Si me invitas a salir tengo derecho a saber si estás casado imagen

Sencillamente le respondí: “Eres un hombre casado, tú tomaste la decisión de engañar a tu esposa y me debiste haber dado la oportunidad de elegir si yo quería ser parte de ese engaño”.

Las opiniones e imágenes de este artículo son responsabilidad directa de su autor.

Nos conocimos en Madrid un lunes. Ambos íbamos al mismo evento. El destino quiso que nos encontráramos y así fue. En el cóctel de bienvenida me acerqué a la barra y pedí una cerveza. 

El bartender preguntó qué cerveza quería y no supe qué contestar. Entonces, él se apareció y sugirió que ordenara una Alhambra de 1925. A partir de este momento, la conversación siguió y la química entre nosotros era innegable. Su nombre era José. Un hombre de unos 36 años, alto, pelo castaño, musculoso y una barba que rozaba la perfección.




La conferencia duraba una semana y desde el lunes no hubo día en que no nos viéramos fuera del horario de actividades. Cenamos y turisteamos por la capital española. Compartimos las conversaciones más alucinantes, las risas nos sobraron y la ilusión empezó a surgir entre nosotros. Me sentía tan cómoda con él. Las cosas eran sencillas y naturales. Me sentía a gusto a su lado.

Llegó el jueves y decidimos ir a un bar. Tomamos un par de cervezas y bailamos por horas. Fue durante esa noche que él me tomó por la cintura y de la manera más romántica (o al menos así lo percibí yo) me acercó a su cuerpo y me besó. Confieso que me derretí en sus brazos. 

Después de ese beso me acosté cada noche pensando en lo bonito que sería que de esta aventura surgiera algo más.




Llegó el sábado, el día que acabó el evento y pensé que él pediría mi teléfono para coordinar vernos nuevamente. Sin embargo, no lo hizo. Así que cuando se despidió de mí, me preguntó si me volvería a ver en la segunda edición del evento que se repetiría tres meses después. Le dije que sí y nos despedimos. Durante los meses restantes no supe nada de él, sin embargo, mantuve la ilusión de vernos una vez más.

Por fortuna, los tres meses se fueron volando y pronto llegó la hora de verle. La aventura se repitió, pero esta vez las citas, los besos, las declaraciones de amor fueron más e intensas.

Sin embargo, había algo extraño. 

Pese a lo bien que la pasábamos juntos, él se negaba a cualquier manifestación pública de que estuviésemos saliendo. Al inicio pensé que quizás era su forma de ser, pero claro después de meses en los que nadie en el mundo sabía de nosotros empecé a preguntarme qué pasaba.

Finalmente, un día hubo una reunión de todos los participantes del grupo y entre ellos una conocida de él y también mía. Durante la noche, esta amiga que teníamos en común me pidió que la acompañara al baño y así lo hice. Justo cuando nos encontrábamos en un ambiente privado me preguntó si yo iba enserio con José. Le respondí que me hacía ilusión, pero que cada vez la situación se ponía más misteriosa y eso no me gustaba.

Y entonces, en cuestión de segundos, todo cambió. Recuerdo que dijo: “No hay ningún misterio, lo que sucede es que está casado”. 




Me quedé helada, no sabía qué pensar, qué decir y mucho menos cómo reaccionar. Recuerdo que esa noche finalmente, José sugirió que lo acompañase a su habitación de hotel. Mi respuesta fue un “no” rotundo, pero, jamás le expliqué por qué. Sencillamente me alejé. 

Al cabo de unas semanas, me escribió un correo y preguntó por qué me había alejado. Y sencillamente le respondí: “Eres un hombre casado, tú tomaste la decisión de engañar a tu esposa y me debiste haber dado la oportunidad de elegir si yo quería ser parte de ese engaño”. 

Yo creo fervientemente que entre mujeres y entre hombres se debe respetar el matrimonio de otros. 

Y tengo que confesar, que la ilusión que sentí por José en su momento, desapareció en el momento que descubrí que él era casado por dos razones: la primera es que cuando una persona te miente a la cara no te respeta y segundo porque no tener la información completa sobre su situación provoca que yo sea partícipe de una situación de la que no participaría si fuese consciente de que soy “la otra”

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