Así fue la primera vez que me colé a una boda imagen

¡Quiero saber de ti! ¿Alguna vez te has colado a una boda? Cuéntame tu historia.

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Entré al salón y figurativamente estaba surrándome del miedo. A todas las bodas a las que había asistido en mi vida había sido por invitación, pero esta vez no fue así. Mis amigos son de esos a los que las abuelitas les dirían “canelitas finas” y era de esperarse que mis constantes “reuniones sociales” (por no decir otra cosa) con ellos resultaran en que yo (eventualemente) me olvidara de ser una “lady que no pierde el glamour”. 

Era un sábado #TipoTranquilo (la mentira más grande inventada por los millennials) que empezó con tan solo un trago…

Estábamos en una boda (¡A LA QUE SÍ NOS HABÍAN INVITADO!) y las bebidas espirituosas se acabaron. Además, ¡ERA UN SÁBADO DE FIN DE SEMANA LARGO Y ELLOS ESTABAN “SECOS”! A este punto yo estaba segura que mis amigos pidieron e imploraron para que se repitieran las bodas de Canaan para que el waro se multiplicara, claro, eso no pasó. Así que la frustración de haber dejado de lado los planes de irse al puerto para el feriado por ir a la boda fue intensificándose poco a poco. 

… Frustración que pronto acabaría

Resulta que ese sábado el hotel era anfitrión de nada más y nada menos que de dos casamientos. Hubiera querido que mis amigos no se enteraran que a menos de 10 metros se celebraba una segunda boda, con chavas bonitas, alcohol en paleta y el bodorrio estaba en ese punto de la noche en que nadie está sentado y todos bailan al ritmo de “No pares, sigue sigue” “No pares, sigue sigue”.




A eso de las 12:00 a.m. mis amigos se levantaron y auto-invitaron a la boda de al lado. ¡Está bien! … se colaron. Y yo firme en que “eso no se hace” porque “no es correcto” y además “me daba mucha pena” les dije que fueran ellos que yo me quedaría esperándolos. (Supuse que el otro casamiento terminaría a la 1:00 a.m. y tendría que esperar 1 hora y no más).

1:15 “Seguro no tardan en salir” –pensé
1:30 “¿Será que les escribo a ver cómo van?”
1:35 “¿Dónde están?” –escribí en el grupo de WhatsApp
1:37 “Vení está alegrísimo” –respondieron
1:38 No sabía qué hacer. De la boda a la que fuimos invitados no quedaba nada…
1:40 “Vengan por mí, no me atrevo a entrar sola” –escribí nuevamente 
1:43 Uno de mis amigos llegó, tomó mi bolsa y dijo “vamos”. Empezó a caminar y no tuve remedio más que seguirlo.

Sentí que al entrar a ese casamiento de dos completos desconocidos me iba a desmayar. Estaba enojada porque me obligaron a hacer algo que me provocaba incomodidad. Me hiperventilé al entrar, sufrí un ataque de ansiedad inventada y recuerdo haber querido que la tierra me tragara. 

Me senté en la mesa más arrinconada que encontré y pensé “voy a tomar algo y a fingir que me drogaron para que entonces mis amigos me tengan que llevar al hospital”. Luego pensé mejor y entendí que si quería pasar desapercibida simular estar drogada no era el mejor de los planes.

Colarse a la boda ya había sido suficiente aventura para mí, pero para ellos no. Resulta que era un casamiento “finolis” y mis amigos no tardaron en darse cuenta. Mientras estábamos en la mesa, ellos me gritaban (juro que sus gritos se escuchaban más que la música) “¡Pame, en esta boda las boquitas son salmón y hay una barra de shots ¡vamos!”. 

Mi cuerpo completo estaba entumecido, no quería que nadie me cachara de colada en una boda. Suficiente esfuerzo hacía al estar sentada en una mesa, a la cual no fui invitada, como para pararme e ir a traer boquitas y shots a la barra como Juan por su casa. 




Mis amigos no repararon en pedir tacos, sopa, salmón y tragos en cantidades. Me decían “Pame relajate, comé algo, tomá algo”. No podía dejar de pensar en cómo ellos estaban tan frescos y yo a punto de sufrir un infarto. 

Una de mis amigas, mi alera en todo, hasta fue por un par de sandalias que ofrecían en la boda para las chavas que ya no aguantaban los tacones. Y yo, en cambio, hubiera preferido (motivada por la pena y miedo de ser una colada) que me sangraran los pies por el uso prolongado de los tacones. 

A este punto pensé que iba a desmayarme de los nervios, del estrés, de la ansiedad. 

Entonces me recordé que para fumar se debía salir del salón y –aunque no fumo pedí un cigarro y compañía. Salimos a fumar. Agarré el cigarrillo, fingí fumar y esperé que se consumiera. Decidí alargar la plática así que empecé a conversar de negocios y fútbol, temas que enganchan fácilmente a cualquier hombre. Fueron 15 minutos de paz hasta que ellos dijeron “bueno, vamos a bailar”.




Quería llorar. Ya no sabía qué hacer, me había quedado sin “plan b”. Decidí armarme de valor, entrar otra vez a bailar y poner cara de “soy una invitada más en esta boda”.  Mientras bailaba me imaginaba fotos de nosotros circulando por todas las redes sociales con textos como “cuidado con estos jóvenes que se meten a tu boda sin invitación”. 




Yo necesitaba calmarme, así que acepté el trago que me habían ofrecido desde el inicio.

No sé si fue la adrenalina, el miedo o qué. Pero ese único trago me hizo entender que nadie se iba a dar cuenta porque no estaban pendientes de mí, todos permanecían muy entretenidos con el “No pares, sigue sigue” o muy borrachos para que les importase.

Bailé. Bebí. Y sí, entré a las 4 de la mañana a mi casa porque después del estrés y la tensión pasé una de las mejores noches de mi vida. Nada como una aventura que te saque de tu zona de confort y te rete a vivir al máximo tu vida. Y sin duda esta “colada” a la boda fue una experiencia única para mi. 

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