Ser Ken también es difícil imagen

Sé un hombre: grande, alto, musculoso, bronceado. Porque si no eres así, ninguna mujer ni nadie te va a querer.

Las opiniones e imágenes de este artículo son responsabilidad directa de su autor.

De niño recuerdo que a una vez al año o algo por el estilo, en el Parque de la Industria se llevaba a cabo una especie de feria de ropa, en particular de jeans. Quizá solo haya sido un par de veces, pero sí que fuimos con mis papás. Era la oportunidad para comprarnos ropa en oferta. Pero no lo olvido porque era ese momento de transición de niñez a pubertad donde ningún tipo de ropa te queda. Era el momento de decirle adiós a los conjuntos de St. Jack’s de las Tortugas Ninja y pasar al pantalón vaquero azul.

El asunto era que los pantalones no me quedaban bien. No me sentía cómodo. Eran con ese corte recto, el tiro que llegaba a las rodillas y unas bolsas gigantescas. Para colmo de males a mi papá le dio en esa época por comprarnos playeras de equipos de futbol. Que la de Brasil, que la de Argentina, que la de no sé quién diablos. Y eran chileras y brillantes. Pero no había para mi tamaño, entonces andaba con una sábana de colores fosforescentes encima.




Desde entonces dejé de interesarme por la ropa. Dejé que se volviera algo totalmente periférico. Lo mismo con mi apariencia física. Quería estar más allá del bien y el mal, de la policía de la moda. No sé de dónde saqué la idea, pero pensé en que para qué hacerme bolas si nunca iba a tener el cuerpo perfecto, el de la “verdadera” belleza, el adorado por todos. Esa era la pose que había decidido crear, aunque en el fondo me muriera por tener el abdomen marcado. Además, la hueva me ganaba como para ponerme a hacer abdominales.

Aún hoy que nos reunimos entre amigos hombres, solemos hablar de nuestros cuerpos. Quizá no tanto, pero sí lo mencionamos. Siempre está el amigo que está haciendo una nueva dieta y crossfit. Luego está el que dice que va a empezar a ir al gimnasio. O el que dice que ya no va a comer tal cosa. Y estamos los que nos viene del norte todo pero que en secreto sabemos que tales pantalones no nos quedan. Hasta evitamos resignarnos a dejarlos y tener que comprar unos un par de tallas más grandes.




Si seguimos aplaudiendo la apariencia física de los modelos en revistas para hombres, usando la ropa como medida de belleza, de bienestar, de salud, de proporción con el amor que creemos merecer, nunca vamos a aprender a amar nuestros cuerpos. Para mí la ropa sigue siendo tema delicado. Adoro las playeras. Encontré confort en unos joggers. Aún me queda mandar a hacer unos pantalones formales para la ocasión. Aunque siempre quiero verme como algunos maniquíes en las vitrinas, con sus pantalonetitas de tela pegadas a unos muslos que solo una máquina con moldes puede crear.

Muchas veces pienso en mi amigo crossfitero que salta de dieta en dieta, y aunque no quiero emular eso, sí quisiera tratarme con más dedicación. Aquel se echa sus cremas en la piel, se depila las cejas, usa productos para el cabello… No sé, no digo que me interese depilarme, pero sí tener una crema para el rostro. O comprarme algún producto así para mí, como una cera para la barba. A lo que voy con todo esto es que sé que es difícil aprender a amar nuestros cuerpos, casi tanto como encontrar ropa con la que nos sintamos cómodos.

Pero darnos un regalito de vez en cuando, algo que te haga sentir bien, como una crema o una depilada o ir al spa, qué sé. Algo para decirnos que somos hermosos, por absurdo que nos suene. ¿Ustedes cómo lo hacen?

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