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Ansiedad. Inestabilidad. Miedo. Gracias a Donald Trump y sus seguidores en Estados Unidos, el sueño americano significa algo muy diferente hoy.

Se supone que la mayoría blanca en Estados Unidos eligió a su nuevo Presidente, que ya sabemos todos, trae ideas bastante extremistas en cuanto a la inmigración. Lo que no sabemos todos es que varios latinos lo han apoyado.

“Ya somos suficientes, ya no queremos que vengan más”, me dijo alguna vez un guatemalteco residente en Estados Unidos durante una visita a Guatemala, en donde lo conocí. Me explicaba que ya no es igual con tantos “nuevos” inmigrantes. Otro chapín, que también vive allá, me explicó con mucha paciencia su indecisión en el voto: Obamacare (el seguro social instituido por Obama y el partido Demócrata) le complicaba la vida. El sueño americano consiste en tener más de un trabajo para poder costear casa, carro, compras, remesas y, si tienen suerte (y residencia), viajes para visitar su país de origen. Las garantías y exigencias de Obamacare son difíciles de aceptar, ya que a pesar de ser un seguro asequible sigue pareciendo un lujo para muchos.

Escuchando estas revelaciones, poco a poco voy tratando de asimilar lo que significa el sueño americano en pleno 2017, después de los gloriosos años setenta, donde todos encontraban un buen trabajo pagado en dólares y antes de que nacieran los millenials que no quieren –o no pueden– estudiar ni trabajar y que no compran ni casas, ni carros, ni nada.

Hace unos cinco años, la niñera que trabajaba en mi casa en Guatemala presentó su renuncia. Tenía el pase pagado con un coyote para cruzarse al otro lado. Traté de hacerla entrar en razón, el camino es peligroso, allá no hay garantías, no habla el idioma, aquí tiene un buen trabajo, la queremos, la tratamos bien, le ofrecí un aumento. Nada. El sueño americano había invadido su corazón y su mente. No hay vuelta atrás. Igual me voy, dijo.

Me gustaría dejarles la moraleja de la historia y contarles qué sucedió con ella, pero la verdad es que no lo sé. Pero sé que desde aquí parece un cuento de hadas para millonarios. Remesas que se convierten en construcciones de hasta 5 pisos en los pueblos guatemaltecos, tenis de marca para los niños, viajes al Norte para los abuelos y evidencia fotográfica en Facebook. Pero detrás de todo esto hay personas haciendo 2 o 3 trabajos diarios de conserjes, niñeras, choferes. Trabajos dignos y duros con promesas de muros y deportación. Igual que nosotros en Guatemala, tampoco pueden ir al hospital público esperando recibir atención médica. Las razones son diferentes, pero el resultado es el mismo. También hay maras, tiroteos en escuelas, universidades imposibles de costear y muchísima competencia laboral.

Esto me hace darme cuenta de que vivir en Guatemala es difícil pero allá también. El sueño americano ha cambiado y puede ser que no vuelva jamás. Quizá este cierre de fronteras nos obligue a mirar hacia dentro y reconstruir un sueño que, por ley, sea nuestro.

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