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Por: Guillermo Monsanto

Guatemala sigue siendo un país pequeño en muchos sentidos. Aunque esta apreciación, siendo objetivos, es bien relativa debido a la cantidad de habitantes que alberga. Sin embargo, en ciertos circuitos, todos nos conocemos de algo, o por alguien, o el haber compartido amistades alimentadas desde la infancia.  En mi caso, de no haber conocido a Rodolfo Abularach por mi relación de primera mano con el universo del arte, hubiera sido por mi papá, o bien, por otras personas de esa generación que conocí cuando fui ejecutivo en una casa financiera (esa etapa de mi vida que no estaba relacionada al arte). De hecho, en ese momento, alejado de las galerías, fue que conocí a Margarita Azurdia y a Olga Arriola, ambas muy cercanas a la historia de la galería El Attico.  Y si vamos a mi infancia, a los 3 o 4 años, aparece Thelma Castillo, otra mentora indispensable en mi desarrollo profesional en el mundo del arte. 

Debo señalar que el país ha perdido a uno de sus grandes hombres. Un artista que, además de poner el nombre de Guatemala en alto, alcanzó los más altos laureles del éxito internacional. Con obras en muchos de los museos más importantes del mundo (entre ellos el Metropolitano de Nueva York) y citas en más de un centenar de libros de tiraje intercontinental, se convirtió en un número uno.  De hecho, a finales de 2019, Valia Garzón curó una importante retrospectiva en Washington en conmemoración de su primera muestra hace sesenta años. ¿Quién iba a decir que el Art Museum of the Americas iba a conmemorar, al mismo tiempo, la última exhibición de Abularach?

A pesar de los éxitos y los méritos, que fueron muchos, no puedo dejar de pensar en el otro Rodolfo.  En el hombre alegre, conversador, ingenioso y musical.  En sus hermanos René y Roberto y en cómo, los tres juntos, podían darle vida a cualquier tertulia. En cómo luchó junto a otros grandes maestros, al filo del entre siglo, por recuperar la Escuela Nacional de Artes Plásticas de la indolencia y el olvido en que la tenían las autoridades. En su charla sobre su vida en Nueva York, las personas que conoció y lo que pensaba de Andy Warhol y lo que este produjo. En las anécdotas vividas junto a mis tíos y mi papá. En la flor dedicada a la belleza de mi madre en su juventud, en fin. Vivaz, respetuoso con los demás, Rodolfo Abularach fue siempre un verdadero caballero.  Otra luz que se apaga.     

Gracias a Valia Garzón, les puedo compartir algunas entradas y fotos para que exploren su muestra en Washington.  

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