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La primera vez que la vio con otro, un extraño temblor se apoderó de su cuerpo. Su respiración se aceleró y algo dentro de él lo contuvo a interrumpir el espectáculo.

En algún momento el miedo le hizo creer que podía perderla, pero muy en el fondo esperaba que el placer de compartirla afianzara el matrimonio. Y fue así como se hicieron swingers.

En su computadora personal guarda lo que considera su mayor tesoro, después de sus hijos, claro. Las imágenes de su esposa Diana en la cama, mientras tiene relaciones con otros hombres, son lo más estimulante para Estuardo.




La pregunta incómoda

A sus 46 años, el sexo es un tema que aún le prende, sobre todo si es en grupo y entre los participantes está la madre de sus hijos. “Iniciamos en el mundo de los swingers hace unos 16 años y desde entonces estamos más unidos”, asegura el abogado y padre de tres.

Una noche estaba con su esposa, en la cama, cuando luego de darle muchas vueltas al asunto le pidió se sincerara. “Contame tus fantasías” fue la frase abridora de la conversación.

Con miedo al rechazo, Estuardo siguió preguntando. “Sé sincera y decime lo más oscuro que se te haya ocurrido”.

“Que haya otra persona en el cuarto viéndonos”, respondió Diana. Fue así como la tecnología se instaló en la habitación de la vivienda familiar de la zona 11. Los viernes por la noche, desde lugares como Australia, UK, España incluso desde México, las sesiones sexuales, después de dormir a los niños, fueron la innovación de la pareja.

Pero como en todo, la monotonía llega y siempre hay otro paso para dar.

El CAMSEX se volvió tan rutinario como guardar los juguetes de los pequeños y nuevamente la necesidad de preguntar volvió.

“¿Te gustaría que lo hiciéramos con otra persona?”. Diana pudo interpretar la pregunta como una muestra de insatisfacción o de pérdida de interés por parte del abogado. “Pero la hice”, confiesa.

Luego de una pausa, la respuesta cambió los hábitos sexuales de la pareja, una vez más.

Fue así como decidieron buscar en la web personas dispuestas a realizar tríos. “Nos fue mejor con las mujeres, pues la mayoría de hombres confirmaba la cita y luego no llegaban”, asiente el jurista.

Otra vuelta al sol

Después de un año de realizar encuentros individuales, con personas que localizaban por chats y prostitutas, la pareja decidió explorar el mundo de los clubes de swingers en Guatemala. Los buscadores de la web fueron la herramienta ideal y con un click, el mundo se abrió para los treintañeros.

“El primer contacto fue algo raro, por email pidieron información mía y de mi esposa, y tres noches después nos citaron para conocernos”. A orillas del bulevar Vista Hermosa, la vivienda de la pareja anfitriona era un apartamento ecléctico, con muebles que parecían haber estado en una casa más grande y acomodados ahora a la fuerza.

Pinturas de Ramón Ávila, Abularach, Klussmann, Cercado, Quiroa y otros más, adornaban la parte trasera de la sala. Unos imponentes sillones de cuero negro circulaban una alfombra persa, en cuyo centro, unas bases de piedra eran el soporte del vidrio que servía como mesa de centro.

“Todos los allí sentados, dejaron sus bebidas y se pusieron de pie cuando entramos con mi esposa”. Tres parejas, para los recién llegados, fueron los instructores esa noche.

Después de unos tragos, pasaron a discutir el mundo de los swingers. “Las reglas básicas y la dinámica entre los participantes fueron los tópicos principales”, recuerda Diana.

Dos de las parejas eran salvadoreñas y la otra unos argentinos radicados en Guatemala. “Se veía que lo habían hecho antes y nos hicieron sentir muy a gusto con la situación”, relata Estuardo.

Risas, bromas y anécdotas de otros encuentros fueron preparando el terreno para lo inevitable. Estuardo y Diana estaban más cerca del intercambio, que de la pequeña webcam de su dormitorio.

Transcurrió la velada y la mano del abogado rozó la pierna de la esposa del anfitrión, su respuesta fue la señal para iniciar la sesión.

El cabello largo, negro y liso cubría buena parte de su pecho. Con la mano, lo corrió a un lado y dejó al descubierto el cuello blanco y estilizado de la dueña de la casa.

La besó en la base de la nuca y comenzó acariciar sus pechos, siempre con el miedo de no cumplir a cabalidad con los deseos de la experimentada mujer. “Cuando volteé la mirada, uno de los salvadoreños empezaba a desnudar a mi esposa”.

Se le notaban los nervios, pero el deseo opacaba toda reacción. Lo habían logrado, así empezó el intercambio.

“¿Quieren el intercambio en cuartos diferentes o lo hacemos grupal?”, preguntó uno de los asistentes con acento de futbolista del River Plate. “No sabía qué decir, pero la mirada de mi esposa me dio la respuesta, no me dejes sola”, interpretó Estuardo.




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