Una misteriosa ola de desapariciones está sucediendo en los condominios de Carretera a El Salvador. En los garajes y las calles de los residenciales cada día falta algo, las bicicletas.
No es una banda de delincuentes o un grupo formalmente estructurado, se trata más bien de un individuo astuto, que una a una se hace de las bicicletas de los incautos residentes. “Como no la usábamos todos los días, y estaba colgada en el garaje, no nos dimos cuenta que faltaba”, relata Jennifer una víctima.
El falso jardinero
Llega a las garitas de los condominios y se presenta como un jardinero. Platica con los guardias y se gana su confianza, a veces hasta les comparte tortillas y chistes.
Con el tiempo y cuando los guardias ya están familiarizados con el sujeto, les dice que fue contratado para prestar sus servicios y que los dueños de una u otra vivienda le llamaron. “Normal, los guardias tienen varios días de verle, que su presencia no es ajena y lo dejan pasar”.
Ya adentro, sigilosamente merodea las viviendas, observa los estacionamientos, identifica las casas con las bicicletas más caras y luego abandona el condominio. Así este “falso jardinero” merodea algunos de los residenciales más exclusivos y se hace una idea de cuál vivienda será la próxima que atacará.
Días después, vuelve a la garita, cuando los guardias más amigables están de turno y la entrada es más fácil. Saludo de manos y una sonrisa, son todo lo que necesita para entrar.
Camina rumbo a la vivienda, donde días antes identificó la bicicleta, por la que este día llegaría. Entra en el garaje, mueve algunas cosas y comienza el proceso de descolgar el velocípedo.
Una vez en el suelo, el “falso jardinero” monta la bici y sale del condominio sin pena alguna. Lo más probable es que los dueños se den cuenta que la misma falta, hasta el fin de semana o la próxima vez que la usen.
Así se la llevaron
Silvana y su familia viven en un condominio cercano a Pradera Concepción. Allí la familia guardaba sus bicis en el muro lateral de garaje, a la espera de que en el fin de semana fueran utilizadas.
Las dos bicicletas de los niños y una más profesional, la de Julio su esposo, colgaba de ganchos fundidos a la estructura de la pared. Por años, el sistema de la familia fue tanto práctico como seguro.
Un sábado por la mañana, cuando Julio se disponía a salir con sus amigos del club de Mountain Biking, a eso de las 5:30 a.m., el sueño de Silvana se vio interrumpido. “Mirá, dónde pusiste mi bicicleta?”.
Medio dormida, sorprendida y con los ojos a medio abrir, Silvia se extrañó de la pregunta.
¿“Qué pasó, qué hora es?, la bicicleta, cuál, ¿de qué hablas?” fue lo único que pudo balbucear.
De mi bicicleta dijo Julio, ¿dónde está que ya voy tarde?
Fue así como la familia se dio cuenta que la bici no estaba, que se había desaparecido. “Buscamos en la bodega, despertamos a las muchachas, llamamos al jardinero y hasta a los niños, pero nada”.
Nadie sabía dónde estaba. Julio pensaba, además en los Q18 mil, que había invertido en comprarla y volver a hacer el gasto no era una opción. Mientras pasaron las horas quedó claro, la bicicleta no estaba y alguien se la había llevado.
En la imagen está el culpable.
Fue así como la familia revisó las grabaciones de las cámaras de seguridad de la casa y el condominio. “Así supimos porque la bicicleta no estaba en su lugar, se la habían robado”.
Al indagar más sobre el hombre que aparecía en las imágenes, la familia supo que los encargados de la garita lo conocían como un jardinero, quien visitaba el condominio.
Ya no había misterio, la bicicleta salió por la puerta grande y en manos de un supuesto jardinero. Hoy, la familia está a la espera de que el seguro les pague el valor y las bicicletas cuelguen del mismo gancho, solo que ahora amarradas con cadena y candado.