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Dos personas de mundos distintos enamorándose es un tema quemadísimo. En México, de donde es Guillermo Del Toro, Thalía actuó en 900 Telenovelas de una chata pobre que se enamora de un vato de varas. Marimar es una de esas, y en un universo alterno en el que Del Toro se quedó trabajando para Televisa, Marimar es sobre una chata pobre y analfabeta que se envuelve en un apasionado romance con Pulgoso, su perro que habla con la mente.

A diferencia de las telenovelas de Thalía, en las que ella terminaba adaptándose a las costumbres e idiomas de los ricos — volviéndose incluso mejor rica que los ricos — Del Toro no está interesado en celebrar nuestra capacidad para hacernos asimilables. Nel. La Forma del Agua es un poema a la otredad.

Al lema “Hagamos América Grande de Nuevo”, Del Toro responde llevándonos, en efecto, por un trip nostálgico al Baltimore del 62′ cuando, mextraña, bro, cómo no iba a ser América grande: los hombres, manejando automóviles de hombres, regresaban de sus trabajos prósperos y sus esposas los recibían con exquisitas cenas e hijos contentos y después miraban finas producciones de tv o noticias sobre cómo los Estados Unidos de Norteamérica le pateaba al trasero a Rusia en la carrera espacial demostrando, finalmente, la superioridad del Capitalismo por sobre el degenerado Comunismo.

Estando allí, Del Toro nos seduce con su habilidad para construir mundos, tomándose su tiempo para que saboreemos esas postales de antaño, pero cuando estamos por soltar un suspiro y decir “ala qué bonito ha de haber sido vivir en esos tiempos”, nos recuerda “NO, MAJE. NO ERA BONITO. Solo era bonito si eras de los presentables — hombres blancos / heterosexuales / con todas sus piezas cabales — o si podías, y estabas dispuesto, a pasar por presentable negándote a vos mismo por el resto de tus días”.

La Forma del Agua es la historia de impresentables, de no-humanos definidos así por los que se toman a la tarea de definir cómo se ve Dios y por tanto cómo se deben ver los humanos, encontrándose entre ellos al darse cuenta de que su país es un cohete espacial cromado despegando a un futuro al que nunca tuvo la intención de llevárselos.

A diferencia de los fascistas, que usan el lenguaje como bandera que debe ser impuesta (“It’s America, we speak english!”, “Los inditos cómo quieren superarse si ni aprenden a hablar español”), los marginales de La Forma del Agua lo utilizan como poderosa herramienta (la única que tienen) para el propósito por el que fue creado: conectarnos. Y cuando lo que se pretende es conectarnos con el Otro, igual puede ser español, chorti’, lenguaje de señas, inglés, emojis o las sensuales palabras telepáticas de tu perro amante diciendo “Pasumecha, Marimá, no importa qué dicen sus abuelos, el padrecito o las autoridades de San Martín de la Costa, soy una criatura capaz de comunicarme y adquirir cultura. Soy humano. Escapémonos, mi niña, y vivamos en el DF en el apartamento de mi buen amigo César Costa, quien es un papá soltero”.

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