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Mientras que ellos llegan en camión diariamente y su vida útil es limitada, la de él es una que va de ser pirata durante el día, estudiante por la tarde e inquilino de La Terminal por la noche. Daniel Sión, el pirata de la zona 4.

Daniel duerme, donde la materia prima de su trabajo espera su turno al llegar a la capital. Allí, donde más de 5 mil comerciantes abastecen a los negocios de toda la urbe. El joven y los insumos para su sustento se cruzan por primera vez sin saberlo.

A sus 20 años, sueña con ser perito contador. Llegó de Quiché hace más de una década a Villa Nueva para trabajar como despachador en una tienda de colonia. La pasividad y el encierro del oscuro local, lo llevaron a buscar otros aires y sin saberlo incursionó en la industria de los alimentos.

“Después de la tienda me pasé a un local de venta de tortas mexicanas, para no estar encerrado y me gusto más”.- Daniel Sión

Cuatro años después, la experiencia con los alimentos le abrió otra oportunidad. Un contacto de su hermano, quien es chiclero en la SAT, le habló sobre la posibilidad de convertirse en “pirata” cerca del Liceo Guatemala.

Su baja estatura no sería problema para defender su pedazo de plaza. Pues, aunque corto de tamaño, su astucia jugaría a su favor. “Ser pequeño lo hace a uno moverse más rápido y ganarle el cliente a los más altos y lentos”.

Fue así como hace más o menos un año, Daniel se incorporó a las filas del ejército de temerarios peatones de gabacha, que se abalanzan sobre los vehículos que circulan cerca del Liceo Guatemala. “Uno, dos, cuántos jefe, aquí, aquí”.

Se le conoce como piratas a los que comparten el oficio de Daniel. Mujeres y hombres que jalan negocio para las ventas y que viven del comercio de panes calentados al carbón.

“En mi cuadra hay unos 15 piratas y uno no se puede meter en la cuadra de otro porque lo más seguro es que encuentre bronca”.- Daniel Sion

Pero, no solo los otros piratas son una amenaza para el colectivo de Sión. Pilotos que transitan por el sector, sin interés por lo que vende Daniel, no se inmutan para lanzarles el carro para quitarlos del camino. “Hay que estar pilas y no trabarse con los otros compañeros, pues esa gente le tira el carro a uno y si no se está vivo seguro le pasan encima de los pies o lo tiran”.

“Otros lo maltratan a uno y hasta hijo de la gran puta le gritan mientras aceleran, pero no hay que hacerles caso”, dice Daniel Sión.

El desagrado de algunos pilotos por el oficio de Sión, no impide que Daniel venda unos 40 panes a los vehículos, que desde la 7 de la mañana circulan por el sector. La mayoría son clientes que prefieren degustar del tradicional platillo sin salir de su auto y para ello Daniel y sus colaboradores cuentan con espacios para estacionar, que defienden de otros piratas.

Toda esta labor le representa un sueldo, con el que ayuda a sus papás que viven en Quiché. Una parte es para darles a ellos una colaboración, asegura y la otra para pagar por el ticket que lo sacará de las calles.

“Estoy en segundo año de básico y luego quiero seguir perito”.- Daniel Sión

Luego de las clases, Daniel vuelve al lugar donde pernocta, justo antes de que entre el nuevo lote de insumos. Sin saberlo, él y los aguacates para el guacamol, del próximo shuco que venda se cruzarán.

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