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Los truenos golpeaban los ventanales como anticipando la llegada de algo inesperado, tras la ventana Ana María y Luis Gustavo observaban con detalle todo lo que pasaba. Las lágrimas corrían por sus mejillas y el doctor solo sabía decirles que le esperaran.

Días antes todo era normal en la vida de ambos, Santiago cumplía cuatro años era un niño sano, fuerte y muy travieso, su caricatura favorita era Paw Patrol. Le encantaban las galletas Oreo y la leche con chocolate.

Empezaba su vida estudiantil, iba a la preparatoria de su colonia, su maestra recuerda que lo que más le gustaba era jugar con plasticina, su fiesta de cumpleaños había estado llena de regalos y sorpresas. Mientras rompían la piñata, Santiago se cayó, creyeron había sido por las vueltas y tener los ojos cerrados.




Con el paso de las semanas, Santiago se sentía más cansado, tenía recurrentes dolores de cabeza y mareos, el pediatra no sabía decirles con exactitud qué le sucedía. Todos los días, Ana María iba a la iglesia de San Francisco a pedir por la sanación de su hijo.

El doctor no podía anticiparse, hizo todos los exámenes posibles antes de dar un pronóstico, aunque nada funcionó. Luego de unas semanas, los presentimientos se cumplieron, el pequeño padecía de leucemia.

Alrededor de tres de cada cuatro casos de leucemia en niños y adolescentes son leucemia linfocítica aguda (ALL). La mayoría de los otros casos son leucemia mieloide aguda (AML).

La ALL es ligeramente más común entre los niños blancos e hispanos que entre los afroamericanos y americanos asiáticos, y es más común entre los niños que entre las niñas, según American Cancer Society.




La leucemia es un cáncer de los glóbulos blancos. Es el tipo más común de cáncer en niños. Sin embargo, en personas con este padecimiento, la médula ósea produce glóbulos blancos anormales. Estas células reemplazan a las células sanguíneas sanas y dificultan que la sangre cumpla su función.

Aunque muchas veces habían escuchado sobre el tema, ninguno de ellos se imaginó que le pudiera ocurrir a su hijo, menos que con tan solo cuatro años tuviese que ser sometido a una serie de tratamientos, que su vida cambiara de un momento a otro y, que a partir de ese día, “cambiara sus juguetes por quimioterapias”.

Con sus sueldos por arriba del mínimo y sus pocos ahorros en el banco era difícil solventar los gastos del tratamiento, pero “era pagar o ver a su hijo morir”. Entre la desesperanza y la lucha por ver a su hijo sano, mil ideas pasaron por sus cabezas, desde hacer préstamos o incluso vender todo lo que tenían.




“Ver el cuarto de Santi era cada vez más difícil, lloraba cuando entraba porque no sabía si podría ver a mi hijo vivo al otro día. Renuncié a mi trabajo y a veces sentía que no tenía fuerzas para regresar”, cuenta Ana.

Según la Agencia Internacional de Investigación sobre el Cáncer indican que la leucemia es el cáncer más común entre niños menores de 15 años y supone casi un tercio de todos los casos de cáncer infantil.

Los cánceres en niños dependen en cierto punto de la genética, aunque también influyen situaciones como efectos ambientales externos, infecciones o algunos contaminantes ambientales, detalla Alejandro Meneses, oncólogo.

Tiago, como le dicen sus papás, se debate en una “situación crítica” como describe el médico, sin embargo, el apoyo y la fe de sus papás no desmaya. A través de diversas actividades han podido solventar los gastos, además del apoyo de sus familiares y amigos que se suman a la causa.

“Hay veces que hacemos kermeses, o vendemos comida, ofrecemos viajes en carro y un sinfín de cosas para poder pagar. Ahora, gracias a las enfermeras estamos en lista de espera para una institución estadounidense, para que mi hijo sea sometido a un tratamiento”.




En Guatemala, instituciones como Ayuvi a través del UNOP se dedican a recaudar fondos para poder brindar tratamientos sin costo a los pacientes que desarrollan cáncer pediátrico en Guatemala.

En 1997, las estadísticas eran alarmantes, solo dos de cada diez niños diagnosticados con cáncer lograban sobrevivir, sin contar a quienes nunca tuvieron acceso a servicios de salud y cuyos casos nunca se conocieron.

Con el paso del tiempo, la tasa de letalidad seguía alta debido a que el 46 por ciento de los menores abandonaba el tratamiento porque venían de áreas rurales y los padres no tenían recursos para costear los gastos de traslados. Actualmente, siete de cada diez niños se salvan si son detectados en etapa inicial.

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