Tolerancia entre cucuruchos y ateos ¿Es posible? imagen

Entre los no creyentes que descalifican a los que creemos y los católicos que en vez de poner la otra mejilla devuelven una manada no sacamos nada bueno.

Las opiniones e imágenes de este artículo son responsabilidad directa de su autor.

En las redes sociales, particularmente en el grupo de Facebook Zonaunerosyzonadoseros (donde confluyen vecinos de las zonas 1 y 2 de la ciudad capital) he sacado algunas tristes conclusiones.

Por un lado están algunos ateos, no caeré en la generalización imperfecta, que menosprecian los dogmas cristianos y atacan las procesiones y por otro los católicos que ofendidos, se alejan de poner la otra mejilla provocan y pelean.




Lo cierto es que de esas discusiones estériles solo logramos dividirnos aún más entre los que creemos y los que no. La línea de ataque de los no creyentes se fundamenta en que los que sí creemos somos: ilusos, por creer en dogmas falsos, nos babosean, creemos en fantasmas… y así podría continuar…

En ese mar de descalificaciones por supuesto que no se hacen esperar aquellos ataques a las procesiones y a las largas colas que estas ocasionan. Algunos ateos, con cierto dejo de soberbia y arrogancia, totalmente infundada, nos consideran a los creyentes bobos y engañados. Personalmente me parece un enfoque un tanto simpático, porque tienden, equivocadamente, a asociar su falta de fe en un ser superior con un indicador de inteligencia.

Vaya sinsentido. Evidentemente que parten de un enfoque simplista carente de un análisis profundo, antropológico y social. Claramente los dogmas, nada tienen que ver con la inteligencia, hay católicos con fervorosa fe que son mentes brillantes como hay no creyentes que también gozan de abundantes neuronas. Stephen Hawking es un ejemplo, pero dejémoslo quieto, porque ya descansa en paz.




Por el contrario el menosprecio de los dogmas, de la religiosidad popular manifestada en nuestras tradiciones de Cuaresma y Semana Santa, no solo son una prueba manifiesta de la falta de tolerancia, sino también del desprecio por un elemento de identidad cultural que tiene un valor antropológico y social que trasciende la religiosidad.

En pocas palabras, este grupo de no creyentes luce realmente mal al descalificar estas tradiciones que desde la perspectiva social y cultural tienen un valor incuantificable para el país. (Y desde la perspectiva económica, ni hablemos).

Por otro lado los católicos, cucuruchos, creyentes, amantes de las tradiciones de la época sucumben ante el deseo de provocar con memes como: pero no veo ateos quejarse de las vacaciones de Semana Santa o con falsos comunicados de prensa que aseguran que solo los creyentes podrán gozar del esperado asueto.




En conclusión: unos lazan la bofetada y otros, los cristianos, que deberían tratar de poner la otra mejilla, la regresan con igual o mayor fuerza.

Claramente no podemos generalizar, conozco a ateos que valoran la Semana Santa guatemalteca desde diversos puntos de vista y que incluso cargan en las procesiones, aun sin creer, porque entienden que como elemento de identidad nacional y como recuperación de espacios públicos, la Semana Mayor juega un papel fundamental.




Hay también católicos anti procesiones, que prefieren las playas y la aventura para los días grandes. Todo es permitido, pero en el marco del respeto. El no creyente debe rehuir a ese absurdo sentido de superioridad que le da el “no creer” y el católico y cucurucho, debe entender que, por coloridas que sean las alfombras, hermosas las marchas y bellas nuestras imágenes, no todos van a simpatizar con las procesiones.




¿Qué hacemos? Los ateos, los que descalifican, porque no son todos, hagan a un lado la religiosidad e intenten ver las tradiciones con una perspectiva antropológica y social, verán que no es tan malo recuperar la ciudad un par de días al año y unir a cientos de personas que hacen alfombras en la calles y avenidas de la ciudad.

Católico, cucurucho, no sucumba ante esas provocaciones, armonice, predique con el ejemplo. Sea menos cucurucho y más cristiano. De el paso si puede, permita al no creyente pasar para ir a su casa, a la farmacia o a donde le de la gana. Respete su libre locomoción, en la medida de lo posible.

Cuando respetemos el desagrado de los “no creyentes” y ellos respeten nuestra pasión por las procesiones, sin descalificarnos los unos a los otros, en ese momento daremos un gran paso hacia la tolerancia que tanto necesita nuestro país. 

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