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Comenzó a trabajar a los 5 años, en su natal Jalapa. Cada mañana acompañaba a su madre a recoger leña para cocinar y luego le ayudaba con el quehacer de la casa. Recién terminaba el gobierno de “el número 5”, las cosas no eran buenas y tampoco tan malas. Eran épocas de cambio, pero en el departamento lo único que cambiaba era la familia de Rosaura.

Antes, “el macho era bien macho y la mujer muy mujer, no como ahora que ya no quieren hacer lo que les toca”, con una sonrisa recuerda Rosaura las palabras de su mamá. Y para mantener a un hombre hay dos cosas que saber, todo lo de la casa y la cama. “Tienes que saber hacer esto si vas a ser una buena mujer”, le decía Ofelia a la niña.

Así, durante muchos años, Rosa, como le decían sus hermanos, aprendió a lavar, cocinar y limpiar la casa. El futuro pintaba una existencia marginal, en un pueblo donde siempre pasa poco y nunca cambia nada. Allí vio cómo su padre dejó a Ofelia, por una vecina más joven, “tenía más maña decía mi mamá”.

Y fue entonces que la dinámica familiar se vio trastocada. No habría más mañanas de buscar leña y hacer el oficio. Las lecciones de cocina se convirtieron en incontables rondas para vender lo que se pudiera. “Vendíamos ollas, trastos, jícaras y lo que pudiéramos para comer”, recuerda la septuagenaria.

Había pasado solo siete años desde que su madre fuera cambiada por una mañosa, cuando las seis bocas de la casa no pudieron más. Ofelia se enfermó, “de melancolía”, recuerda Rosaura. Confinada a la cama, la matriarca parecía haberse rendido. Pero, Rosaura no, ella aún sabía que algo se podía hacer. Y fue así como llegó al único lugar donde sabía que habría empleo.

“Era una niña, si tenía 14 años eran muchos, pero mis hermanos y mi mamá teníamos qué comer de algún lado”.- Rosaura.

Así se volvió mañosa

Hoy, a sus años, Rosaura sabe que los cuidados del hogar y su profesión son los dos extremos de lo que significa ser una mujer. Y eso lo aprendió en Jalapa, a sus 14 años.

Primero ganaba centavos por unos minutos, luego con el correr de los años la paga se elevó hasta llegar al quetzal. Y así midió la vida, en dinero por ejercer su mejor oficio, hasta llegar a los Q40 que cobra por media hora de su atención.

Así comenzó a ganar dinero para alimentar a su familia y luego siguió con el oficio para darle de comer a sus tres hijos. Aunque todos de padre diferente, “a todos los quise igual y sabían a lo que me dedicaba”. “Los vestí, les di cariño y ahora uno está muerto y los otros dos viven en Estados Unidos, pero ya no sé de ellos”, expresa Rosaura.

Siete décadas sobre la cama

De su primer encuentro solo recuerda que fue la necesidad por llevar comida a su casa. De los demás, solo sabe que no se fueron sin pagar.

Mientras avanzaba su vida, el perfil de sus clientes cambió. Primero eran señores, que buscaban lo apretado que una puede estar y luego esos señores se volvieron jóvenes que pagaban por la experiencia, recuerda.

Hoy, tras casi siete décadas de ejercer la profesión más antigua del mundo, Rosaura aún tiene algo que ofrecer. Lo que solo da una carrera de más de medio siglo en la profesión que comparte con unas 35 mil guatemaltecas, según el Ministerio de Salud.

Y es eso lo que la mantiene vigente entre los clientes que frecuentan la línea del tren, cerca de la Guardia Presidencial.

“No trabajo como antes, pero aún saco lo del gasto y para unos mis gustitos”.- Rosaura

Rosaura mantiene sus exámenes al día, pruebas de VIH y ETS son la norma. Lo hace, no tanto por prevención asegura. “Es más un tema de sentirme viva, joven y que todavía me queda más por dar en este negocio”.

A lo largo de su carrera, Rosaura asegura haberlo visto todo. Ha tenido que dar servicios gratuitos a los policías, a padrotes que la obligaban a compartir sus ganancias y hasta clientes frecuentes, quienes de vez en cuando se quedaban sin fondos para pagar el favor. Pero todo fue para aprender, a cuidarme y a dar un mejor servicio.

“Me pegaron, orinaron, escupieron y hasta fui obligada a hacer anal cuando no quería, pero la verdad es que no me arrepiento, algo aprendí y vea ya llegué hasta acá”.- Rosaura

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