De migrante a mánager de call center. Historia de un deportado imagen

“Es una oportunidad para personas que vienen deportadas. Algunas vienen con un nivel de inglés muy bueno y lo único que tienen que hacer es aprender a usar los programas”.

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Era la primera vez en 15 años que “Ricardo” (como quiso llamarse, por seguridad en su trabajo) pisaba tierras guatemaltecas desde que fue en búsqueda del “sueño americano”, por falta de una oportunidad laboral. Durante sus más de dos horas en avión, recordó cómo las autoridades migratorias lo habían “atrapado”.

Vivía en Chattanooga, Tennessee.  Trabajaba de día como constructor y de noche como mesero en una discoteca. Durante su estadía en Estados Unidos aprendió a hablar inglés. Junto con Ricardo venían otros 30 deportados, todos con la misma preocupación de no saber qué hacer.

Cuando el avión aterrizó apenas traía US$200 en la bolsa, que le tenían que alcanzar hasta cuando encontrará un trabajo o supiera qué hacer.

Ricardo era lo que en EE.UU. se conoce como un “homie” (la palabra se deriva de “homes”, que significa hogar. Utilizan dicha palabra para referirse a las personas de su barrio). De estatura promedio, moreno y cabello largo.

Antes de ir al país del norte vivió en zona 18, en una de las colonias más peligrosas de la zona. Allí aprendió a disparar antes de salir de básicos. Cuando decidió migrar fue por la “puta necesidad”, dice. Es hijo único, solo vivía con su mamá y un primo.

En Chattanooga vivió con su tío, del que aprendió de todo; “hasta las mañas”, asegura. A Ricardo lo atraparon en una redada de policías en la discoteca donde trabajaba y aunque ya se había escapado una vez, de esta no se salvó. No tuvo tiempo ni de avisarle a su tío.

Cuando regresó estaba desesperado y con lo que traía en la bolsa logró pagar unos días de hotel “barato” en la zona 1. No había trabajo para él, debido a su corta carrera estudiantil, pues se había quedado en apenas tercero básico; además, tenía varios tatuajes y el más vistoso era el de la Virgen de Guadalupe, con el nombre de su mamá en él.




Pero Ricardo había ganado un recurso importante en su currículum: hablar inglés.

Ricardo pasó la entrevista en un call center, en la zona 10, donde le ofrecieron empezar la capacitación al día siguiente. De eso ya casi cinco años. Ahora es mánager de una de las cuentas telefónicas, “ya no toma llamadas” y trabaja junto con otras personas que han sido deportadas.

Existen alrededor de 75 centros de llamadas en Guatemala y el salario promedio en ellos es de Q5 mil al mes. Es una de las industrias de más crecimiento en el país. Según información en la página de AGEXPORT, la industria emplea a 41 mil personas; de ellos, alrededor de 27 mil son bilingües.

Los centros de llamadas representan una oportunidad que es bien remunerada y con beneficios como IGSS y prestaciones, que muchas personas no encuentran en otro lado.




“Lo bueno de los call center es que no hay un límite de edad, no hay tantas exigencias como en otros trabajos; aquí lo más importante es el nivel de inglés”, cuenta Alejandro Arriaga, supervisor de un centro de llamadas.

“Es una oportunidad para las personas que vienen deportadas; algunas llegan con un nivel de inglés muy bueno y lo único que tienen que hacer es aprender a usar los programas. Lo ven como una segunda oportunidad”, explica Arriaga.

Sus ganas de aprender y su amabilidad con los clientes lo llevaron a escalar posiciones muy rápido. Desde que trabaja ahí la vida le cambió, logró comprar un carro y tener un estilo de vida mucho mejor del que tenía antes. Cuando se presenta ante los nuevos empleados siempre les cuenta la historia de su deportación, que lo hace sentirse orgulloso. 

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