Un hombre para la eternidad. El blog de cine de Alfonso Portillo imagen

No ha pasado un año en el que no me refiera a esta cinta; la he compartido con mis alumnos, amigos y compañeros de luchas políticas.

Las opiniones e imágenes de este artículo son responsabilidad directa de su autor.

A Eduardo Weyman.

Economista decente, valiente y digno.


Un hombre para la eternidad. Director, Fred Zinnemann. Con Orson Welles y Paul Scofield. Gran Bretaña, 1966.

Cursaba yo el último año de la carrera de Derecho en Chilpancingo, la capital del Estado de Guerrero, y caminaba con mi entrañable amigo Juan Manuel Olea por la avenida principal, cuando al pasar frente al Cine Colonial vimos lo que desde niños denominábamos “cuadros”. Estos son los posters o pequeños carteles que anuncian las películas que serán o están siendo exhibidas.

Esa fue la primera vez que supe de la existencia de uno de los cineastas más grandes de la historia: Orson Welles; la película, Un hombre para la eternidad. Y aunque Welles no me impactó, pues tuvo una efímera aparición en escena, la cinta causó tal efecto en mí que pasé varios días comentándola con mis compañeros, hasta que uno de mis maestros me pidió que la contara para toda la clase. Creo que desde esa fecha no ha pasado un año en el que no me refiera a esta cinta; la he compartido con mis alumnos, amigos y compañeros de luchas políticas y sigo convencido de que esta cinta, lejos de envejecer, cada vez adquiere más fuerza y vigencia, sobre todo en estos tiempos de arbitrariedad y cinismo.




En pleno Renacimiento, Enrique VIII reina en Inglaterra, haciendo de su voluntad la guía para gobernar. Está aferrado en engendrar un varón que continúe con la dinastía de los Tudor, pero solo engendra mujeres. Está decidido a divorciarse de Catalina de Aragón, pero tiene como obstáculos a sus deseos la negativa de la propia reina y la oposición de la Iglesia Católica.

En su afán, el rey acude primero al Cardenal de la Iglesia Católica y Canciller del reino Thomas Wosley, para que obtenga de Roma la autorización del divorcio. Wolsey inicia su encomienda al citar a Londres al juez más prestigioso y respetado de Inglaterra, Tomas Moro. Se entiende que esta tarea requiere del respaldo de un hombre intachable, maestro, filósofo y fervoroso católico. Estas cualidades las tiene Tomas Moro, además de ser amigo personal del rey. Todo indica que la estrategia pronto rendirá sus frutos y el rey podrá contraer nupcias nuevamente.

En el diálogo, el cardenal Wolsey está consciente de que tiene frente a sí a un hombre íntegro y de fe. Los argumentos del cardenal son rebatidos y destruidos de manera brillante por Moro: no está dispuesto a apoyar una autorización que vaya en contra de sus creencias religiosas y de su conciencia.




No hay razón de Estado que pueda convencer a Tomas Moro de que está equivocado. Sus palabras finales en el diálogo son elocuentes y profundas: ¨Creo que cuando los hombres de Estado se olvidan de su propia conciencia y anteponen sus deberes públicos, conducen a su patria por el camino más corto hacia el caos¨.

Misteriosamente muere Wolsey y el rey, pese a que está enterado de la oposición de Moro a su divorcio, lo nombra Canciller del reino de Inglaterra.

Intempestivamente, el rey decide visitar a su nuevo Canciller en su residencia en Chelsea. Tomas Moro, sin embargo, sabe de su llegada y lo espera con toda la familia.

El rey va al grano. Interroga a Moro para saber si reconsiderará su oposición al divorcio. El diálogo es el siguiente:

El rey: Eres mi amigo, ¿no?

Moro: Sí, Majestad.

ER: Gracias a Dios tengo un amigo de Canciller. Más dispuesto a ser amigo de lo que estaba para ser Canciller.

M: Conocía bien mi falta de capacidad.

ER: Soy yo quien debe juzgar tu capacidad. ¿Sabes que Wolsey te nombró para Canciller? Antes de morir te nombró a ti; y Wolsey no era tonto.

M: Era un político incomparablemente hábil, Majestad.

ER: ¿De veras? ¿Eso crees? Entonces, ¿por qué me falló? Debió ser por villanía. Sí, villanía. Oposición secreta. Pero deliberada oposición meditada y consciente. Quería ser Papa para superarme. ¿O acaso era porque soy un hombre llano y sencillo que trata a todos con campechanía? ¿O porque por mi forma de hablar a mis súbditos hace que me tomen por imbécil? Wolsey era un hombre orgulloso, Tomas. De lo más orgulloso. Y me falló. Me falló en lo que más me importaba, entonces y ahora. Tomas, respecto de la cuestión de mi divorcio, ¿has pensado en ello desde que hablé contigo?

M: Sin cesar.

ER ¿Y ves el camino que puedo seguir?

M: ¿El de repudiar a la reina Catalina, Majestad? Cuando lo pienso, veo con claridad que no puedo estar de acuerdo y me esfuerzo en no seguir pensado en ello.

ER: ¡Entonces no has pensado bastante!




Se han enfrentado dos concepciones del poder: la de un rey cuya voluntad quiere erigir en ley, y la del hombre de Derecho de profundas convicciones religiosas.

Así se inicia una lucha entre la fuerza arbitraria del Estado y la fuerza de la conciencia de un funcionario público.

Hay otro diálogo aleccionador y que demuestra la convicción de Tomas Moro sobre la prevalencia del Estado de Derecho. Se da cuando su yerno, William Roper, le exige que capture a un allegado que consideran espía. Moro dice que no se puede capturar a nadie sin pruebas, ni siquiera al Diablo. El diálogo es como sigue:

Moro: Podría irse, aunque fuera el Diablo, hasta no demostrarse que ha violado la ley.

Roper: ¡Darías al Diablo el beneficio de la ley!

M: Sí. ¿Tú qué harías? ¿Saltarte la ley para coger al Diablo?

R: Sí. Me saltaría todas las leyes de Inglaterra para hacerlo.

M: Y si al saltarte la última, el Diablo se volviera contra ti. ¿Dónde te esconderías, Roper, sin leyes de por medio? Este país está sembrado de guerras de costa a costa, leyes humanas, no divinas; si te las saltaras, y eres muy capaz de hacerlo, ¿crees que podrías resistir impasiblemente los vientos que se levantarían? Sí, yo concedería al Diablo el beneficio de la ley por mi propia seguridad.

Moro entiende que su posición en el reino es insostenible y renuncia. Sin embargo, eso no es suficiente; el rey, además, ahora quiere que Moro lo reconozca como jefe de la Iglesia Anglicana que se ha separado, mediante dádivas, de Roma. Como se niega a hacerlo, es encarcelado y acusado de alta traición. Vive las peores humillaciones y su familia cae en la ignominia y la miseria. En una de las visitas de su hija a la cárcel y ante la súplica de esta para que reconsidere su postura, Moro responde: “Si viviéramos en un Estado donde la virtud fuera rentable, el sentido común nos haría ser santos. Pero si vemos que la avaricia, la ira, la vanidad y la estupidez rinden mas beneficios que la caridad, la modestia, la justicia y la inteligencia, tal vez debamos perseverar un poco, aun corriendo el riesgo de ser héroes”.




Finalmente, Tomas Moro es sometido a un juicio sumario. Una vez condenado a muerte pronuncia sus últimas palabras: ¨Ya que el Tribunal ha determinado condenarme, Dios sabe cómo, descubriré ahora mi pensamiento sobre la nueva ley y el título del rey. Dicho título está basado en un acta del parlamento que repugna directamente a la ley de Dios y a su Santa Iglesia, cuyo supremo gobierno ninguna persona temporal, por muchas leyes que dicte, puede asumir. Esto se confirió por boca de nuestro Salvador Jesucristo a San Pedro y a los obispos de Roma mientras vivía y estaba en persona aquí en la tierra.

Es, por tanto, insuficiente una ley que obligue a los cristianos a obedecerla. Y más aún, la inmunidad de la Iglesia está prometida tanto en la Carta Magna, como en el juramento de coronación del rey. Soy fiel súbdito del rey y rezo por él y todo el reino. No hago daño a nadie. Ni hablo mal. Ni pienso mal. Y si esto no es suficiente para dejar a un hombre con vida, entonces no deseo vivir. Sin embargo, no es por esa supremacía por lo que me quitáis la vida, ¡sino porque no me inclino ante ese matrimonio!¨.

Tomas Moro fue beatificado en 1886 y canonizado en 1935. En Inglaterra está considerado entre los héroes y santos cristianos. Fue proclamado Santo patrono de los políticos y gobernantes por el papa Juan Pablo II en 2000.

La cinta ha sido premiada muchas veces, incluyendo 6 premios Óscar.

La vida de Moro es un ejemplo para todo mundo y para todos los tiempos. Cristiano, filósofo, humanista, jurista, maestro, juez, político y escritor. Nos legó importantes obras literarias entre las que destaca Utopía y que se estudia obligatoriamente en las escuelas de Ciencia Política.

Es una película que recomiendo para todo ciudadano que aún mantiene la esperanza de un mundo civilizado, democrático y con Estado de Derecho. ¡Hasta la próxima!

ATRACCIONES: EL BLOG DE CINE DE ALFONSO PORTILLO




Alguna vez fue Presidente pero eso no importa aquí, en esta columna solo escribirá de cine y literatura.

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