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Su oficio es noble. Desde las 6 de la mañana se le oye gritar “la prensa, va a llevar su periódico, encuentran 3 cadáveres en zona 7”. Con su ya tan característica voz ronca, siempre tiene a su lado un vaso desechable lleno de atol y un pan con frijoles en su gabacha.

Todas las mañanas, don Tomás se enfrenta al mismo panorama “a las 5:40 pasa el camión a repartir los periódicos”, prepara su puesto sobre la Avenida Elena y 8a. calle y se santigua para “que todo vaya bien y logre vender todo”. No pasa mucho tiempo antes que doña Lupe, la vecina, le grite por la ventana para que le aparte su diario favorito.




Sus 6 años vendiendo en ese punto, le han permitido ser testigo de muchas cosas, desde accidentes, peleas conyugales, asaltos y hasta conocer “celebridades” que de vez en cuando pasan por ahí y le compran. Pero sobre todo de mantener a su pequeña familia y darles estudio a sus hijos.

Como todos, corre riesgos pues para vender tiene que ofrecer, y pasar entre las interminables filas de automovilistas, desesperados, estresados y nerviosos que lo que menos quieren es “leer”. Algunos le voltean la cara, otros le suben el vidrio y, otros educadamente, le dicen “no gracias”. Claro, están aquellos para los que un periódico es un buen antídoto contra el aburrimiento y le compran.




Su ingenio, le ha hecho valerse de sus clientes propios como los vendedores de la zona o algunas casas a las que personalmente, les reparte los suplementos. Su día transcurre entre vehículos y periódicos, aunque admite que es algo que le apasiona.

Durante su niñez nunca se imaginó que ese sería su futuro, migrar hacia la capital fue la opción que encontró para tener una mejor condición de vida y aspirar a algo más grande. Él admite que “la ciudad no es como la pintan, no todo es fácil y se sufre de discriminación por venir de un pueblo”. Los primeros años se dedicó a realizar diversos oficios, hasta que encontró algo que le gustaba.

Empezó como vendedor de periódicos, por ayuda de su vecino don Paco, que también vendía prensa hasta que sufrió un accidente. Don Tomás no estaba seguro porque “le daba vergüenza”, al final aceptó por necesidad y de ahí no ha parado.

Sentado sobre una caja plástica de botellas, con una mirada inocente y aún soñadora, cuenta que en algún momento le llamó la atención “ser periodista”, pero es algo que “para su edad ya solo queda en sueños”.

Su rutina inicia a las 5:30 de la mañana y termina a mediodía, sus manos ásperas y su piel quemada por el sol, son la prueba más grande del trabajo que hace. Antes de irse cuenta su dinero y vuelve a santiguarse en acción de gracias, casi siempre vende todos los periódicos.

La última figura que se ve de él, es cuando empaca sus letreros, su pintoresca gabacha que guarda con sumo cuidado y cariño, luego los carga sobre su espalda esperando el siguiente día. 

Otra perspectiva

Como don Tómas, son muchas las personas que se dedican a esta noble labor, aunque algunas cosas cambian y ahora no solo es de vender sino más bien de regalar. La competencia es aún mayor, pues incluso los repartidores son competidores entre ellos, donde reparte uno el otro no puede hacerlo.




Estos personajes son más jóvenes, quienes tienen la marca de su empresa por todos lados y que casi siempre cargan con un cartel publicitario sobre sus espaldas. Su trabajo comienza a las 6 de la mañana y termina hasta repartir el último periódico, así lo comenta Julia Solís, quien lo ve como una oportunidad de “hacer dinero extra”.



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