Trump no la dejó morir en el río imagen

Sobrevivió al recorrido de más de dos mil kilómetros y alcanzó el “sueño americano”.

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Estaba exhausta, días de sol y sin comer la habían llevado al límite. Cara al piso, a su lado permanecían dos de sus tres logros; parecía que todo había sido en vano: el sueño se le escapaba de las manos. Mientras la corriente del río no se detenía, las voces de burla parecían alegrarse de la suerte de la retalteca.

Creció donde la pobreza y escasez son sinónimos de una condición de vida; donde el ciclo del tiempo lo marcan las cosechas del maíz y las emociones las dicta la feria, debido a las celebraciones de la Virgen de Concepción. En caserío Victorias El Salto, Retalhuleu, donde el 65 por ciento de la población vive en pobreza (INE), nació la quinta de 12 hermanos, Patricia García.

A los 16 dejó la casa de sus padres para conocer el amor. Una estructura de lámina oxidada y cuatro gallinas era todo el haber de la joven pareja. No habían terminado de empollar una de las aves, cuando en el rostro de Patricia apareció la primera de muchas moraduras.

Los años pasaron y la humilde construcción recibió a tres niños, mientras Patricia servía de desfogo para la malograda pasión de su esposo o simplemente para exteriorizar sus frustraciones. “Varias veces casi la mata, pero en nuestro pueblo eso no es raro”, recordó Raciel, hermano de la víctima.

De antes de conocer el amor, poco recuerda Patricia. Pero quien sí viene a su mente es Joana, una amiga de la comunidad que emigró a los Estados Unidos desde muy joven. Y fue Joana, por medio de las redes sociales, una de las primeras en enterarse de que a Patricia el marido la había dejado medio muerta y la había cambiado por otra.

Con tres hijos y una familia que poco podía hacer por ella, la propuesta de Joana no sonaba tan mal: “Venite a los Estados Unidos”, le dijo su amiga de la infancia. Sin dinero ni posibilidades de costearse el viaje, Patricia declinó la oferta.

Unos días después le llegó un mensaje de Joana, donde le informaba que le había enviado el equivalente a Q15 mil para pagarle al “coyote”. La tomó por sorpresa. Era la primera vez que lo pensó seriamente, que logró ver más allá del miserable caserío donde había vivido sus 39 años.

Venite, hombre, acá te consigo dónde vivir y trabajo; eso sí, solo podés traer a dos de tus hijos porque no hay más lugar”. –  Joana.

Decidió que Victorias El Salto ya no tenía nada más que ofrecerle, que la ausencia de un marido y que la violencia que sufría no eran suficientes para mantenerla allí. Sin más, mi hermana decidió irse y así comenzó su camino, agregó Raciel.

Desde que Patricia dejó el caserío, hasta que se tuvo noticias de su paradero pasaron 20 días. Ella pudo haberse convertido, junto con su hija mayor y el niño menor, en uno de los casi 400 migrantes que mueren cada año intentando llegar al norte, resaltó Raciel. Finalmente, la llamada: estaba por cruzar, pero debía esperar a que la condiciones fueran ideales. Nuevamente, el silencio de Patricia colmó de angustia a la familia. Lo último que se supo fue que el cruce estaba próximo.

Estuvo en la frontera con los nenes, durante 10 días, tratando de evitar los controles y a los agentes de las patrullas fronterizas”. – Raciel García

Luego de que las risas se callaran, la silueta de un hombre “grande”, como lo recuerda Patricia, habló. Entre la conciencia y la inconsciencia, viene a su memoria que fue llevada a un hospital, por insolación y deshidratación, por órdenes del hombre grande.

Rehidratados y con ropas limpias, los tres retaltecos se presentaron ante el juez. “A qué viene a los Estados Unidos”, le preguntó un hombre vestido de negro, subido en una tarima. “Solo quiero trabajar”, respondió. Le contó su historia y las preguntas continuaron. “¿Tiene a alguien acá que la pueda recibir? ¿Qué le pueda dar trabajo?” “Mi amiga de chiquita, Joana”, le contestó. Entregó los contactos y la propia Joana le facilitó un abogado para acompañarla en el proceso.

Días después, el juez la volvió a citar y lo que menos esperaba sucedió: “Tiene permiso para quedarse cuatro años en Estados Unidos. Si al cabo de este tiempo usted vuelve acá y demuestra que no se ha metido en problemas y ha trabajado, podrá optar a una residencia permanente y luego a la ciudadanía”.

Patricia no lo podía creer, no sería deportada y lejos de eso tendría unos papeles para mostrarle a la policía, en caso de que la detuvieran, y poder sentirse tranquila. Pero como todo, no hay dos glorias juntas y la oferta de trabajo de Joana no se concretó. “Solo me pudo dar dónde vivir”, expresó.

Pero la estrella de Patricia se negaba a apagarse y fue el mismo hombre grande, quien la visitaba periódicamente, quien la ayudó. Le consiguió un trabajo de doméstica para que pudiese pagar sus cuentas y cambiar su vida.

En Guatemala, Raciel y la familia extrañan a Patricia y a los dos nenes. Pero luego de lo sucedido a su hermana, su idea de Donald Trump no es la misma. “La gente dice que es malo, pero lo que hicieron por mi hermana es muy bueno”, afirmó.

Patricia solo extraña al hijo de 14 años que dejó atrás. Los otros dos ya se han incorporado al sistema educativo y están aprendiendo inglés. Ellos se han sumado a los 264 mil inmigrantes que en promedio obtienen su residencia legal.

Hoy, la madre y sus dos hijos viven en la quinta economía más grande del mundo, una que dista mucho de la champa de lámina y calles de tierra en Retalhuleu. 

Y todo por un hombre grande que la sacó del río y se compadeció de una mujer y sus dos niños. 

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