado con conocimiento pleno de atender a mi alrededor y lo que pienso en medio del tráfico. ¿Cuánto tiempo se pasa en el tráfico y, en él, la gente va por inercia, sin preguntarse nada? ¿Cuánta gente debe hacer ese recorrido a diario para llegar a casa, cansada a saludar a la familia? ¿Llevarán el tráfico a casa? ¿Lograrán sobrevivir al estrés que genera? ¿Llegarán de buen humor para compartir con la familia?



Lo que empezó a las 18:05 horas, terminó a las 20:15 horas.

Me pregunto si solo llegarán para llevar esa mala vibra a casa, esas actitudes, esa intermitencia de luces Led que encandilan, que hipnotizan para hacernos sentir que todo está normal en el vacío del caos. ¿Debemos pensar que es normal pasar dos horas en el tráfico? No lo sé, quizá esta sensación solo sea una intermitencia mental de luz Led, de esas que nublan la vista cuando el auto de un idiota se pone detrás y te roba paz desde tus retrovisores. Quizá en el tráfico o al llegar a casa solo tengamos que cerrar los ojos un momento y recordar que ni el tráfico es para siempre en esta Ciudad Led.   

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