Ese placer culposo llamado TV mexicana imagen

“Yo confieso –vamos, dilo con nosotros–, yo confieso que vi televisión mexicana en los años 90 (y aun ahora)”.

Las opiniones e imágenes de este artículo son responsabilidad directa de su autor.

Llegó la década de los años 90 y con ella la televisión por cable. Los canales de películas (Request, HBO y Cinemax) no incluían versiones dobladas o subtituladas en su parrilla televisiva; y salvo el canal MTV todos exploramos, debido a la frontera idiomática, una programación que la TV nacional ya nos había presentado: la televisión mexicana, AKA el Canal de las Estrellas.

Este Relato es un tributo/análisis/contrición televisiva de lo que aprendieron nuestros cerebros frente a la caja boba. De Papá Soltero al Show del loco Valdez: a eso expusimos nuestras vírgenes mentes. Quizá entendás un poco por qué los Millenial XY somos como somos.

***

Ahora que termina diciembre a uno le da por reflexionar y volver la vista atrás. ¿Recordás cómo era la vida, la moda, y en qué nos entreteníamos de niños? Gracias a los dioses del Olimpo ahora existe Netflix y, no sé ustedes, pero la televisión solo se utiliza para ello –o los programas en vivo, como el desfile de Victoria´s Secret. Debo decir que el Canal de las Estrellas era cosa seria, cosa de todos los días en la década de los años 90.

Esta no es una crítica tipo el Carnal de las Estrellas, de Molotov, pero seamos honestos, la programación no era de lo más vital. Regresemos a 1995: por la mañana recibíamos los aburridos cursos de la escuela, pero al llegar a casa y encender la televisión, nuestro alimento social era este canal. Mentiría si digo que veíamos al ECO de Jacobo Zabludovsky, pero al menos sabíamos que existía un canal de noticias internacionales –recordemos, CNN estaba en inglés y la BBC aún no nos veía como mercado potencial. En conclusión, la TV por cable comenzaba a ser accesible para la clase media de esta Banana Republic.

¿Te has preguntado cuánto influyeron en el habla guatemalteca las películas de
 La india maría, el Cine pícaro, el Chavo del 8 y sus cachetes de marrana flaca? 
Supongo que se nos chispoteó.



Jorge Ortìz de Pinedo como el Dr. Cándido Pèrez. Foto: Televisa.

Recordemos al Doctor Cándido Pérez. ¿Qué tipo de entretenimiento nos regalaba? Enseñanza social, cero; valores, no; y es que no era su fin tampoco. La meta era entretener. Y qué decir del humor, unos chistes tan blancos queriendo ser pícaros, pero hasta ahí… eran de pena ajena.

No era como Bienvenidos o Rompeportones, que ya luego hablaremos de ellos. No, teníamos a este médico que no podía hacer nada bien, encarnado por Jorge Ortiz de Pinedo (quien aún no se da cuenta de que no es comediante); Nuria Bages, como Silvina, la esposa inteligente casada con un tonto; mientras, rodeados a la mesa se sentaban Catalina, Paula, la escandalosa de Claudia, y, por último, nosotros, viendo cómo se resolvía la vida de una forma chusca.

“A mí, el anzuelo que me llevó a la televisión mexicana fue la música. Recuerdo específicamente el concurso internacional América es tu canción, que se transmitió en 1982. En este participaron cantantes de toda América. De Guatemala fue Vanessa Spartz; de Puerto Rico llegaron Los Chicos; y por México, el virtuoso Luis Miguel.

Por supuesto que los mexicanos, como organizadores, no perdieron la oportunidad de llenar el programa con sus estrellas emergentes y quien definitivamente impactó, especialmente a chicos y no tan chicos, fue Lucerito (así la llamaban).
A partir de entonces, la farándula mexicana se filtró, por medio de la televisión, en la sala de mi casa, en donde por influencia (por no decir orden de mi mamá), antes solo se veían series estadounidenses de corte familiar.

En los años 80, mi hermana y yo estuvimos pendientes de cuanto especial musical se presentaba. Grupos juveniles, infantiles y por supuesto los guapos solistas latinoamericanos impusieron su estética, por medio plataformas como Siempre en Domingo. Todos requerían del visto bueno, de la patadita de la suerte de Raúl Velasco.

La clave del éxito de esos programas era, sin duda, su producción mucho más cuidada que la de los realizados en el resto de los países del área. Todos los artistas querían aparecer en El Canal de las Estrellas y el público esperaba ahí las novedades musicales. Las conservadoras integrantes de Pandora y las revolucionarias Flans emergieron en estos espacios. Y así sucesivamente surgieron grupos como Garibaldi y Fandango, entre otros muchos.

Las telenovelas estelarizadas por cantantes eran lo de moda. La industria tenía que crecer y bombardear a los consumidores con todos los subproductos posibles. Revistas como TV y novelas, y más adelante TV notas, nutrieron desde entonces sus páginas con las intimidades de los personajes difundidos por medio de la pantalla chica.

Los años 90 fueron menos ingenuos y fue entonces cuando canales como Telehit se dieron a la tarea de difundir específicamente música, bromas y críticas”, Ana Lucía Mendizábal.

Pero si de valores se trataba, para eso estaba Papá Soltero. César Costa, ataviado con los Jerseys más horribles del mundo, comandaba un hogar en el que veíamos crecer a Miguel, Alejandra y Cesarín. Pero no solo eso, debía además “soportar” a Juan, el vecino mujeriego mala influencia, y a su vez, a Pocholo, el conserje que se la pasaba con Cesarín, más las ocurrencias de Gumara, la empleada doméstica.

Todo enmarcado en un edificio de apartamentos de clase media alta mexicana, como si esa ecuación de mujeriego + empleada doméstica metiche + conserje side kick budy del hijo menor del patrón fuera un aliciente positivo para una familia nuclear de buenos valores, como Costa pretendía. La ilusión de la convivencia unilateral entre clases fue la piedra angular de toda la televisión mexicana. No nos engañemos, esas cosas no pasan.

Sipirilí, noporoló, los niños del 2000

Los mayorcitos conocieron a unas tales Chiquilladas, pero los que veníamos después conocimos un Carrusel, en el que nos educaba la Maestra Ximena, que, de hecho, fue de los primeros refritos de la televisión mexicana a la televisión argentina. Pero, además, nos unimos a esa larga tradición de generaciones que se preguntaron qué había dentro de la catafixia de Chabelo, programa que se transmitió los domingos y que cerró en 2015 luego de 48 años de transmisión.

Pero fue en los 2000 que llegaron tres niñas a la pantalla y que marcaron un antes y un después: Luz Clarita, Dulce María (y la tía pelucas) y la actuación doble de Mariana/Silvana en Cómplices al rescate. Ahora bien, 16 años después, han cambiado un poco. Googlealas y sabrás a qué nos referimos. Las nenas crecieron.










Belinda, Daniela Aedo y Daniela Luján.

“Lo resumo en si lloras eres buena, si ríes eres mala. Crecí en la década de 1990 como hija única y con una madre que pasaba mucho tiempo fuera de casa. Era inevitable que la televisión se acabara convirtiendo en mi mejor amiga. Sin cable, la oferta se limitaba a los canales nacionales y sus “retransmisiones” del contenido del Canal de las Estrellas. Tendría 4 años cuando ante mí se apareció María Mercedes con su cabello largo, vestido rojo y voz jadeante. Esa noche decidí que quería vivir en una vecindad, vender billetes de lotería y claro, encontrar a un Jorge Luis (Arturo Peniche). Quería drama.

Cientos de sesiones de sofá más tarde aprendí que en las telenovelas mexicanas, de mi época al menos, solo existían dos tipos de mujeres: las buenas y las malas. Diferenciarlas era sencillo, las buenas siempre venían de un hogar humilde, eran bonitas, vírgenes, y por el rostro les corrían más lágrimas que sangre en las venas. Dulces, pero aburridas. De hecho, siempre he creído que las 3 Marías de Thalía inspiraron a tanta princesa y posterior madre luchona que deambula por Guatemala.

Las segundas, las malas, las antagonistas, las que no ponían ninguna mejía, sino que alistaban la mano para dar una buena cachetada, esas sí que me parecían divertidas y elegantes. Nada más hay que ver el estilo con que Catalina Creel (María Rubio), y ese parche perfectamente combinado con su vestido de diseñador, planeaba su siguiente crimen. O Soraya Montenegro (Itatí Cantoral), quien fingió embarazo, envenenó a María la del Barrio, pretendió estar muerta y asesinó a su esposo, sin perder su alaciado.

En una ocasión, le contaba a Andrea, mi amiguita de párvulos, la última aventura Marimar y Pulgoso, el perro compinche de la protagonista. La maestra me llamó aparte y me dijo que las telenovelas no eran buenas ni a los 5 ni a los 25 años. No hice caso, dejé de verlas en la adolescencia, mas sigo sin ponerles pero; sin embargo, solo si son vistas como lo que son: ficción. Con el tiempo aprendes que, ciertamente, no todas las malas acaban en el manicomio, ni las buenas sellando su amor ante del altar”, Priscilla León.

El humor que nos arruinó

Mientras la Carabina de Ambrosio era ocurrente y por momentos sarcástica, un resabio de décadas pasadas, ¿Qué nos pasa? nos enseñaba a tener un humor más crítico, que luego intentó Picardía Mexicana (otro refrito, pero de la televisión española).

Había una Anabella que en su programa de risas nos introdujo a Eugenio Derbez. Y fue entonces cuando el lenguaje chapín involucionó de nuevo, si desde los años 80 veníamos hablando como El Chavo del 8 y las maravillas del Mundo de Luis de Alba (como el odio jarocho del ratoncito Crispín), ahora era el turno de Al derecho y al Derbez (“¡Fue horrible, fue horrible!; ¡Pregúntame, cab…!; ¡Cállese! No me interrumpa; ¡Córtale, mi chavo!; ¡Óigame, no! Mi horcó”). Entonces apareció Otro Rollo… Oh, oh… no… Adal Ramones le dio el tiro de gracia al lenguaje.

Desde entonces se oye, aunque cada vez menos, por las calles de Guatemala, “Hijo de su Pink Floyd (con la pena de la mítica banda inglesa)”; “¡pum, pum, arriba, arribotota!”; “¡Ínguesu!”, “¡O sea, helloXHGC, donde se transmitía el programa, también nos trajo a Dragon Ball Z. Digamos que entonces estamos en paz con el ahora canal 5.

Más que México, Bienvenidos a un sábado gigante de Rompeportones

En fin, la cuota de televisión latina era alta. Si queríamos conocer el mundo, qué mejor que la Cámara viajera de Don Francisco: nos presentaba el planeta que hasta la llegada de Internet nos parecía poco creíble. Luego, una breve exposición al acoso –recordemos que Don Francisco no trataba de la mejor forma a las modelos. Pero luego aparecieron los venezolanos de Bienvenidos y fue entonces que supimos de un humor pícaro de verdad, que lindaba con la vulgaridad pero que no dejaba de hacer reír. El loco Valdez y sus primas, o las chicas de La Cuchufleta, si bien eran tratadas como objetos, en Bienvenidos sí participaban como actrices, quienes además de enseñarnos el debido uso de los negligees buscaban hacer reír, si y solo si el Loco Hugo las dejaba. Pero en el top, el humor de Rompeportones, cuya decencia lanzaban por la ventana y era motivo de llamadas de atención en las casas de la clase media guatemalteca. Se coronó como lo último que vimos en TV por cable antes de ¿madurar? y aprender inglés.




La lisiada





Mi hijo fotògrafo


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