Una mañana cualquiera imagen

Monsanto nos narra su día a día en el tráfico de Antigua a la capital y viceversa. Pregunta: ¿Cuáles son las historias de tránsito de sus lectores? ¿Nos las cuentan?

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Reconozco que, de poder hacerlo, ya no vendría a trabajar a la capital. Muy a pesar de lo que expresan continuamente los optimistas, entrar a la Nueva Guatemala de la Asunción puede transformarse en una pesadilla que arruine nuestros ánimos el día entero. Es culpa de la gente que esta sea caótica, anárquica, desordenada, peligrosa y sucia. No todo es malo; bien dicen que si quieres la rosa, debes soportar sus espinas. Es por ello que soporto estoicamente el salir cada mañana de la Antigua para venir a trabajar (y, como no hay vistas de una jubilación, pues a currar se ha dicho).

¿Cómo es la mañana de alguien que vive en la ciudad colonial y trabaja en la metrópoli? En mi caso, empiezo a despertar arrullado por el canto de las aves que viven en las copas de los árboles que rodean mi casa. Su canto, sumado a la brisa que mece las hojas sobre mi techo, me acompañan por una hora, poco más o menos, hasta que ya no puedo estar en la cama. Me levanto, camino al baño, destapo y limpio a las pericas (tarea que me impuse en las vacaciones de fin de año); le abro la puerta del jardín a la perra que sale a corretear a las aves mientras respiro, por algunos segundos, el aire mañanero. Veo, entre el entramado de ramas y hojas, los volcanes: dos serenos y, en medio, uno en plena efervescencia intestinal.

Luego de bañadito y bien cepillados los dientes, me preparo resignado para el periplo. De casa hay que salir a una hora determinada para no quedar atascado en el tráfico. Suplicio que comparto con centenares de chapines que, día a día, son testigos de la batahola de sucesos estúpidamente humanos que interfieren en la movilidad. Salgo de Antigua por el camino más largo y no necesariamente en línea recta. Me gusta ver su arquitectura, pasear por sus alamedas, parques y descubrir nuevas rutas; total, aquel es un bello museo urbano. Finalmente salgo del empedrado y tomo la carretera. La siguiente media hora, quizás menos, iré bajo la copa de los árboles, atravesaré San Lucas y llegaré a Mixco, en donde todo se traba. Allí comienza el calvario. Colas por todas las rutas y fácilmente hora y media para llegar a algún destino, aunque este esté a unos 10 kilómetros de distancia. San Cristóbal, al menos, tiene ese eterno arriate lleno de árboles. Todo se complica del puente a la colonia Mariscal. Allí comienza la aventura de los “motocacos”. Suerte si, en la ruleta rusa, estos no atacan tu carro.

Finalmente, luego de cantar a gritos a Vikky Karr, Juan Gabriel, José José o algún musical de los que realicé en mis años mozos, ingreso triunfal a mi oficina. Con todo a favor, hice el trayecto en poco más de una hora. Allí adentro, en el Centro de Documentación, el mundo gira de otro modo. Entre historias no contadas y obras de arte, se crea la burbuja necesaria para fluir feliz un día más. El regreso es más expedito. Me voy después de mi ensayo de teatro y esto hace que retorne con otro brío a la otrora Santiago de Guatemala. Con la energía que me insufla la creatividad.

¿Por qué les cuento esto? Es muy sencillo, me gustaría escuchar sus historias en el tránsito y cómo resuelven el estrés diario.    

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